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lunes, 11 de mayo de 2020

10 artículos sobre los retos éticos y políticos de la respuesta tecnológica al coronavirus

Hace unos días publiqué el post Coronavirus: la respuesta tecnológica, un ensayo precipitado y a gran escala. Se trata de una mirada concreta a cómo el despliegue de diferentes opciones tecnológicas para abordar el manejo de la pandemia desde el punto de vista sanitario y epidemiológico ha acelerado la llegada, o el ansia por que lleguen, de aplicaciones, dispositivos, sistemas e infraestructuras digitales con una fuerte base en datos personales. Se está escribiendo y revisando mucho el tema estos días, por detrás de la velocidad a la que se están poniendo en marcha estas soluciones. Mucho más tendrá que debatirse, y estos artículos pueden servir para introducirse en algunos aspectos:










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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años. 

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martes, 28 de abril de 2020

Coronavirus: la respuesta tecnológica, un ensayo precipitado y a gran escala

El último mes ha valido como 10 años en el proceso de adopción y transformación digital a nivel mundial. Ni CEOs ni CIOs, ha sido el coronavirus el que ha acelerado este proceso. La respuesta tecnológico-digital al Covid-19, junto con las esperanzas puestas en el sistema científico-tecnológico para crear nuevos entornos y soluciones a nivel de gestión pública, provisión de servicios, innovación social,…han creado un nuevo marco de exigencia y aceleración. La sociedad en su conjunto, las autoridades y las empresas están pudiendo evaluar ahora la aportación de la inteligencia artificial, la robotización o la automatización, en la acción de las instituciones públicas.

A falta de vacuna y con el único recurso posible del distanciamiento social, nos queda la opción de la tecnología como respuesta a la pandemia. Este repositorio muestra a las claras la extensión de esta. Donde la opción tecnológica ha sido más organizada y sistemática (Taiwan, Singapur o Corea del Sur), el recorrido de la pandemia parece confirmar su utilidad. Claro que, como siempre, la tecnología no existe de manera aislada del entorno en el que se desarrolla y se implanta. Así que quizá las soluciones de seguimiento o de automatización que se han aplicado en estos países a los que miramos con tanta envidia tienen menos que ver con la solución técnica en sí y más con el grado de penetración de la tecnología, con las particularidades de sus sistemas de gobierno, con la disposición a asumir los costes en términos de privacidad, con la legislación, etc. Llama la atención el ejemplo de Taiwan, donde se ha destacado su enfoque de tecnología cívica en su respuesta  así como la utilización que han hecho de los datos masivos. También los entornos de fabricación digital 3D ha encontrado la ocasión ideal para darse a conocer al público en general y de manera concreta.

Photo by Jens Johnsson on Unsplash

No me propongo hacer un repaso exhaustivo de todas las versiones de la respuesta tecnológica que hemos conocido estas semanas. Más o menos las conocemos. Aplicaciones con diferentes funcionalidades para hacer seguimiento de contactos, de localización o de permisos para excepciones al confinamiento, análisis de big data para encontrar patrones en la evolución o multiplicar el esfuerzo científico; complejos dispositivos para hacer controles sanitarios y tests in situ a la población; robots para realizar tests, hacer comprobaciones en la calle o facilitar la distribución de equipos de protección; vigilancia de personas infectadas, incluyendo cámaras de control de temperatura e identificación facial, información en tiempo real a la población, telemedicina, etc. Es sólo una parte de la respuesta tecnológica, pero la que me parece más sensible en términos éticos, jurídicos, sociales,... porque implican en esencia aumentar varios niveles el sometimiento a sistemas de control y vigilancia sobre la privacidad individual y la capacidad de tomar decisiones en torno a información personal y privada.

En un desastre de las dimensiones que estamos viviendo cualquier recursos cuenta, y es necesario contar con la mejor ciencia y la mejor tecnología. Si la ciencia clave para la gestión de la pandemia juega de forma intrínseca en el terreno de lo que no conocemos más que de lo que conocemos, la tecnología hoy juega en el terreno de lo que se puede y no se puede hacer. Ese “puede” tiene que ver con lo que es factible, y por eso lo que ha sido posible en Corea del Sur no lo ha sido en la mayoría del resto de países. La distancia entre lo posible allí y lo imposible aquí marca el camino de lo que se propondrá hacer aquí en los próximos años para todo lo que no se haya hecho en estas semanas.

Pero ese “puede” también ha que vincularlo a lo que social y políticamente es posible en cada país. Una situación de emergencia, por definición, reconfigura temporalmente las bases sobre las que se sustentan instituciones, procedimientos, formas de hacer, hábitos,… hasta el punto de que todos los países, de una u otra manera, han formalizado su respuesta bajo figuras diversas (estado de alarma, por ejemplo) para poder adoptar un marco jurídico más estable. En esta situación, la respuesta tecnológica también se abre camino en un entorno de excepcionalidad, en el que las libertades individuales, los derechos humanos o la privacidad se abordan desde otros límites. Este artículo es un fenomenal texto de evaluación de las principales tipologías de soluciones técnicas utilizadas y los riesgos que implican a nivel individual y colectivo. Esta generalización de este tipo de seguimiento móvil revela su utilidad para asegurar un seguimiento efectivo de los contagios y, a la vez, el delicado terreno en el que nos adentramos.

Necesitamos vigilancia masiva, pero no tiene, no tendría por qué ser escalofriante. Track and test parece que es la única salida viable. Para hacerlo bien necesitamos soluciones tecnológicas capaces de hacer este seguimiento de manera efectiva y eficiente, cosa que es relativamente viable, pero también necesitamos que sea acorde con los niveles de legitimidad y respeto a la privacidad que desearíamos en sociedades democráticas (dejo aparcado el debate más profundo sobre si realmente lo somos, lo seremos o queremos que lo sean, que es una cuestión más civilizatoria que está rondando también). Estamos hoy negociando un nuevo contrato social sobre cómo nos vamos a relacionar en la sociedad digital con nuestras instituciones. Cuáles son los datos de rastreo necesarios, cómo se hará ese rastreo y cuáles serán los algoritmos utilizados para tomar decisiones críticas (definirte como inmunizado, autorizarte a una determinada actividad, confirmar tu licencia de apertura, obligarte a un confinamiento fuera de casa,…) es el conflicto que estamos a punto de firmar, pero no contamos con una regulación segura y garantista para estas circunstancias, ni con la calma suficiente para hacer de ello un debate social sobre un tema que redefinirá la sociedad digital de los próximos años. Peor, vamos a actuar bajo nuevas condiciones sin haber firmado aún el contrato. Apelar a que es una restricción o una auto-limitación consentida de manera momentánea, y que después podremos volver a la casilla de salida suena demasiado optimista.

Aquí es donde hay que reivindicar y poner en práctica con transparencia y de manera concertada principios como la no discriminación y evaluación de sesgos, proporcionalidad, privacidad, rendición de cuentas, prevención de riesgos, consentimiento, privacidad por defecto o accesibilidad. Suenan teóricos, pero son los principios que pueden diseñar cualquier herramienta que se quiera implantar más allá de sus funcionalidades y requerimientos técnicos, y tienen una incidencia material y efectos directos sobre las personas.

La Caja de Pandora ya está abierta. El troyano está dentro del sistema. Google y Apple ofrecen una opción para universalizar el seguimiento, pero las respuestas a nivel nacional también han aparecido, desde las más sofisticadas (Singapur) a las más rudimentarias pero efectivas (Grecia). Este repositorio ofrece una magnífica imagen de la dimensión y extensión de esta pulsión por la solución vía apps móviles. La tensión ética entre libertad y privacidad ha dejado de ser una cosa hipotética, circunstancial o marginal, y la sociedad de la vigilancia, vía sanitaria, ya está(ba) en marcha, y el marco de los derechos humanos importará más que nunca, aunque habrá que dotarlo de una actualización en términos de derechos digitales. Para algunos, el intercambio merece la pena, porque el solucionismo tecnológico siempre está ahí para encontrar razones. La tentación autoritaria es una opción que toma fuerza en un ambiente político dominado por el ascenso populista, la disolución de las formas tradicionales de formación de la opinión pública, la crisis de los partidos políticos al uso como intermediadores, las nuevas posibilidades de manipulación de las opiniones políticas,...

Photo by Graham Ruttan on Unsplash
Vislumbrar cuál será la salida entre el optimismo tecnológico y el pesimismo político nos lleva fácilmente a la decepción sobre el futuro de la humanidad. El totalitarismo de vigilancia tiene el camino despejado en este contexto socio-político, al que ahora añadimos el miedo y la desconfianza. Puede que no todo sea tan catastrófico, y podamos encontrar un balance realista y justo, pero al menos a corto plazo la normas, las normas, la normalidad, tendrán otra pinta muy distinta a cómo eran. Como es demasiado tentador, y se ha convertido a la vez en pasatiempo mediático y en herramienta para encontrar razones de nuestra desdicha, la comparación con los países que mejor han respondido nos lleva a la aspiración de ser como Corea del Sur o Singapur. Es mucho decir, al menos desde el punto de vista europeo, una región del mundo encerrada en sí misma y en permanente duda metafísica sobre sí misma desde al menos la última crisis económica.  Sea como sea, la capacidad de innovación tecnológica se ha puesto al servicio de una crisis global de manera precipitada (urgencia obliga) y está siendo una de las grandes esperanzas. Esa misma urgencia va a introducir de manera generalizada soluciones que afectan  a la privacidad individual y a la concepción social del papel de la tecnología. Pero "la tecnología" no existe de manera independiente del ensamblaje social en el que se produce, se regula y actúa, por lo que la evaluación ética de cualquier tecnología mediadora como respuesta a la pandemia es ineludible.

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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años. 

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viernes, 28 de febrero de 2020

Los límites de los datos masivos

El interés por las ciudades inteligentes está íntimamente ligado al big data como uno de los materiales críticos en la realización de las aspiraciones de la ciudad inteligente La disponibilidad de datos masivos es una de las características emergentes de nuestra época. Startups, aplicaciones, servicios web, business angels,…luchan por almacenar, gestionar y, en último término, monetizar el rastro digital de la sociedad conectada y el individuo conectado.

De manera inadvertida en la mayor parte de las veces, la vida es un constante goteo de datos y metadatos que se incorporan a un torrente invisible del que apenas sabemos nada. Si la trayectoria vital de una persona se puede cuantificar a través de tantos dispositivos y mecanismos que datifican nuestros pasos por el mundo, ¿qué no se podrá hacer con la suma de trayectorias digitales de personas, flujos, infraestructuras, servicios, incidentes, episodios y actos que forman la ciudad? La smart city es también la promesa de un urbanismo cuantitativo y empírico sustentado en el big data. 

Estos apuntes nos sirven para destacar una de las características de la construcción teórica de la smart city: su desconexión con prácticamente cualquier disciplina científica distinta de las diferentes ramas de la ingeniería y su desconexión del bagaje de conocimiento acumulado en torno a la ciudad. Este olvido es el que explica gran parte del descontento que genera fuera del propio ámbito de proyección y reproducción del imaginario, al apelar a objetivos –sostenibilidad, por ejemplo- sin práctica capacidad de interiorizar al menos parte de la experiencia acumulada en las últimas décadas en el conocimiento científico-técnico y en la práctica de la sostenibilidad local. Este es el olvido que explica que para apelar a la solución de los graves problemas ambientales de la ciudad, el marco de solución pase necesariamente a ser técnico sin apenas contextualización sobre el papel de los elementos no tecnológicos (regulación, incentivos de comportamiento, metabolismo urbano,..). Así es como ciudades como Santander, Ámsterdam, Dublin, Singapur, Río de Janeiro, Nueva York o San Francisco, por mencionar unas pocas, llevan tiempo explorando la posibilidad de conectar diferentes fuentes de datos para orientar la toma de decisiones en el medio construido de la ciudad, sumando a ello la ampliación de las aplicaciones prácticas de la nueva generación de software de modelización en 3D o los sistemas de información geográfica.

Photo by Chris Yang on Unsplash
En esta misma dinámica se encuentra los proyectos que buscan constituir paneles de indicadores en tiempo real, cuadros de mando, city cockpits o urban dashboards, cuya ambición es construir modelos que sistematicen, simplifiquen y modelicen la realidad urbana. Estos proyectos se caracterizan por proponer la generación y el análisis de datos sobre la ciudad a través de sistemas dinámicos y la ciudad es entendida como un espacio conectado del que se pueden extraer, procesar y analizar sus datos para disponer de una imagen de la ciudad en cada momento.

 El big data implica un extraordinario desafío sobre los marcos de trabajo de todas las disciplinas científicas, principalmente por el cuestionamiento que implica sobre el papel de la causalidad y la correlación en el método. También implica la exclusión de todo lo que no es cuantificable, sea esto la economía informal, los cuidados que prestan las personas a cargo de familiares difícilmente medibles en datos, etc.. En el escenario de espectacularización y banalización de las potencialidades y limitaciones del big data, el riesgo de los sesgos cognitivos es uno de los más decisivos. La sobre-representación de ingenieros y expertos en análisis de redes sociales en muchos de los experimentos y plataformas de agregación de datos masivos y la consecuente sub-representación de científicos sociales –más acostumbrados a hacerse preguntas y a tener en cuenta el riesgo de sesgos- está detrás de muchos de los proyectos de big data invalidados por sus planteamientos viciados. De hecho, esta misma sobre-representación es reconocida también desde el lado más crítico de las ciencias de la computación ubicua, que asume con mucha más normalidad que el discurso más dominante del big data y la smart city necesita la presencia de profesionales de las ciencias sociales y el uso de métodos cualitativos.

 De la misma, estos sesgos se manifiestan en las exclusiones de información, lo que el big data no contiene en su aplicación práctica. A esta debilidad, las expectativas siempre responderán con una misma salida: si faltan datos, es precisamente porque necesitamos más datos, necesitamos ampliar el alcance de lo que podemos datificar, convirtiendo cualquier crítica sobre la insuficiencia de datos en un absurdo. Sin embargo, es precisamente en las ausencias de lo que no es cuantificable o lo que no es cuantificado donde se abren las brechas para la crítica del neo-positivismo de los datos como escenario de conocimiento perfecto de la realidad y como vía para descifrar el comportamiento humano y resolver los problemas sociales. ¿Quién deja rastro de sus actividades en la ciudad? ¿Quiénes participan en los circuitos e infraestructuras captadores de datos digitales? ¿Es esta la realidad reflejada a través de estos rastros digitales? ¿Quién no participa de estos circuitos de datificación? Y, sobre todo, ¿de qué manera el uso del big data responde a una realidad fraccionada?

jueves, 13 de febrero de 2020

Cambiamos conveniencia por privacidad

El conglomerado digital de circunstancias, tecnologías, servicios, procesos, actividades personales, dinámicas sociales y sectores industriales están dando forma a lo cotidiano. Todas ellas tienen una cosa en común: ofrecen eficiencia, flexibilidad o conveniencia, versiones diferentes de la principal capacidad de la tecnología digital: automatizar decisiones y personalizar adaptaciones de los sistemas sobre los que se sostiene nuestra presencia. La otra parte del trato (qué estamos dispuestos a ofrecer a cambio) es la parte de la ecuación sobre lo que no somos conscientes o no estamos prestando suficiente atención. Puede ser que, simplemente, las ventajas sean aún demasiado espectaculares para poder comprender su significado. Puede ser también que sea demasiado tarde para tratar de comprender el intercambio efectivo que ya hemos hecho en muchos casos.

 Pensemos en el intercambio digital más extendido y pretendidamente liviano: a través de nuestros smartphones disponemos de acceso a multitud de apps que nos prometen una vida más fácil. Nos facilitan organizar el ocio y nuestros viajes, gestionar nuestros tiempos profesionales y personales, mantener contacto con nuestras personas queridas, comprar cualquier cosa imaginable, guiar nuestros pasos por la ciudad o dirigir la ruta de nuestros desplazamientos, etc. En todos esos casos, desde el mismo momento en que aceptamos las condiciones de uso de una app, estamos participando en una de las capas de la ciudad inteligente, la que sostienen nuestra cotidianeidad, y lo hacemos a través de aceptaciones automáticas de condiciones de uso de nuestros datos sin preguntarnos por la privacidad y seguridad de los mismos. Hemos aprendido a convivir espontáneamente con estos intercambios de conveniencia a cambio de pérdida de privacidad.

Photo by ev on Unsplash
Es algo inocuo, piensa el menos concienciado,  dando OK a un botón sin leer las kilométricas descripciones de las condiciones, que nadie lee. Pensemos en cuestiones más sensibles y cercanas a nuestra relación con el gobierno y gestión de las instituciones, aspecto más directamente relacionable de manera específica con la ciudad inteligente. Sin ánimo apocalíptico, las revelaciones del caso Snowden, por apuntar a uno de los casos más conocidos y mediáticos, nos sitúan ante una realidad insoslayable: nuestras vidas son datos y huellas digitales que van a dar a determinados espacios que se gestionan bajo condiciones sobre las que apenas tenemos control democrático, desconociendo quién los usa, para qué los usa, a quien le da acceso a ellos o bajo qué régimen podemos actuar ante ellos.

Nuestras vidas son crecientemente conformadas a través de plataformas privadas (Google, Facebook, Amazon, Twitter,…) que, sabemos, han puesto nuestros datos a disposición de instituciones públicas de vigilancia y control social sin el debido debate social y control normativo. Podemos pensar en casos recientes de los conflictos entre procedimientos judiciales y empresas de hardware (Apple) o software (Twitter) para reclamar el acceso a datos privados de usuarios de redes sociales y smartphones, entrando en terrenos ignotos para las regulaciones con las que hasta ahora actuábamos.

Por otro lado, hemos asistido en los últimos años a episodios más que anecdóticos de caídas masivas de servicios urbanos (tranvías, iluminación,…) altamente sofisticados con tecnologías inteligentes, ataques a sistemas software de soporte de infraestructuras críticas (presas, redes de semáforos,…) o problemas de fiabilidad en objetos urbanos automáticos (coches sin conductor). Todos los elementos mencionados en los párrafos anteriores nos señalan dos necesidades. Por un lado, los proyectos de ciudad inteligente han de demostrar y tener en su núcleo una voluntad de contribuir al valor público y perseguir objetivos claros y comprensibles para la ciudadanía. Por otro lado, la necesidad de pensar la inteligencia urbana como un proceso que va más allá de la incorporación tecnológica.

Extracto de Descifrar las smart cities. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

lunes, 15 de enero de 2018

Las piezas del puzle. La smart city en el contexto tecnológico digital

Tabula rasa y adanismo. El olvido de los estudios urbanos en la era del big data
El interés por las ciudades inteligentes está íntimamente ligado al big data como uno de los materiales críticos en la realización de las aspiraciones de la SC La disponibilidad de datos masivos es una de las características emergentes de nuestra época. Startups, aplicaciones, servicios web, business angels,…luchan por almacenar, gestionar y, en último término, monetizar el rastro digital de la sociedad conectada y el individuo conectado. De manera inadvertida en la mayor parte de las veces, la vida es un constante goteo de datos y metadatos que se incorporan a un torrente invisible del que apenas sabemos nada. Si la trayectoria vital de una persona se puede cuantificar a través de tantos dispositivos y mecanismos que datifican nuestros pasos por el mundo, ¿qué no se podrá hacer con la suma de trayectorias digitales de personas, flujos, infraestructuras, servicios, incidentes, episodios y actos que forman la ciudad? La smart city es también la promesa de un urbanismo cuantitativo y empírico sustentado en el big data. Siendo así, dada la importancia fundamental que el big data tiene como movilizador del imaginario y, sobre todo, como combustible y dividendo monetizable de gran parte de las aplicaciones de la smart city, cabe abrir un apartado específico para analizar el significado de los datos masivos y su papel dentro del imaginario.

En 2008, un artículo en Wired de Chris Anderson, uno de los nombres más fácilmente asociables al internet-centrismo y al optimismo tecnológico en la red, abrió una intensa polémica mediática al anunciar el fin de las teorías y del propio método científico debido a la emergencia del big data: “the data deluge makes the scientific method obsolete”. El nuevo empirismo protagonizado por el ascenso del big data apela, entre otras cosas, a la disolución de las teorías y el trabajo teórico como fuente de conocimiento científico. La aspiración a captar cualquier fenómeno de la realidad a partir de datos bajo la promesa de n=all conlleva necesariamente la aspiración a encontrar en los datos todas las respuestas, de manera que las teorías sobre las que previamente se construyen los modelos de investigación en las ciencias sociales parecen quedar arrinconadas.

Chicago: City of Big Data 
Hipótesis y modelos parecen ser un lastre para una nueva ciencia de la minería de datos (recopilar información primero, hacer preguntas después). El debate en torno al big data se encuentra muy mediatizado por posturas encontradas que llevan a una falta de dirección y claridad para encontrar respuestas claras, debido en parte a la interdisciplinariedad de la materia, y en parte también por la falta de perspectiva de las investigaciones en uno y otro sentido. Se abren varios caminos para superar estas dificultades: la necesidad de pensar y cuestionar más el campo del big data, evitando la tentación de caer en el "fin de las teorías", la necesidad de abordar investigaciones y trabajos más interdisciplinares y, en tercer lugar, avanzar en el desarrollo de más casos de éxito de utilización del big data en las ciencias sociales, un campo aún poco desarrollado.

En una lógica similar, el mito del ciberespacioapelaba ya al fin de la historia, de la geografía y de la política, en la medida en que se presenta, al igual que sucedió anteriormente con otros avances tecnológicos que presumiblemente iban a transformar el mundo (el telégrafo o la televisión, por ejemplo), como una nueva era. La historia tecnológica reciente tiende a ser presentada a partir de grandes saltos tecnológicos de carácter revolucionario. Sin embargo, este enfoque tiende a olvidar el carácter acumulativo y transicional del progreso humano y, en especial, tiende a inscribirse en el imaginario como una ruptura total por la cual todos los elementos sociales afectados por una tecnología dada deberán ajustarse necesariamente a ella (y en la forma en la que imponen los actores de su régimen discursivo). En el ámbito tecnológico relacionado con internet, el fin de la historia o, mejor, el inicio de una nueva época completamente diferente a las anteriores, también está presente .
Estos apuntes nos sirven para destacar una de las características de la construcción teórica de la smart city: su desconexión con prácticamente cualquier disciplina científica distinta de las diferentes ramas de la ingeniería y su desconexión del bagaje de conocimiento acumulado en torno a la ciudad. Este olvido es el que explica gran parte del descontento que genera fuera del propio ámbito de proyección y reproducción del imaginario, al apelar a objetivos –sostenibilidad, por ejemplo- sin práctica capacidad de interiorizar al menos parte de la experiencia acumulada en las últimas décadas en el conocimiento científico-técnico y en la práctica de la sostenibilidad local. Este es el olvido que explica que para apelar a la solución de los graves problemas ambientales de la ciudad, el marco de solución pase necesariamente a ser técnico sin apenas contextualización sobre el papel de los elementos no tecnológicos (regulación, incentivos de comportamiento, metabolismo urbano,..). Es el mismo olvido que posiciona a las soluciones de video-vigilancia en tiempo real y las últimas tecnologías de teledetección biométrica como referente central de las políticas de seguridad ciudadana, sin la más mínima conexión con el verdadero contexto urbano donde pretenden implantarse, donde factores económicos, de vulnerabilidad social, de diseño urbano, de políticas de seguridad o de percepción subjetiva juegan un papel ya establecido desde hace años. Sirvan como ejemplo, los resultados prácticos del despliegue de dispositivos de vigilancia en el espacio público en cuanto a pérdida de sentido de la confianza y la responsabilidad mutua, base de cualquier sistema público de seguridad.

Proyectos como los desarrollados por el MIT Senseable City Lab en Roma, Estocolmo, Singapur, entre otros, así como de otros muchos institutos e instituciones públicas (Chicago: City of Big Data, por ejemplo), utilizando diferentes herramientas de software (InfraWorks de Autodesk, por ejemplo) ilustran estas nuevas capacidades. En especial, son las posibilidades de predicción las que más interés despiertan, en la medida en que prometen fortalecer la capacidad de actuación de las instituciones, orientadas en sus esfuerzos a aumentar su resiliencia frente a catástrofes y episodios imprevistos (lluvias torrenciales, por ejemplo), optimizar la gestión del tráfico, personalizar y adaptar constantemente los servicios públicos, etc. Así es como ciudades como Santander, Ámsterdam, Dublin, Singapur, Río de Janeiro, Nueva York o San Francisco, por mencionar unas pocas, llevan tiempo explorando la posibilidad de conectar diferentes fuentes de datos para orientar la toma de decisiones en el medio construido de la ciudad, sumando a ello la ampliación de las aplicaciones prácticas de la nueva generación de software de modelización en 3D o los sistemas de información geográfica. En esta misma dinámica se encuentra los proyectos que buscan constituir paneles de indicadores en tiempo real, cuadros de mando, city cockpits o urban dashboards, cuya ambición es construir modelos que sistematicen, simplifiquen y modelicen la realidad urbana. Estos proyectos se caracterizan por proponer la generación y el análisis de datos sobre la ciudad a través de sistemas dinámicos y la ciudad es entendida como un espacio conectado del que se pueden extraer, procesar y analizar sus datos para disponer de una imagen de la ciudad en cada momento.

Esto mismo es aplicable al área de la construcción de infraestructuras, un aspecto especialmente sensible en la política municipal, no sólo por el margen de mejora en la eficiencia de estas grandes inversiones, sino también por la afectación a la vida en la ciudad que tienen este tipo de obras públicas. La utilización del big data ofrecería la capacidad de diseñar mejores escenarios en la planificación de las obras, modelizar su impacto en tiempo real para diseñar medidas compensatorias, etc. Así, la ola del quantified self  de los datos personales deviene en barrios y ciudades cuantificados, sometidos a diferentes formas de medición de sus diferentes parámetros, en un escenario que promete conocer lo que pasa en sus calles. Esta oleada de sistemas de cuantificación personal apela a la generalización de dispositivos, aplicaciones y herramientas de diferente signo que buscan digitalizar cualquier dato de la vida cotidiana de una persona, desde las calorías consumidas a los kilómetros y la ruta utiliza haciendo deporte. Esta dinámica busca ofrecer al individuo una sensación de control sobre su propia vida, en la medida en que dispone de más información para hacer su propio seguimiento, para recibir sugerencias automáticas, para guardar sus memorias, etc. En este sentido, casi las mismas justificaciones del movimiento quantified self sirven para justificar el movimiento de la ciudad inteligente.

La nueva ciencia de las ciudades. Ni nueva ni científica
Uno de los elementos más sugerentes del régimen discursivo de la smart city es su apelación al surgimiento de una nueva ciencia de las ciudades. En una era de esplendor tecnológico, apelar a la ciencia como catalizadora de una nueva forma de pensar y construir las ciudades resulta atractivo. En efecto, en los últimos años  diferentes centros de investigación de nueva creación se han sumado a otros con cierta tradición  en la exploración del uso de la multitud de nuevas fuentes urbanas de datos. Nacidos en ocasiones de departamentos o facultades de las ciencias técnicas, estas iniciativas científicas han tendido a conformar consorcios variopintos de matemáticos, ingenieros, etc., con la esperanza de aplicar las técnicas propias de su campo (catapultadas por las nuevas capacidades que ofrecen los datos masivos) al estudio de la ciudad. Este emergente conglomerado de esfuerzos de investigación resulta sintomático del creciente interés por el estudio urbano desde una perspectiva tecno-científica y representa, sin duda, un nuevo ciclo en el estudio de la ciudad como no se había dado desde hace tiempo.

Science and the city 
Sin embargo, esta aspiración de construir un entramado metodológico cuantitativo y mecánico para estudiar de manera integral la ciudad no es novedosa. De hecho, ya en 1913 el término The city scientific fue utilizado por George B. Ford como título de su conferencia en la quinta reunión anual de la National Conference on City Planning celebrada en Chicago. También es destacable que en 1967, el Housing and Urban Development Department del gobierno de Estados Unidos encargara a Volta Torrey un informe, Science and the city que, a pesar de la fecha, presenta una factura y una terminología sorprendentemente actual. Este último trabajo citado recoge expresamente desde el llamamiento a un esfuerzo de urbanización y construcción de infraestructuras sin precedentes vinculado a las nuevas necesidades hasta la definición de las nuevas tecnologías como clave para realizar con éxito dicha empresa. Los términos del informe son tremendamente actuales y podrían confundirse con muchos textos que se publican hoy en día desde las instituciones y empresas proponentes de la smart city. No faltan las menciones a la ciudad como un sistema de subsistemas, a la necesidad de innovación social desde una mirada multi-disciplinar al hecho urbano, la digitalización de la información, los dispositivos que pudieran ser sensibles a la situación del tráfico para adaptar su ordenamiento automático, la dicotomía entre átomos y bits (con tanta antelación, por ejemplo, a los escritos de William J. Mitchell), las posibilidades de modelización matemática de las necesidades de vivienda, la contribución de la tecnología al control de la contaminación del agua o del aire y, sobre todo, la apelación a la industria aeronáutica y la ciencia espacial -en aquel momento, en pleno auge como campo donde los avances científico-tecnológicos eran más llamativos- para que contribuyeran a la mejora de las ciudades, etc.

En una fecha tan alejada del actual discurso SC encontramos en el mencionado informe expresiones como "The name of the urban game is information processing", que hoy podría ser el título introductorio de cualquier charla TED o cualquier informe de una gran empresa interesada en la aplicación del big data a las ciudades. El mismo optimismo que destila el informe, dirigido a mostrar la contribución que el complejo industrial militar podía hacer a la sociedad norteamericana de la época es el que encontramos en las promesas del complejo industrial digital que hoy nos propone la mirrada científico-técnica y cuantitativa de la ciudad inteligente del siglo XXI.

Como decíamos, entender las dinámicas urbanas a través de un aparato cibernético, de ecuaciones y algoritmos ha sido un empeño cíclico en las décadas más recientes. Hoy planteamientos como los de Geoffrey West y Luis Bettencourt o Michael Batty–algunos de los nombres más destacados asociados a la nueva ciencia de las ciudades- son una continuación o reedición de los primeros trabajos de Jay Forrester en el MIT  desde finales de la década de 1950, así como de los estudios de la física social basados en ecuaciones que describen diferentes esferas de la ciudad y cómo interactúan entre ellas, de manera que pueda programarse su simulación para extraer conclusiones y predicciones. Estos ejercicios no quedaron en el ámbito académico o en los laboratorios de simulación, sino que fueron llevados a la práctica en ciudades como Pittsburgh o Nueva York con sonoros fracasos y críticas posteriores . De la misma época datan algunos de los primeros experimentos de aplicación de rudimentarios sistemas de datos masivos (junto al análisis de clusters o la fotografía aérea infrarroja) en la ciudad de Los Ángeles para aplicarlos a estudios del gobierno municipal en relación con el urbanismo, la demografía o la vivienda . Sea como fuere, esta disciplina y estos trabajos pioneros sufrieron su particular viaje por el desierto hasta que fue redescubierta por IBM a principios del siglo XXI para aplicarla en Portland, a través de nuevos modelos más complejos, refinados y sistemáticos materializados en la aplicación System Dynamics for Smarter Cities. De nuevo, sus resultados  fueron decepcionantes para los gestores públicos, en un caso que refleja las limitaciones teóricas y, sobre todo, prácticas de este tipo de acercamientos, que siempre van a tender a hacerle al modelo aquellas preguntas que pueden ser modelizadas sin entender esto como una limitación inherente a cualquier sistema de modelización. De hecho, las experiencias pasadas de intento de construir una ciencia urbana bajo estos parámetros sistémicos y computacionales han estado afectadas por diferentes restricciones: insuficiencia de datos, baja madurez de la ciencia disponible y limitado poder computacional. Hoy, varias décadas después de la anterior oleada de aplicación de este tipo de teorías, los nuevos esfuerzos vuelven a encontrarse con problemas prácticos a la hora de mostrar resultados confiables y útiles, por más que los datos hoy sean masivos, los fundamentos científicos sean más sólidos y el poder de procesamiento sea inimaginable hace unos años.

En realidad, la aspiración a construir una ciencia de las ciudades está íntimamente ligada al debate sobre el papel y el carácter científico de los estudios sociales en su sentido amplio, es decir, todo lo que alcanza al comportamiento humano y al comportamiento social. Desde el nacimiento del positivismo y su aspiración a ser aplicado en las ciencias sociales, siempre sobrevuela la cuestión de cómo convertir los temas sociales en un objeto científico de la misma forma que las ciencias físicas y naturales. Esta aspiración cientifista sigue informando el nuevo tecno-optimismo urbano. Así, volvemos a revivir la expectativa de poder aplicar técnicas cuantitativas para problemas sociales en las que los números tienen poco que aportar, el complejo de inferioridad de las ciencias sociales por no disponer del mismo material científico y metodológico con el que cuentan las ciencias naturales y, en general, el intento por construir de una vez por todas un aparato científico (cientifista) que ofrezca la ilusión de un aparato incontrovertido, preciso y con autoridad generalizable. Estas decepciones son fruto de una tendencia recurrente a confiar los problemas sociales a soluciones técnicas con una preferencia por la ingeniería como campo científico preferencial. Este escenario es, además, una reedición del positivismo más extremo, aplicado a las ciencias sociales y al análisis del comportamiento humano.

Entre el pesimismo y el utopismo, entre la épica urbana y la magia tecnológica
La construcción del imaginario de la smart city responde a un esquema básico de identificación de problemas y soluciones. Estos problemas son identificados por los agentes creadores del imaginario y soluciones que son precisamente las que esos creadores disponen en su portfolio comercial. Este esquema de justificación es compartido por cualquier informe corporativo y mecanismo comunicativo utilizado por las empresas activas en este mercado: una descripción normalmente somera, a partir de unos pocos datos básicos para seleccionar unos determinados problemas y situar su urgencia en función de la relación de dichos problemas con las soluciones disponibles por la empresa. Es así como la ciudad es caracterizada sistemáticamente como un lugar caótico, sujeto a restricciones presupuestarias, formado por sistemas fatalmente desconectados entre sí, lleno de fallos de diseño institucional, focos de inseguridad, obsoletos, degradados, desfasados, gestionados bajo formas del siglo pasado,… Todo ello es, hasta cierto punto, parte de la realidad cotidiana del paisaje global de la agenda urbana, pero no parece un punto de partida suficientemente sólido ni especialmente bien caracterizado en cuanto a los límites de la acción local en un contexto de interrelación globalizada de los grandes desafíos de la humanidad en materia de derechos, financiación de las políticas públicas, sostenibilidad, acceso a los recursos, etc.

La insistencia en un punto de partida pesimista sobre la ciudad sitúa el leit motiv de la SC en responder a una serie de problemas que hasta ahora los decisores políticos se han mostrado incapaces de resolver porque, precisamente, no han tenido disponible una suficiente fuerza tecnológica o no han sido suficientemente inteligentes para aplicar unas tecnologías que ya estaban a su disposición. Sin embargo, este punto de partida es esencialmente generalista, resultado de la necesidad de ofrecer productos prefabricados como soluciones inteligentes, válidas eventualmente para cualquier contexto urbano. La identificación de “temas urbanos” necesita ser problematizadora y selectiva, pero descontextualizada al mismo tiempo la raíz u origen de los problemas. Asumamos que los problemas presupuestarios son una característica básica de todos los sistemas de gobierno local en el mundo: ¿es un problema de origen municipal? La SC ha tendido a primar la relación problema-solución como una relación independiente de cualquier otra escala de gobierno y, sin embargo, en el tema que apuntamos se trata de un problema de complejas relaciones y equilibrios sobre diferentes modelos de descentralización, autonomía local, capacidad fiscal, redistribución territorial, etc. Todo ello, cuya resolución (nunca ideal, definitiva ni generalizable) no pasa por un cambio tecnológico, es obviado de una presentación en cualquier caso pesimista, que enfoca las soluciones a resolver las ineficiencias en el gasto público locales. De igual forma actúan otros argumentos que presentan un panorama pesimista y culpabilizador de la escala local.

Walt Disney Experimental Prototype Community of Tomorrow  
De la misma forma que resulta razonable esta apelación a los problemas urbanos como justificante, no lo es menos reconocer que esto sólo sería parte de la imagen real de la ciudad y, sobre todo, remarcar la importancia sobre quién es el que define los problemas. Podría pensarse, por ejemplo, en situar la descripción de la ciudad como un espacio potencial de oportunidades, de igualdad, de diversión, de relación, etc., condiciones que deberían sopesarse en una balanza mejor equilibrada sobre la realidad de las ciudades. Desde esta problematización, el recurso a la utopía urbana es inmediato. La smart city es, en este sentido, una nueva utopía como anteriormente lo han sido tantos y tantos modelos urbanos que a lo largo de la Historia han querido ofrecer una solución definitiva y universal a los problemas urbanos. Utopía, en este sentido, es la otra cara del pesimismo en torno a la ciudad. La ciudad jardín como utopía ante la insalubre vida en la naciente sociedad industrial. La ciudad Futurama de la Feria Mundial de Nueva York de 1939, momento de esplendor de la ciudad del automóvil y de General Motors  como agente creador de su régimen discursivo. Las utopías urbanas sobre la ciudad del futuro del Walt Disney Experimental Prototype Community of Tomorrow (EPCOT), nacida de una visión tan pesimista de la ciudad. La ciudad radiante como utopía ante la desordenada ciudad del siglo XX. La smart city como utopía ante la compleja y desorganizada ciudad contemporánea, una utopía que cierra los ojos ante el fracaso de utopías previas. El resultado tan decepcionante de estas promesas parece no ser suficientemente reconocido y asumido por quienes se plantean la posibilidad de planificar de manera burocrática y desde el racionalismo burocrático las ciudades inteligentes del futuro próximo.De hecho, la propia utopía de la ciudad motorizada imaginaba un futuro objetual –el coche- en lugar de las consecuencias de su generalización. En este sentido, una buena ciencia ficción, como bien expresó Frederik Pohl, no es aquella que predice el coche, sino aquella capaz de predecir los atascos de tráfico. Por ello, esta historia de los últimos 50 años tiene mucho que enseñarnos sobre el exceso de optimismo en torno a una determinada tecnología y nos invita a cuestionarnos cuánto tiempo será necesario hasta que seamos conscientes de las consecuencias indeseadas de esta carrera acelerada.

Nos encontramos ante una repetición de formulaciones ya conocidas en previas revoluciones tecnológicas. La suma del planeamiento racionalista propio del urbanismo moderno, los avances en la cibernética y la computación y la nueva fase de exploración de la teoría de sistemas forman el conjunto perfecto con el que poder responder al fracaso de intentos pasados. Con ello, la SC se propone un nuevo asalto a la ciudad para poner orden allí donde otros no pudieron y solucionar para siempre problemas que empiezan a ser demasiado molestos por su persistencia. Para ello, se cuida mucho de ofrecer unos problemas concretos como la agenda de problemas urbanos, aquellos que la SC cree capaz de superar con sus recursos tecnológicos, así como aquellos que forman parte de su agenda ideológica.

Nuestras ciudades, en buena medida y con diferente profundidad, son resultado de un régimen discursivo construido en la primera mitad del siglo XX y que tiene en la Feria Mundial de Nueva York y la propuesta Futurama de General Motors su antecedente más cercano. Entonces también se constituyó todo un aparato promocional, científico y cultural en torno al coche como gran catalizador de la transformación de la ciudad. En aquel caso, nos encontramos una gran empresa como General Motors destinando una cantidad importante de recursos mediáticos para convencer al público sobre la bondad de sus propuestas para movilizar la transformación de la ciudad. En esta misma situación estamos ahora, en el surgimiento de una nueva utopía urbana que afirma ser capaz de modelar la estructura física de la ciudad, tejer las nuevas relaciones personales y comunitarias, reorganizar nuestras instituciones y mecanismos de toma de decisiones, de reestructurar nuestro abanico de opciones vitales. Todo eso, tal como lo hemos conocido en las últimas décadas, ha sido producto en gran parte del mundo de la fenomenal capacidad de transformación que ha tenido la utopía de la ciudad moderna y su asociación con la cultura y la industria del automóvil. Así que surge como contestación una respuesta entre incómoda y sorprendida en forma de descontento sobre hacia dónde nos lleva la instrumentación digital de la ciudad.

El pesimismo implícito en la utopía urbana digital que manifiesta la SC tiene claros antecedentes en épocas recientes de las teorías urbanas, pero también fuertes anclajes en el utopismo propio con el que nacieron las ciencias de la computación. De la misma forma, hoy desde la smart city se imaginan los diferentes productos que reconfigurarán las ciudades, pero apenas se presta atención a sus consecuencias. Si no pudimos prever la contaminación, la obesidad, el consumo de territorio, la dependencia del petróleo, la inseguridad viaria o el cambio climático, ¿qué consecuencias no está atendiendo el marco de la smart city y que aparecerán en las próximas décadas? Pensando en los valores que encerraba la ciudad moderna del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) y la manera en que la smart city más prototípica se asemeja a ella, sabemos cuál es el balance de las propuestas utópicas de la primera mitad del siglo XX y cómo desde las últimas décadas del siglo pasado estamos luchando denodadamente por cambiar las tendencias de sus efectos más adversos en términos de desarrollo sostenible.

Conjugación en futuro perfecto. El futuro nunca llega demasiado pronto
Las promesas de la smart city son construidas a partir de una sistemática preferencia por los tiempos verbales en futuro. Esta cuestión la plantearon inicialmente Genevieve Bell y Paul Dourish en un acertado artículo (Yesterday’s tomorrows: notes on ubiquitous computing’s dominant visión) sobre la utilización del tiempo futuro como recurso discursivo en la tecnología (y, específicamente, en el área de la computación ubicua), y que la ciudad inteligente está repitiendo de forma mimética. De esta manera, echando la vista atrás a una década de investigación en el campo de la computación ubicua, los autores identifican como patrón el uso del futuro próximo (proximate future) como referencia temporal en la que las promesas se convertirían en realidad. De nuevo, no estamos ante una cuestión meramente estilística, sino que denota un posicionamiento previo sobre las condiciones en las que los desarrollos tecnológicos se desplegarán en la ciudad, quién será su responsable y cómo se repartirán los costes y los beneficios. Así, situando el potencial de realización de los beneficios de las smart cities en el futuro, implícitamente se sustrae la agencia de quienes no están incluidos en la propuesta de un determinado producto smart pensado en futuro. La responsabilidad de su desarrollo queda en manos de su proponente, mientras que los demás (de manera implícita también, la ciudadanía) queda al margen y no le queda más que esperar a ver cómo se concreta el proyecto. De la misma forma, detrás de este uso del tiempo futuro se esconde una estrategia de financiación del proyecto: invertir hoy para disponer de beneficios en el futuro (retornos económicos, ahorros o beneficios sociales), consiguiendo con ello sustraer el debate sobre la oportunidad de la inversión hoy (en la mayor parte de los casos muy importante dada la actual escasez de recursos económicos y también generalmente escondida entre difusos mecanismos de colaboración público-privada) porque, en cualquier caso, los beneficios futuros (por tanto, únicamente esperados y no reales) serán mayores.

Este mecanismo narrativo en tiempo futuro supone una consecuencia aún más crítica: las soluciones, dispositivos, interacciones o recursos susceptibles de ser catalogados como inteligentes son aquellos que veremos en ese futuro cercano, sustrayendo de la mirada aquellos ya existentes. Esta cuestión opera, a su vez, en dos niveles. Por un lado, sitúa la cuestión de la ciudad inteligente como una utopía más o menos cercana pero, en cualquier caso, por llegar. Es, por decirlo de alguna manera, el recurso a la insatisfacción del cliente (“aún no dispones de este producto que te hará ser feliz”), creando la actual abundancia de interés por comprar e implementar proyectos de smart city. Pero, por otro lado, funciona negando cualquier reconocimiento a proyectos, iniciativas o mecanismos ya existentes que perfectamente pudieran estar integrando hoy ya, de una manera mucho más natural desde la perspectiva del día a día de la vida en la ciudad, ese nuevo mix entre ciudad-tecnología que, en cualquier caso, ha sido siempre una constante en la historia de la ciudad a través de diferentes evoluciones tecnológicas. La negación de lo que acontece hoy, del uso actual de la tecnología digital es uno de los puntos de choque con las narrativas contra-hegemónicas, ya que oscurece de la descripción de la ciudad inteligente prácticas, agentes y usos cotidianos de tecnologías ya apropiadas por la ciudadanía.

Solucionismo. Las ciudades no necesitan la salvación eterna
La smart city funciona en un régimen discursivo que se propone atender problemas de una extraordinaria complejidad. El prólogo a cualquier presentación, informe o estudio que plantee las bondades de la ciudad inteligente estará preñado de alusiones cercanas a lo apocalíptico sobre la acelerada urbanización mundial, sobre los riesgos del cambio climático, sobre los problemas de acceso a los recursos naturales, sobre la inseguridad ciudadana, sobre los ineficientes y derrochadores sistemas de gestión pública, etc. Como hemos visto, se trata de un paso introductorio y necesario para construir sobre él el imaginario tecnológico que resuelva estos problemas.

En este sentido, ante problemas complejísimos, la solución aparece sencilla: aplicar inteligencia sobre las tecnologías para que estas traigan una solución inmediata a problemas intrínsecos a la naturaleza humana, a problemas presentes a los largo de la Historia, a problemas que dependen de complejas estructuras de poder, a problemas que dependen de comportamientos individuales, a problemas que, en definitiva, tienen mucho más que ver con la política, la sociología, la economía o, casi siempre, una mezcla de todo ello. Esta orientación a solucionar problemas está muy vinculada a una forma de pensamiento conectada con la búsqueda de la eficiencia, pero también con una concepción de la realidad mecanicista en la que para cualquier problema singular existiría también una solución singular, más allá de la visión de conjunto, de las interacciones entre problemas y de la complejidad de los mismos. Esta misma orientación a las soluciones es la que prima la consecución de respuestas tecnológicas preguntas socio-políticas (problemas) para los que aún tenemos dificultades a la hora de definirlos. Así, los problemas sociales se definen como problemas complejos sin una solución única y óptima (wicked problems o problemas retorcidos) en función de las siguientes características definidas por Horst W. J. Rittel y Melvin M. Webber en Dilemmas in a general theory of planning: no existe una formulación definitiva de un problema retorcido, los  problemas retorcidos no tienen solución definitiva. las soluciones a los problemas retorcidos no son de verdadero o falso, sino buenas o malas, no existe una prueba inmediata ni definitiva de una solución a un problema retorcido, todo problema retorcido puede ser considerado un síntoma de otro problema, etc.

Sin embargo, la era de internet nos ha traído una confianza creciente en el poder de cambiar las cosas. Sin duda, ha liberado muchos espacios para ampliar la libertad individual de la ciudadanía y no es el momento de describir este cambio. Sin embargo, la sociedad conectada también se ha imbuido de una capacidad de confiar en que las soluciones a los grandes problemas son sencillas y que basta la adición de sofisticación tecnológica suficiente allí donde no existe para cambiar el mundo, un pensamiento con suficiente tradición y de renovada actualidad como para saber que tal axioma está expuesto a profundas limitaciones prácticas cuando estamos ante problemas complejos.
De esta manera, el internet-centrismo (como lógica por la cual cualquier análisis de la realidad y cualquier propuesta pueden ser configuradas en función de las características ideales del funcionamiento de internet) vuelve su mirada también a la ciudad para solucionar sus perennes problemas con internet y la red como referencia para cualquier arreglo tecnológico. La lógica del crowdfunding podrá ser aplicada a la financiación de proyectos urbanos, la lógica de Wikipedia se podrá aplicar a la gestión de la información urbana, la lógica Google puede aplicarse a los sistemas electorales, etc. Estas resoluciones técnicas de los problemas asociados a la ciudad podrían, hoy en día, abordarse desde una perspectiva solucionista por la cual esos conflictos y problemas disponen de soluciones sencillas. De esta manera, en la contundente refutación de esta lógica por parte de Evgeny Morozov  encuentra razones suficientes para sospechar de la viabilidad y la eficacia de las respuestas técnicas que la ideología californiana propone para el mundo.


miércoles, 29 de noviembre de 2017

Big data y nuevas epistemologías urbanas


Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.

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(...) Las implicaciones de las capacidades de recolección, almacenamiento, procesamiento y explotación de cantidades masivas de datos en un escenario de datificación de cualquier realidad social, empresarial, económica, etc. apenas han sido exploradas de manera crítica. De nuevo, nos encontramos ante una primera fase de socialización espectacularizada de un concepto y unas tecnologías que sólo ahora empiezan a apuntar sus desafíos pero que en la esfera urbana ya se han desplegado en los servicios de transporte, los sistemas de vigilancia pública, el pago de impuestos, etc. Uno de estos desafíos, quizá el que más se relaciona con el día a día ciudadano y el más capaz de generar impactos mediáticos es el relacionado con su potencial como tecnología de control y vigilancia y como mecanismo de discriminación laboral, criminal o como consumidores. Podemos hablar de una ansiedad creciente sobre la reducida capacidad de actuar frente a mecanismos de control social automatizados, invasivos, imperceptibles y masivos que están detrás de episodios de espionaje, pero también en niveles más cotidianos (principalmente, a través del control de preferencias y gustos para la manipulación comercial como consumidores). Sin embargo, el desafío va más allá y, en muestro caso, nos interesa más su relación con la pretensión de construir unas nuevas bases científicas para el estudio del hecho urbano y la ciudad contemporánea. La mitología del big data ofrece una relación directa entre más datos disponibles y una mayor precisión en la verdad, pero tal afirmación requiere entender las implicaciones epistemológicas y culturales de los datos masivos.

What Big Data Means For Big Cities 
La propuesta de “revolución” científica del big data no implica sólo una acumulación cuantitativa de información para la mejora del conocimiento, sino también una mejora cualitativa al permitir traspasar los límites de la ciencia normal para llegar a una nueva revolución científica. No se trata sólo de una cuestión de volumen, sino también de velocidad y variedad, de manera que la revolución del conocimiento que se derivaría de los datos masivos representa no un cambio de escala o mejor precisión, sino también otra nueva precisión científica, otra forma de conocimiento científico. Si tal es el caso, es evidente que debemos tomar con moderación esta nueva condición científica para comprenderla con claridad en su despliegue en cualquier esfera (finanzas, industria, salud, seguros, deportes,..).

Con estas premisas, el movimiento del big data ofrece para la ciudad un campo prioritario de actuación en el ámbito del análisis predictivo (por ejemplo, en proyectos relacionados con la seguridad ciudadana y la criminalidad, como el caso del uso de PredPol en el departamento de policía de Los Ángeles  en Estados Unidos o el ComptStat utilizado en ciudades como Nueva York), el análisis de sentimientos (principalmente a través de la exploración de las redes sociales), las ciencias naturales (los trabajos del CERN o la secuenciación genómica, por ejemplo), el urbanismo cuantitativo, las ciencias sociales o el periodismo de datos, por citar sólo unas ejemplos de aplicación. Esta capacidad predictiva potencialmente se sumaría como un nuevo instrumento de las políticas públicas: la capacidad de anticipación haciendo uso del big data acumulado por hechos pasados y a través de los cuáles se podrían establecer patrones confiables que son esperables en el futuro. Sin embargo, inferir de hechos pasados patrones futuros, a pesar de ofrecer posibles avances para la anticipación del despliegue de servicios en la ciudad, tiene indudables limitaciones, especialmente en un escenario tan complejo e imprevisible como la ciudad. Realizar previsiones y asumir patrones sobre hechos pasados es una práctica natural y cotidiana en cualquier actividad humana. También lo es, y tenemos ya una demostrada capacidad para hacerlo, la actividad de planificación urbana, basada en buena medida en la relación entre expectativas futuras y patrones pasados o actuales. Sin embargo, también sabemos de la dificultad para hacer realidad las estrategias y planes en cualquier ámbito y también en el gobierno y gestión de la ciudad. Somos seres planificadores pero la realidad limita siempre nuestros sueños de un cumplimiento perfecto de esas planificaciones. Los servicios de movilidad urbana, por ejemplo, llevan décadas mejorando a través de planificaciones y capacidad predictiva para modular su despliegue. Y, a pesar de ello, su nivel de acierto es moderado.

Esta ideología cultural de fetichización de los datos, tal com destaca César Rednueles en Sociofobia, se ha infiltrado en la sociedad, en las prácticas científico-tecnológicas, en los discursos institucionales y en los estudios sociales en una época dominada por las redes sociales como espacio de socialización y, sobre todo, de promoción de nuevos negocios y novedades tecnológicas. Se sitúa así como artefacto mitológico con significados implícitos que validan socialmente su propuesta de valor y se presentan como ideales auto-cumplidos. El big data se presenta, de hecho, como un asidero en el que las ciencias sociales pueden incluso quitarse de encima su complejo frente a las ciencias matemáticas, ya que ahora disponen de un instrumental para dotar de potencial estadístico comparable al de otras ciencias cuantitativas. Las disciplinas humanísticas, bajo esta lógica, disponen de una nueva oportunidad para proclamar su carácter de ciencia cuantitativa. Sin embargo, se trata de una reclamación poco afinada. Trabajar con big data sigue siendo una actividad subjetiva y aquello medido con big data no puede ser pensado como una verdad objetiva. Explotar datos masivos derivados de redes sociales, por poner un ejemplo de campo de aplicación efectista y que ha recibido gran atención en el imaginario SC, no puede proponerse como una cuantificación absoluta ni veraz de la realidad, y deberá siempre acompañarse de un descargo para indicar sus limitaciones.

Jonathan Harris — Data Will Help Us 
El big data implica, en definitiva, un extraordinario desafío sobre los marcos de trabajo de todas las disciplinas científicas, principalmente por el cuestionamiento que implica sobre el papel de la causalidad y la correlación en el método. También implica la exclusión de todo lo que no es cuantificable, sea esto la economía informal, los cuidados que prestan las personas a cargo de familiares difícilmente medibles en datos, etc.. En el escenario de espectacularización y banalización de las potencialidades y limitaciones del big data, el riesgo de los sesgos cognitivos es uno de los más decisivos. La sobre-representación de ingenieros y expertos en análisis de redes sociales en muchos de los experimentos y plataformas de agregación de datos masivos y la consecuente sub-representación de científicos sociales –más acostumbrados a hacerse preguntas y a tener en cuenta el riesgo de sesgos- está detrás de muchos de los proyectos de big data invalidados por sus planteamientos viciados. De hecho, esta misma sobre-representación es reconocida también desde el lado más crítico de las ciencias de la computación ubicua, que asume con mucha más normalidad que el discurso más dominante del big data y la smart city necesita la presencia de profesionales de las ciencias sociales y el uso de métodos cualitativos.

De la misma, estos sesgos se manifiestan en las exclusiones de información, lo que el big data no contiene en su aplicación práctica. A esta debilidad, las expectativas siempre responderán con una misma salida: si faltan datos, es precisamente porque necesitamos más datos, necesitamos ampliar el alcance de lo que podemos datificar, convirtiendo cualquier crítica sobre la insuficiencia de datos en un absurdo. Sin embargo, es precisamente en las ausencias de lo que no es cuantificable o lo que no es cuantificado donde se abren las brechas para la crítica del neo-positivismo de los datos como escenario de conocimiento perfecto de la realidad y como vía para descifrar el comportamiento humano y resolver los problemas sociales. ¿Quién deja rastro de sus actividades en la ciudad? ¿Quiénes participan en los circuitos e infraestructuras captadores de datos digitales? ¿Es esta la realidad reflejada a través de estos rastros digitales? ¿Quién no participa de estos circuitos de datificación? Y, sobre todo, ¿de qué manera el uso del big data responde a una realidad fraccionada?

miércoles, 1 de febrero de 2017

La condición inteligente de la ciudad

El nuevo número de Ciudad Sostenible incluye un extracto del libro Descifrar las smart cities. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

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La smart city como propuesta urbana trata de ofrecer un marco para explicar y ordenar la presencia digital en la ciudad. Se trata del modelo urbano que ha sido ofrecido como explicación totalizadora de tantos fenómenos de cambio que apenas hemos esbozado anteriormente. La complejidad de la transición a un mundo (progresivamente) ubicuo y (mayoritariamente) urbano exige dar un sentido y coherencia para explicar el mundo en el que vivimos y que estamos construyendo y en el marco de esta necesidad la SC ha salido triunfante como modelo o teoría social de referencia a partir de una integración o co-optación de discursos previos (la sostenibilidad) y de pretensiones nada novedosas (la planificación y a gestión burocrática del desarrollo urbano). A pesar de sus ambiciones totalizadoras, el debate sobre la smart city ha sido muy limitado, sesgado, incompleto y precipitado. Tras los últimos años protagonizando gran parte del debate institucional (en forma de congresos, planes, proyectos piloto, etcétera), la ciudad inteligente no es capaz de explicarse a sí misma de manera comprensible para poder discutir sus consecuencias explícitas y sus efectos implícitos.

El significado de estas innovaciones tecnológicas en un mundo tan urbano (por porcentaje de población viviendo en ciudades pero también por el cada vez mayor número de grandes aglomeraciones urbanas) y a la vez tan dispar (un mundo en el que conviven realidades urbanas tan diferentes como Lagos, Nueva York, Jakarta o Santiago de Chile) está aún por explorar. El escenario aspiracional de la ciudad inteligente en la sociedad conectada sigue siendo aquel descrito por uno de sus pioneros, William Mitchell una personalización y adaptabilidad masiva de los servicios públicos y privados a través de los cuales las personas desarrollamos nuestras vidas para nuestra conveniencia. Cabe preguntarse en este momento si conveniencia y eficiencia es lo único que cabe esperar como ciudadanos del despliegue de la ubicuidad digital en la ciudad. Frente a la conveniencia que desde principios de siglo han añadido a nuestra vida tantos equipos capaces de adaptarse a nuestra realidad, de hacernos más sencillas las cosas, ahora somos más conscientes que hay otras consecuencias asociadas. Pérdida de autonomía (¿somos hoy más libres sujetos a los grandes monopolios de internet?), cambios en nuestras capacidades humanas (¿qué fue de nuestra memoria?), modificación de nuestros hábitos (¿qué hacíamos con tantos tiempos muertos antes del móvil?), creación de nuevos modelos de gobernanza y ejercicio del poder (¿quién controla hoy nuestro rastro digital?),.. Estas consecuencias no son necesariamente negativas, pero claramente nos obligan a cuestionarnos no hacia dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.

El seminal artículo de Mark Weiser (The Computer for the 21st Century) sobre la computación ubicua. Este breve texto representa uno de los escritos más influyentes y casi fundacionales de la tecnología digital tal como la conocemos hoy, en la medida en que predijo el paso de la época del ordenador personal a la era de la computación distribuida y fuera de las pantallas de los ordenadores. Su influencia ha sido central en las siguientes dos décadas en la agenda de investigación de las tecnologías ubicuas y su presencia cotidiana y en la retórica sobre sus prometedores efectos como una proyección para el futuro . Sin duda, su carácter visionario expresado en la conocida cita “the most profound technologies are those that disappear. They weave themselves into the fabric of everyday life until they are indistinguishable from it” se ha demostrado real a día de hoy, aunque posiblemente su despliegue material haya tomado derroteros y plasmaciones insospechadas o imprevistas en algunos casos.
En el caso específico del urbanismo y el planeamiento municipal, su intersección con las tecnologías conectadas también ha dado lugar a nuevas soluciones que tratan de encontrar nuevas dinámicas urbanísticas que incorporen soluciones digitales en sentido amplio. Esto pasa, en primer lugar, por la exploración de la realidad del funcionamiento urbano a través del uso del big data como nueva fase del estudio de los sistemas complejos en los entornos urbanos produciéndose así proyectos de modelización y de visualización de datos urbanos. Este tipo de proyectos de urbanismo sensorizado o urbanismo cuantitativo utilizan una variedad de técnicas de análisis basadas en los datos digitales urbanos que quedan plasmados en visualizaciones con un componente dinámico y, en muchas ocasiones, en tiempo real.

Más cercanos al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimiento municipal hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.

Partimos, por tanto, desde este mismo momento, de la constatación de una nueva presencia en la ciudad, una nueva capa técnica que no sólo tiene un reflejo material en forma de infraestructuras, dispositivos públicos y personales, sino también un reflejo inmaterial en forma de flujos y transferencias de información, transacciones de todo tipo mediatizadas por interfaces digitales. Este es el entorno crecientemente generalizado en el que se desenvuelve la cotidianeidad urbana, en el que se transforman los servicios urbanos y en el que nace y se manifiesta un nuevo imaginario.

La invisibilidad es característica de las tecnologías que estamos tratando. Hasta ahora, cualquier otra gran transformación técnica de la Humanidad ha sido protagonizada por instrumentos materiales, tangibles físicamente e incluso pesados. Quizá el teléfono o el telégrafo se acerquen a esa invisibilidad pero, en último término, siempre han estado asociados a sus terminales, oficinas o líneas de comunicación y, en cualquier caso, su funcionamiento es relativamente sencillo en comparación con la complejísima red de infraestructuras, protocolos, software,… sobre la que se soporta la Red. Hoy tenemos los dispositivos conectados –con el smartphone como símbolo-, pero la transformación fundamental está en la conexión inalámbrica y la transferencia de información que generan. Datos, algoritmos y código son producto y resultado de la inteligencia ofrecida por los mecanismos materiales que usamos para conectarnos. Así, el teléfono móvil inteligente se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo un objeto absolutamente visible y material propio de la vida conectada es, sin embargo, resultado funcional de un sistema de redes complejas e infraestructuras (centros de datos, servidores,…) invisibles y desconocidas  que sostienen todo ello, pero radicalmente materiales y físicas. Esta pérdida de conexión sensorial con la base física de la Red podría explicar nuestra dificultad para captar las consecuencias profundas del cambio tecnológico que vivimos y hace que, en el día a día, la experiencia digital esté más cerca de lo inconsciente y la sensación de tener en nuestras manos una tecnología mágica sobre la que apenas tenemos capacidad de comprender sus consecuencias, su funcionamiento básico y las prerrogativas que le cedemos a cambio de su uso.

Estas cuestiones nos urgen a formular un modelo crítico para comprender la transición hacia una vida conectada que ha llegado de manera gradual pero abriendo importantes cuestionamientos sobre el significado de esta colonización digital. Podemos ver los sensores instalados en las farolas de alumbrado público, pagar el aparcamiento acercando nuestra tarjeta de crédito, seguir en tiempo real nuestro consumo energético o incluso, al menos entender, en qué consiste la plataforma de integración de datos que nuestro ayuntamiento está desarrollando a modo de sistema operativo. Podemos descargarnos una app en nuestro móvil, aceptar la política de cookies de una web o acordar con una empresa a través de un formulario web una determinada política de uso de nuestros datos personales. Pero aunque podamos tocar estos objetos o realizar estas acciones de manera consciente, su significado más íntimo en términos de quién hace qué con nuestros datos, qué control tenemos sobre las imágenes de video-vigilancia a las que estamos sometidos o por qué el buscador de información municipal nos ofrece unos datos u otros, sigue siendo una caja negra. Mucho más oscuro aún es comprender que nuestros datos personales están alojados en servidores y centros de datos de la Costa Este de Estados Unidos, que el diseño de ese sistema operativo de nuestra ciudad tiene su cerebro (servidor) en California o quién es dueño de los cables submarinos que nos conectan a la Red mundial. Por eso, a pesar de haber descubierto recientemente que nuestra sociedad y nuestras vidas, tan beneficiadas por estar conectadas, están también sometidas a los sistemas de espionaje masivo más complejos de la Historia, nuestra sensibilidad sobre los problemas, por ejemplo, de privacidad, sigue siendo muy baja. Esta realidad nos señala una necesidad imperiosa de disponer de recursos críticos para abordar estos cambios desde un debate social consciente, crítico y constructivo. Precisamente por el carácter invasivo e invisible que hemos señalado, las tecnologías que hoy disfrutamos tienen la capacidad de maravillarnos, instalarse cómodamente en nuestras rutinas y ser asumidas sin mayor cuestionamiento que la conveniencia que nos producen en nuestros quehaceres diarios. Pero si bien el enorme y complejo desafío de la privacidad y la seguridad se presenta como el más significativo y sensible a nivel personal, otros muchos desafíos se presentan en el horizonte de la esfera pública y comunitaria. Estos desafíos, en la medida en que se plasman a través del imaginario de la smart city en las formas de gobierno, en los arreglos institucionales a través de los cuáles se despliegan las infraestructuras básicas de la ciudad y nuevos servicios derivados de la esfera digital o en las expectativas sobre los límites de la democracia, abren la necesidad de cuestionar las asunciones implícitas detrás de estas tecnologías. 
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