Tabula rasa y adanismo. El olvido de los estudios urbanos en la era del big data
El interés por las ciudades inteligentes está íntimamente ligado al big data como uno de los materiales críticos en la realización de las aspiraciones de la SC La disponibilidad de datos masivos es una de las características emergentes de nuestra época. Startups, aplicaciones, servicios web, business angels,…luchan por almacenar, gestionar y, en último término, monetizar el rastro digital de la sociedad conectada y el individuo conectado. De manera inadvertida en la mayor parte de las veces, la vida es un constante goteo de datos y metadatos que se incorporan a un torrente invisible del que apenas sabemos nada. Si la trayectoria vital de una persona se puede cuantificar a través de tantos dispositivos y mecanismos que datifican nuestros pasos por el mundo, ¿qué no se podrá hacer con la suma de trayectorias digitales de personas, flujos, infraestructuras, servicios, incidentes, episodios y actos que forman la ciudad? La smart city es también la promesa de un urbanismo cuantitativo y empírico sustentado en el big data. Siendo así, dada la importancia fundamental que el big data tiene como movilizador del imaginario y, sobre todo, como combustible y dividendo monetizable de gran parte de las aplicaciones de la smart city, cabe abrir un apartado específico para analizar el significado de los datos masivos y su papel dentro del imaginario.
En 2008, un artículo en Wired de Chris Anderson, uno de los nombres más fácilmente asociables al internet-centrismo y al optimismo tecnológico en la red, abrió una intensa polémica mediática al anunciar el fin de las teorías y del propio método científico debido a la emergencia del big data: “the data deluge makes the scientific method obsolete”. El nuevo empirismo protagonizado por el ascenso del big data apela, entre otras cosas, a la disolución de las teorías y el trabajo teórico como fuente de conocimiento científico. La aspiración a captar cualquier fenómeno de la realidad a partir de datos bajo la promesa de n=all conlleva necesariamente la aspiración a encontrar en los datos todas las respuestas, de manera que las teorías sobre las que previamente se construyen los modelos de investigación en las ciencias sociales parecen quedar arrinconadas.
Hipótesis y modelos parecen ser un lastre para una nueva ciencia de la minería de datos (recopilar información primero, hacer preguntas después). El debate en torno al big data se encuentra muy mediatizado por posturas encontradas que llevan a una falta de dirección y claridad para encontrar respuestas claras, debido en parte a la interdisciplinariedad de la materia, y en parte también por la falta de perspectiva de las investigaciones en uno y otro sentido. Se abren varios caminos para superar estas dificultades: la necesidad de pensar y cuestionar más el campo del big data, evitando la tentación de caer en el "fin de las teorías", la necesidad de abordar investigaciones y trabajos más interdisciplinares y, en tercer lugar, avanzar en el desarrollo de más casos de éxito de utilización del big data en las ciencias sociales, un campo aún poco desarrollado.
En una lógica similar, el mito del ciberespacioapelaba ya al fin de la historia, de la geografía y de la política, en la medida en que se presenta, al igual que sucedió anteriormente con otros avances tecnológicos que presumiblemente iban a transformar el mundo (el telégrafo o la televisión, por ejemplo), como una nueva era. La historia tecnológica reciente tiende a ser presentada a partir de grandes saltos tecnológicos de carácter revolucionario. Sin embargo, este enfoque tiende a olvidar el carácter acumulativo y transicional del progreso humano y, en especial, tiende a inscribirse en el imaginario como una ruptura total por la cual todos los elementos sociales afectados por una tecnología dada deberán ajustarse necesariamente a ella (y en la forma en la que imponen los actores de su régimen discursivo). En el ámbito tecnológico relacionado con internet, el fin de la historia o, mejor, el inicio de una nueva época completamente diferente a las anteriores, también está presente .
Estos apuntes nos sirven para destacar una de las características de la construcción teórica de la smart city: su desconexión con prácticamente cualquier disciplina científica distinta de las diferentes ramas de la ingeniería y su desconexión del bagaje de conocimiento acumulado en torno a la ciudad. Este olvido es el que explica gran parte del descontento que genera fuera del propio ámbito de proyección y reproducción del imaginario, al apelar a objetivos –sostenibilidad, por ejemplo- sin práctica capacidad de interiorizar al menos parte de la experiencia acumulada en las últimas décadas en el conocimiento científico-técnico y en la práctica de la sostenibilidad local. Este es el olvido que explica que para apelar a la solución de los graves problemas ambientales de la ciudad, el marco de solución pase necesariamente a ser técnico sin apenas contextualización sobre el papel de los elementos no tecnológicos (regulación, incentivos de comportamiento, metabolismo urbano,..). Es el mismo olvido que posiciona a las soluciones de video-vigilancia en tiempo real y las últimas tecnologías de teledetección biométrica como referente central de las políticas de seguridad ciudadana, sin la más mínima conexión con el verdadero contexto urbano donde pretenden implantarse, donde factores económicos, de vulnerabilidad social, de diseño urbano, de políticas de seguridad o de percepción subjetiva juegan un papel ya establecido desde hace años. Sirvan como ejemplo, los resultados prácticos del despliegue de dispositivos de vigilancia en el espacio público en cuanto a pérdida de sentido de la confianza y la responsabilidad mutua, base de cualquier sistema público de seguridad.
Proyectos como los desarrollados por el MIT Senseable City Lab en Roma, Estocolmo, Singapur, entre otros, así como de otros muchos institutos e instituciones públicas (Chicago: City of Big Data, por ejemplo), utilizando diferentes herramientas de software (InfraWorks de Autodesk, por ejemplo) ilustran estas nuevas capacidades. En especial, son las posibilidades de predicción las que más interés despiertan, en la medida en que prometen fortalecer la capacidad de actuación de las instituciones, orientadas en sus esfuerzos a aumentar su resiliencia frente a catástrofes y episodios imprevistos (lluvias torrenciales, por ejemplo), optimizar la gestión del tráfico, personalizar y adaptar constantemente los servicios públicos, etc. Así es como ciudades como Santander, Ámsterdam, Dublin, Singapur, Río de Janeiro, Nueva York o San Francisco, por mencionar unas pocas, llevan tiempo explorando la posibilidad de conectar diferentes fuentes de datos para orientar la toma de decisiones en el medio construido de la ciudad, sumando a ello la ampliación de las aplicaciones prácticas de la nueva generación de software de modelización en 3D o los sistemas de información geográfica. En esta misma dinámica se encuentra los proyectos que buscan constituir paneles de indicadores en tiempo real, cuadros de mando, city cockpits o urban dashboards, cuya ambición es construir modelos que sistematicen, simplifiquen y modelicen la realidad urbana. Estos proyectos se caracterizan por proponer la generación y el análisis de datos sobre la ciudad a través de sistemas dinámicos y la ciudad es entendida como un espacio conectado del que se pueden extraer, procesar y analizar sus datos para disponer de una imagen de la ciudad en cada momento.
Esto mismo es aplicable al área de la construcción de infraestructuras, un aspecto especialmente sensible en la política municipal, no sólo por el margen de mejora en la eficiencia de estas grandes inversiones, sino también por la afectación a la vida en la ciudad que tienen este tipo de obras públicas. La utilización del big data ofrecería la capacidad de diseñar mejores escenarios en la planificación de las obras, modelizar su impacto en tiempo real para diseñar medidas compensatorias, etc. Así, la ola del quantified self de los datos personales deviene en barrios y ciudades cuantificados, sometidos a diferentes formas de medición de sus diferentes parámetros, en un escenario que promete conocer lo que pasa en sus calles. Esta oleada de sistemas de cuantificación personal apela a la generalización de dispositivos, aplicaciones y herramientas de diferente signo que buscan digitalizar cualquier dato de la vida cotidiana de una persona, desde las calorías consumidas a los kilómetros y la ruta utiliza haciendo deporte. Esta dinámica busca ofrecer al individuo una sensación de control sobre su propia vida, en la medida en que dispone de más información para hacer su propio seguimiento, para recibir sugerencias automáticas, para guardar sus memorias, etc. En este sentido, casi las mismas justificaciones del movimiento quantified self sirven para justificar el movimiento de la ciudad inteligente.
La nueva ciencia de las ciudades. Ni nueva ni científica
Uno de los elementos más sugerentes del régimen discursivo de la smart city es su apelación al surgimiento de una nueva ciencia de las ciudades. En una era de esplendor tecnológico, apelar a la ciencia como catalizadora de una nueva forma de pensar y construir las ciudades resulta atractivo. En efecto, en los últimos años diferentes centros de investigación de nueva creación se han sumado a otros con cierta tradición en la exploración del uso de la multitud de nuevas fuentes urbanas de datos. Nacidos en ocasiones de departamentos o facultades de las ciencias técnicas, estas iniciativas científicas han tendido a conformar consorcios variopintos de matemáticos, ingenieros, etc., con la esperanza de aplicar las técnicas propias de su campo (catapultadas por las nuevas capacidades que ofrecen los datos masivos) al estudio de la ciudad. Este emergente conglomerado de esfuerzos de investigación resulta sintomático del creciente interés por el estudio urbano desde una perspectiva tecno-científica y representa, sin duda, un nuevo ciclo en el estudio de la ciudad como no se había dado desde hace tiempo.
Sin embargo, esta aspiración de construir un entramado metodológico cuantitativo y mecánico para estudiar de manera integral la ciudad no es novedosa. De hecho, ya en 1913 el término The city scientific fue utilizado por George B. Ford como título de su conferencia en la quinta reunión anual de la National Conference on City Planning celebrada en Chicago. También es destacable que en 1967, el Housing and Urban Development Department del gobierno de Estados Unidos encargara a Volta Torrey un informe, Science and the city que, a pesar de la fecha, presenta una factura y una terminología sorprendentemente actual. Este último trabajo citado recoge expresamente desde el llamamiento a un esfuerzo de urbanización y construcción de infraestructuras sin precedentes vinculado a las nuevas necesidades hasta la definición de las nuevas tecnologías como clave para realizar con éxito dicha empresa. Los términos del informe son tremendamente actuales y podrían confundirse con muchos textos que se publican hoy en día desde las instituciones y empresas proponentes de la smart city. No faltan las menciones a la ciudad como un sistema de subsistemas, a la necesidad de innovación social desde una mirada multi-disciplinar al hecho urbano, la digitalización de la información, los dispositivos que pudieran ser sensibles a la situación del tráfico para adaptar su ordenamiento automático, la dicotomía entre átomos y bits (con tanta antelación, por ejemplo, a los escritos de William J. Mitchell), las posibilidades de modelización matemática de las necesidades de vivienda, la contribución de la tecnología al control de la contaminación del agua o del aire y, sobre todo, la apelación a la industria aeronáutica y la ciencia espacial -en aquel momento, en pleno auge como campo donde los avances científico-tecnológicos eran más llamativos- para que contribuyeran a la mejora de las ciudades, etc.
En una fecha tan alejada del actual discurso SC encontramos en el mencionado informe expresiones como "The name of the urban game is information processing", que hoy podría ser el título introductorio de cualquier charla TED o cualquier informe de una gran empresa interesada en la aplicación del big data a las ciudades. El mismo optimismo que destila el informe, dirigido a mostrar la contribución que el complejo industrial militar podía hacer a la sociedad norteamericana de la época es el que encontramos en las promesas del complejo industrial digital que hoy nos propone la mirrada científico-técnica y cuantitativa de la ciudad inteligente del siglo XXI.
Como decíamos, entender las dinámicas urbanas a través de un aparato cibernético, de ecuaciones y algoritmos ha sido un empeño cíclico en las décadas más recientes. Hoy planteamientos como los de Geoffrey West y Luis Bettencourt o Michael Batty–algunos de los nombres más destacados asociados a la nueva ciencia de las ciudades- son una continuación o reedición de los primeros trabajos de Jay Forrester en el MIT desde finales de la década de 1950, así como de los estudios de la física social basados en ecuaciones que describen diferentes esferas de la ciudad y cómo interactúan entre ellas, de manera que pueda programarse su simulación para extraer conclusiones y predicciones. Estos ejercicios no quedaron en el ámbito académico o en los laboratorios de simulación, sino que fueron llevados a la práctica en ciudades como Pittsburgh o Nueva York con sonoros fracasos y críticas posteriores . De la misma época datan algunos de los primeros experimentos de aplicación de rudimentarios sistemas de datos masivos (junto al análisis de clusters o la fotografía aérea infrarroja) en la ciudad de Los Ángeles para aplicarlos a estudios del gobierno municipal en relación con el urbanismo, la demografía o la vivienda . Sea como fuere, esta disciplina y estos trabajos pioneros sufrieron su particular viaje por el desierto hasta que fue redescubierta por IBM a principios del siglo XXI para aplicarla en Portland, a través de nuevos modelos más complejos, refinados y sistemáticos materializados en la aplicación System Dynamics for Smarter Cities. De nuevo, sus resultados fueron decepcionantes para los gestores públicos, en un caso que refleja las limitaciones teóricas y, sobre todo, prácticas de este tipo de acercamientos, que siempre van a tender a hacerle al modelo aquellas preguntas que pueden ser modelizadas sin entender esto como una limitación inherente a cualquier sistema de modelización. De hecho, las experiencias pasadas de intento de construir una ciencia urbana bajo estos parámetros sistémicos y computacionales han estado afectadas por diferentes restricciones: insuficiencia de datos, baja madurez de la ciencia disponible y limitado poder computacional. Hoy, varias décadas después de la anterior oleada de aplicación de este tipo de teorías, los nuevos esfuerzos vuelven a encontrarse con problemas prácticos a la hora de mostrar resultados confiables y útiles, por más que los datos hoy sean masivos, los fundamentos científicos sean más sólidos y el poder de procesamiento sea inimaginable hace unos años.
En realidad, la aspiración a construir una ciencia de las ciudades está íntimamente ligada al debate sobre el papel y el carácter científico de los estudios sociales en su sentido amplio, es decir, todo lo que alcanza al comportamiento humano y al comportamiento social. Desde el nacimiento del positivismo y su aspiración a ser aplicado en las ciencias sociales, siempre sobrevuela la cuestión de cómo convertir los temas sociales en un objeto científico de la misma forma que las ciencias físicas y naturales. Esta aspiración cientifista sigue informando el nuevo tecno-optimismo urbano. Así, volvemos a revivir la expectativa de poder aplicar técnicas cuantitativas para problemas sociales en las que los números tienen poco que aportar, el complejo de inferioridad de las ciencias sociales por no disponer del mismo material científico y metodológico con el que cuentan las ciencias naturales y, en general, el intento por construir de una vez por todas un aparato científico (cientifista) que ofrezca la ilusión de un aparato incontrovertido, preciso y con autoridad generalizable. Estas decepciones son fruto de una tendencia recurrente a confiar los problemas sociales a soluciones técnicas con una preferencia por la ingeniería como campo científico preferencial. Este escenario es, además, una reedición del positivismo más extremo, aplicado a las ciencias sociales y al análisis del comportamiento humano.
Entre el pesimismo y el utopismo, entre la épica urbana y la magia tecnológica
La construcción del imaginario de la smart city responde a un esquema básico de identificación de problemas y soluciones. Estos problemas son identificados por los agentes creadores del imaginario y soluciones que son precisamente las que esos creadores disponen en su portfolio comercial. Este esquema de justificación es compartido por cualquier informe corporativo y mecanismo comunicativo utilizado por las empresas activas en este mercado: una descripción normalmente somera, a partir de unos pocos datos básicos para seleccionar unos determinados problemas y situar su urgencia en función de la relación de dichos problemas con las soluciones disponibles por la empresa. Es así como la ciudad es caracterizada sistemáticamente como un lugar caótico, sujeto a restricciones presupuestarias, formado por sistemas fatalmente desconectados entre sí, lleno de fallos de diseño institucional, focos de inseguridad, obsoletos, degradados, desfasados, gestionados bajo formas del siglo pasado,… Todo ello es, hasta cierto punto, parte de la realidad cotidiana del paisaje global de la agenda urbana, pero no parece un punto de partida suficientemente sólido ni especialmente bien caracterizado en cuanto a los límites de la acción local en un contexto de interrelación globalizada de los grandes desafíos de la humanidad en materia de derechos, financiación de las políticas públicas, sostenibilidad, acceso a los recursos, etc.
La insistencia en un punto de partida pesimista sobre la ciudad sitúa el leit motiv de la SC en responder a una serie de problemas que hasta ahora los decisores políticos se han mostrado incapaces de resolver porque, precisamente, no han tenido disponible una suficiente fuerza tecnológica o no han sido suficientemente inteligentes para aplicar unas tecnologías que ya estaban a su disposición. Sin embargo, este punto de partida es esencialmente generalista, resultado de la necesidad de ofrecer productos prefabricados como soluciones inteligentes, válidas eventualmente para cualquier contexto urbano. La identificación de “temas urbanos” necesita ser problematizadora y selectiva, pero descontextualizada al mismo tiempo la raíz u origen de los problemas. Asumamos que los problemas presupuestarios son una característica básica de todos los sistemas de gobierno local en el mundo: ¿es un problema de origen municipal? La SC ha tendido a primar la relación problema-solución como una relación independiente de cualquier otra escala de gobierno y, sin embargo, en el tema que apuntamos se trata de un problema de complejas relaciones y equilibrios sobre diferentes modelos de descentralización, autonomía local, capacidad fiscal, redistribución territorial, etc. Todo ello, cuya resolución (nunca ideal, definitiva ni generalizable) no pasa por un cambio tecnológico, es obviado de una presentación en cualquier caso pesimista, que enfoca las soluciones a resolver las ineficiencias en el gasto público locales. De igual forma actúan otros argumentos que presentan un panorama pesimista y culpabilizador de la escala local.
De la misma forma que resulta razonable esta apelación a los problemas urbanos como justificante, no lo es menos reconocer que esto sólo sería parte de la imagen real de la ciudad y, sobre todo, remarcar la importancia sobre quién es el que define los problemas. Podría pensarse, por ejemplo, en situar la descripción de la ciudad como un espacio potencial de oportunidades, de igualdad, de diversión, de relación, etc., condiciones que deberían sopesarse en una balanza mejor equilibrada sobre la realidad de las ciudades. Desde esta problematización, el recurso a la utopía urbana es inmediato. La smart city es, en este sentido, una nueva utopía como anteriormente lo han sido tantos y tantos modelos urbanos que a lo largo de la Historia han querido ofrecer una solución definitiva y universal a los problemas urbanos. Utopía, en este sentido, es la otra cara del pesimismo en torno a la ciudad. La ciudad jardín como utopía ante la insalubre vida en la naciente sociedad industrial. La ciudad Futurama de la Feria Mundial de Nueva York de 1939, momento de esplendor de la ciudad del automóvil y de General Motors como agente creador de su régimen discursivo. Las utopías urbanas sobre la ciudad del futuro del Walt Disney Experimental Prototype Community of Tomorrow (EPCOT), nacida de una visión tan pesimista de la ciudad. La ciudad radiante como utopía ante la desordenada ciudad del siglo XX. La smart city como utopía ante la compleja y desorganizada ciudad contemporánea, una utopía que cierra los ojos ante el fracaso de utopías previas. El resultado tan decepcionante de estas promesas parece no ser suficientemente reconocido y asumido por quienes se plantean la posibilidad de planificar de manera burocrática y desde el racionalismo burocrático las ciudades inteligentes del futuro próximo.De hecho, la propia utopía de la ciudad motorizada imaginaba un futuro objetual –el coche- en lugar de las consecuencias de su generalización. En este sentido, una buena ciencia ficción, como bien expresó Frederik Pohl, no es aquella que predice el coche, sino aquella capaz de predecir los atascos de tráfico. Por ello, esta historia de los últimos 50 años tiene mucho que enseñarnos sobre el exceso de optimismo en torno a una determinada tecnología y nos invita a cuestionarnos cuánto tiempo será necesario hasta que seamos conscientes de las consecuencias indeseadas de esta carrera acelerada.
Nos encontramos ante una repetición de formulaciones ya conocidas en previas revoluciones tecnológicas. La suma del planeamiento racionalista propio del urbanismo moderno, los avances en la cibernética y la computación y la nueva fase de exploración de la teoría de sistemas forman el conjunto perfecto con el que poder responder al fracaso de intentos pasados. Con ello, la SC se propone un nuevo asalto a la ciudad para poner orden allí donde otros no pudieron y solucionar para siempre problemas que empiezan a ser demasiado molestos por su persistencia. Para ello, se cuida mucho de ofrecer unos problemas concretos como la agenda de problemas urbanos, aquellos que la SC cree capaz de superar con sus recursos tecnológicos, así como aquellos que forman parte de su agenda ideológica.
Nuestras ciudades, en buena medida y con diferente profundidad, son resultado de un régimen discursivo construido en la primera mitad del siglo XX y que tiene en la Feria Mundial de Nueva York y la propuesta Futurama de General Motors su antecedente más cercano. Entonces también se constituyó todo un aparato promocional, científico y cultural en torno al coche como gran catalizador de la transformación de la ciudad. En aquel caso, nos encontramos una gran empresa como General Motors destinando una cantidad importante de recursos mediáticos para convencer al público sobre la bondad de sus propuestas para movilizar la transformación de la ciudad. En esta misma situación estamos ahora, en el surgimiento de una nueva utopía urbana que afirma ser capaz de modelar la estructura física de la ciudad, tejer las nuevas relaciones personales y comunitarias, reorganizar nuestras instituciones y mecanismos de toma de decisiones, de reestructurar nuestro abanico de opciones vitales. Todo eso, tal como lo hemos conocido en las últimas décadas, ha sido producto en gran parte del mundo de la fenomenal capacidad de transformación que ha tenido la utopía de la ciudad moderna y su asociación con la cultura y la industria del automóvil. Así que surge como contestación una respuesta entre incómoda y sorprendida en forma de descontento sobre hacia dónde nos lleva la instrumentación digital de la ciudad.
El pesimismo implícito en la utopía urbana digital que manifiesta la SC tiene claros antecedentes en épocas recientes de las teorías urbanas, pero también fuertes anclajes en el utopismo propio con el que nacieron las ciencias de la computación. De la misma forma, hoy desde la smart city se imaginan los diferentes productos que reconfigurarán las ciudades, pero apenas se presta atención a sus consecuencias. Si no pudimos prever la contaminación, la obesidad, el consumo de territorio, la dependencia del petróleo, la inseguridad viaria o el cambio climático, ¿qué consecuencias no está atendiendo el marco de la smart city y que aparecerán en las próximas décadas? Pensando en los valores que encerraba la ciudad moderna del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) y la manera en que la smart city más prototípica se asemeja a ella, sabemos cuál es el balance de las propuestas utópicas de la primera mitad del siglo XX y cómo desde las últimas décadas del siglo pasado estamos luchando denodadamente por cambiar las tendencias de sus efectos más adversos en términos de desarrollo sostenible.
Conjugación en futuro perfecto. El futuro nunca llega demasiado pronto
Las promesas de la smart city son construidas a partir de una sistemática preferencia por los tiempos verbales en futuro. Esta cuestión la plantearon inicialmente Genevieve Bell y Paul Dourish en un acertado artículo (Yesterday’s tomorrows: notes on ubiquitous computing’s dominant visión) sobre la utilización del tiempo futuro como recurso discursivo en la tecnología (y, específicamente, en el área de la computación ubicua), y que la ciudad inteligente está repitiendo de forma mimética. De esta manera, echando la vista atrás a una década de investigación en el campo de la computación ubicua, los autores identifican como patrón el uso del futuro próximo (proximate future) como referencia temporal en la que las promesas se convertirían en realidad. De nuevo, no estamos ante una cuestión meramente estilística, sino que denota un posicionamiento previo sobre las condiciones en las que los desarrollos tecnológicos se desplegarán en la ciudad, quién será su responsable y cómo se repartirán los costes y los beneficios. Así, situando el potencial de realización de los beneficios de las smart cities en el futuro, implícitamente se sustrae la agencia de quienes no están incluidos en la propuesta de un determinado producto smart pensado en futuro. La responsabilidad de su desarrollo queda en manos de su proponente, mientras que los demás (de manera implícita también, la ciudadanía) queda al margen y no le queda más que esperar a ver cómo se concreta el proyecto. De la misma forma, detrás de este uso del tiempo futuro se esconde una estrategia de financiación del proyecto: invertir hoy para disponer de beneficios en el futuro (retornos económicos, ahorros o beneficios sociales), consiguiendo con ello sustraer el debate sobre la oportunidad de la inversión hoy (en la mayor parte de los casos muy importante dada la actual escasez de recursos económicos y también generalmente escondida entre difusos mecanismos de colaboración público-privada) porque, en cualquier caso, los beneficios futuros (por tanto, únicamente esperados y no reales) serán mayores.
Este mecanismo narrativo en tiempo futuro supone una consecuencia aún más crítica: las soluciones, dispositivos, interacciones o recursos susceptibles de ser catalogados como inteligentes son aquellos que veremos en ese futuro cercano, sustrayendo de la mirada aquellos ya existentes. Esta cuestión opera, a su vez, en dos niveles. Por un lado, sitúa la cuestión de la ciudad inteligente como una utopía más o menos cercana pero, en cualquier caso, por llegar. Es, por decirlo de alguna manera, el recurso a la insatisfacción del cliente (“aún no dispones de este producto que te hará ser feliz”), creando la actual abundancia de interés por comprar e implementar proyectos de smart city. Pero, por otro lado, funciona negando cualquier reconocimiento a proyectos, iniciativas o mecanismos ya existentes que perfectamente pudieran estar integrando hoy ya, de una manera mucho más natural desde la perspectiva del día a día de la vida en la ciudad, ese nuevo mix entre ciudad-tecnología que, en cualquier caso, ha sido siempre una constante en la historia de la ciudad a través de diferentes evoluciones tecnológicas. La negación de lo que acontece hoy, del uso actual de la tecnología digital es uno de los puntos de choque con las narrativas contra-hegemónicas, ya que oscurece de la descripción de la ciudad inteligente prácticas, agentes y usos cotidianos de tecnologías ya apropiadas por la ciudadanía.
Solucionismo. Las ciudades no necesitan la salvación eterna
La smart city funciona en un régimen discursivo que se propone atender problemas de una extraordinaria complejidad. El prólogo a cualquier presentación, informe o estudio que plantee las bondades de la ciudad inteligente estará preñado de alusiones cercanas a lo apocalíptico sobre la acelerada urbanización mundial, sobre los riesgos del cambio climático, sobre los problemas de acceso a los recursos naturales, sobre la inseguridad ciudadana, sobre los ineficientes y derrochadores sistemas de gestión pública, etc. Como hemos visto, se trata de un paso introductorio y necesario para construir sobre él el imaginario tecnológico que resuelva estos problemas.
En este sentido, ante problemas complejísimos, la solución aparece sencilla: aplicar inteligencia sobre las tecnologías para que estas traigan una solución inmediata a problemas intrínsecos a la naturaleza humana, a problemas presentes a los largo de la Historia, a problemas que dependen de complejas estructuras de poder, a problemas que dependen de comportamientos individuales, a problemas que, en definitiva, tienen mucho más que ver con la política, la sociología, la economía o, casi siempre, una mezcla de todo ello. Esta orientación a solucionar problemas está muy vinculada a una forma de pensamiento conectada con la búsqueda de la eficiencia, pero también con una concepción de la realidad mecanicista en la que para cualquier problema singular existiría también una solución singular, más allá de la visión de conjunto, de las interacciones entre problemas y de la complejidad de los mismos. Esta misma orientación a las soluciones es la que prima la consecución de respuestas tecnológicas preguntas socio-políticas (problemas) para los que aún tenemos dificultades a la hora de definirlos. Así, los problemas sociales se definen como problemas complejos sin una solución única y óptima (wicked problems o problemas retorcidos) en función de las siguientes características definidas por Horst W. J. Rittel y Melvin M. Webber en Dilemmas in a general theory of planning: no existe una formulación definitiva de un problema retorcido, los problemas retorcidos no tienen solución definitiva. las soluciones a los problemas retorcidos no son de verdadero o falso, sino buenas o malas, no existe una prueba inmediata ni definitiva de una solución a un problema retorcido, todo problema retorcido puede ser considerado un síntoma de otro problema, etc.
Sin embargo, la era de internet nos ha traído una confianza creciente en el poder de cambiar las cosas. Sin duda, ha liberado muchos espacios para ampliar la libertad individual de la ciudadanía y no es el momento de describir este cambio. Sin embargo, la sociedad conectada también se ha imbuido de una capacidad de confiar en que las soluciones a los grandes problemas son sencillas y que basta la adición de sofisticación tecnológica suficiente allí donde no existe para cambiar el mundo, un pensamiento con suficiente tradición y de renovada actualidad como para saber que tal axioma está expuesto a profundas limitaciones prácticas cuando estamos ante problemas complejos.
De esta manera, el internet-centrismo (como lógica por la cual cualquier análisis de la realidad y cualquier propuesta pueden ser configuradas en función de las características ideales del funcionamiento de internet) vuelve su mirada también a la ciudad para solucionar sus perennes problemas con internet y la red como referencia para cualquier arreglo tecnológico. La lógica del crowdfunding podrá ser aplicada a la financiación de proyectos urbanos, la lógica de Wikipedia se podrá aplicar a la gestión de la información urbana, la lógica Google puede aplicarse a los sistemas electorales, etc. Estas resoluciones técnicas de los problemas asociados a la ciudad podrían, hoy en día, abordarse desde una perspectiva solucionista por la cual esos conflictos y problemas disponen de soluciones sencillas. De esta manera, en la contundente refutación de esta lógica por parte de Evgeny Morozov encuentra razones suficientes para sospechar de la viabilidad y la eficacia de las respuestas técnicas que la ideología californiana propone para el mundo.
El interés por las ciudades inteligentes está íntimamente ligado al big data como uno de los materiales críticos en la realización de las aspiraciones de la SC La disponibilidad de datos masivos es una de las características emergentes de nuestra época. Startups, aplicaciones, servicios web, business angels,…luchan por almacenar, gestionar y, en último término, monetizar el rastro digital de la sociedad conectada y el individuo conectado. De manera inadvertida en la mayor parte de las veces, la vida es un constante goteo de datos y metadatos que se incorporan a un torrente invisible del que apenas sabemos nada. Si la trayectoria vital de una persona se puede cuantificar a través de tantos dispositivos y mecanismos que datifican nuestros pasos por el mundo, ¿qué no se podrá hacer con la suma de trayectorias digitales de personas, flujos, infraestructuras, servicios, incidentes, episodios y actos que forman la ciudad? La smart city es también la promesa de un urbanismo cuantitativo y empírico sustentado en el big data. Siendo así, dada la importancia fundamental que el big data tiene como movilizador del imaginario y, sobre todo, como combustible y dividendo monetizable de gran parte de las aplicaciones de la smart city, cabe abrir un apartado específico para analizar el significado de los datos masivos y su papel dentro del imaginario.
En 2008, un artículo en Wired de Chris Anderson, uno de los nombres más fácilmente asociables al internet-centrismo y al optimismo tecnológico en la red, abrió una intensa polémica mediática al anunciar el fin de las teorías y del propio método científico debido a la emergencia del big data: “the data deluge makes the scientific method obsolete”. El nuevo empirismo protagonizado por el ascenso del big data apela, entre otras cosas, a la disolución de las teorías y el trabajo teórico como fuente de conocimiento científico. La aspiración a captar cualquier fenómeno de la realidad a partir de datos bajo la promesa de n=all conlleva necesariamente la aspiración a encontrar en los datos todas las respuestas, de manera que las teorías sobre las que previamente se construyen los modelos de investigación en las ciencias sociales parecen quedar arrinconadas.
Chicago: City of Big Data |
En una lógica similar, el mito del ciberespacioapelaba ya al fin de la historia, de la geografía y de la política, en la medida en que se presenta, al igual que sucedió anteriormente con otros avances tecnológicos que presumiblemente iban a transformar el mundo (el telégrafo o la televisión, por ejemplo), como una nueva era. La historia tecnológica reciente tiende a ser presentada a partir de grandes saltos tecnológicos de carácter revolucionario. Sin embargo, este enfoque tiende a olvidar el carácter acumulativo y transicional del progreso humano y, en especial, tiende a inscribirse en el imaginario como una ruptura total por la cual todos los elementos sociales afectados por una tecnología dada deberán ajustarse necesariamente a ella (y en la forma en la que imponen los actores de su régimen discursivo). En el ámbito tecnológico relacionado con internet, el fin de la historia o, mejor, el inicio de una nueva época completamente diferente a las anteriores, también está presente .
Estos apuntes nos sirven para destacar una de las características de la construcción teórica de la smart city: su desconexión con prácticamente cualquier disciplina científica distinta de las diferentes ramas de la ingeniería y su desconexión del bagaje de conocimiento acumulado en torno a la ciudad. Este olvido es el que explica gran parte del descontento que genera fuera del propio ámbito de proyección y reproducción del imaginario, al apelar a objetivos –sostenibilidad, por ejemplo- sin práctica capacidad de interiorizar al menos parte de la experiencia acumulada en las últimas décadas en el conocimiento científico-técnico y en la práctica de la sostenibilidad local. Este es el olvido que explica que para apelar a la solución de los graves problemas ambientales de la ciudad, el marco de solución pase necesariamente a ser técnico sin apenas contextualización sobre el papel de los elementos no tecnológicos (regulación, incentivos de comportamiento, metabolismo urbano,..). Es el mismo olvido que posiciona a las soluciones de video-vigilancia en tiempo real y las últimas tecnologías de teledetección biométrica como referente central de las políticas de seguridad ciudadana, sin la más mínima conexión con el verdadero contexto urbano donde pretenden implantarse, donde factores económicos, de vulnerabilidad social, de diseño urbano, de políticas de seguridad o de percepción subjetiva juegan un papel ya establecido desde hace años. Sirvan como ejemplo, los resultados prácticos del despliegue de dispositivos de vigilancia en el espacio público en cuanto a pérdida de sentido de la confianza y la responsabilidad mutua, base de cualquier sistema público de seguridad.
Proyectos como los desarrollados por el MIT Senseable City Lab en Roma, Estocolmo, Singapur, entre otros, así como de otros muchos institutos e instituciones públicas (Chicago: City of Big Data, por ejemplo), utilizando diferentes herramientas de software (InfraWorks de Autodesk, por ejemplo) ilustran estas nuevas capacidades. En especial, son las posibilidades de predicción las que más interés despiertan, en la medida en que prometen fortalecer la capacidad de actuación de las instituciones, orientadas en sus esfuerzos a aumentar su resiliencia frente a catástrofes y episodios imprevistos (lluvias torrenciales, por ejemplo), optimizar la gestión del tráfico, personalizar y adaptar constantemente los servicios públicos, etc. Así es como ciudades como Santander, Ámsterdam, Dublin, Singapur, Río de Janeiro, Nueva York o San Francisco, por mencionar unas pocas, llevan tiempo explorando la posibilidad de conectar diferentes fuentes de datos para orientar la toma de decisiones en el medio construido de la ciudad, sumando a ello la ampliación de las aplicaciones prácticas de la nueva generación de software de modelización en 3D o los sistemas de información geográfica. En esta misma dinámica se encuentra los proyectos que buscan constituir paneles de indicadores en tiempo real, cuadros de mando, city cockpits o urban dashboards, cuya ambición es construir modelos que sistematicen, simplifiquen y modelicen la realidad urbana. Estos proyectos se caracterizan por proponer la generación y el análisis de datos sobre la ciudad a través de sistemas dinámicos y la ciudad es entendida como un espacio conectado del que se pueden extraer, procesar y analizar sus datos para disponer de una imagen de la ciudad en cada momento.
Esto mismo es aplicable al área de la construcción de infraestructuras, un aspecto especialmente sensible en la política municipal, no sólo por el margen de mejora en la eficiencia de estas grandes inversiones, sino también por la afectación a la vida en la ciudad que tienen este tipo de obras públicas. La utilización del big data ofrecería la capacidad de diseñar mejores escenarios en la planificación de las obras, modelizar su impacto en tiempo real para diseñar medidas compensatorias, etc. Así, la ola del quantified self de los datos personales deviene en barrios y ciudades cuantificados, sometidos a diferentes formas de medición de sus diferentes parámetros, en un escenario que promete conocer lo que pasa en sus calles. Esta oleada de sistemas de cuantificación personal apela a la generalización de dispositivos, aplicaciones y herramientas de diferente signo que buscan digitalizar cualquier dato de la vida cotidiana de una persona, desde las calorías consumidas a los kilómetros y la ruta utiliza haciendo deporte. Esta dinámica busca ofrecer al individuo una sensación de control sobre su propia vida, en la medida en que dispone de más información para hacer su propio seguimiento, para recibir sugerencias automáticas, para guardar sus memorias, etc. En este sentido, casi las mismas justificaciones del movimiento quantified self sirven para justificar el movimiento de la ciudad inteligente.
La nueva ciencia de las ciudades. Ni nueva ni científica
Uno de los elementos más sugerentes del régimen discursivo de la smart city es su apelación al surgimiento de una nueva ciencia de las ciudades. En una era de esplendor tecnológico, apelar a la ciencia como catalizadora de una nueva forma de pensar y construir las ciudades resulta atractivo. En efecto, en los últimos años diferentes centros de investigación de nueva creación se han sumado a otros con cierta tradición en la exploración del uso de la multitud de nuevas fuentes urbanas de datos. Nacidos en ocasiones de departamentos o facultades de las ciencias técnicas, estas iniciativas científicas han tendido a conformar consorcios variopintos de matemáticos, ingenieros, etc., con la esperanza de aplicar las técnicas propias de su campo (catapultadas por las nuevas capacidades que ofrecen los datos masivos) al estudio de la ciudad. Este emergente conglomerado de esfuerzos de investigación resulta sintomático del creciente interés por el estudio urbano desde una perspectiva tecno-científica y representa, sin duda, un nuevo ciclo en el estudio de la ciudad como no se había dado desde hace tiempo.
Science and the city |
En una fecha tan alejada del actual discurso SC encontramos en el mencionado informe expresiones como "The name of the urban game is information processing", que hoy podría ser el título introductorio de cualquier charla TED o cualquier informe de una gran empresa interesada en la aplicación del big data a las ciudades. El mismo optimismo que destila el informe, dirigido a mostrar la contribución que el complejo industrial militar podía hacer a la sociedad norteamericana de la época es el que encontramos en las promesas del complejo industrial digital que hoy nos propone la mirrada científico-técnica y cuantitativa de la ciudad inteligente del siglo XXI.
Como decíamos, entender las dinámicas urbanas a través de un aparato cibernético, de ecuaciones y algoritmos ha sido un empeño cíclico en las décadas más recientes. Hoy planteamientos como los de Geoffrey West y Luis Bettencourt o Michael Batty–algunos de los nombres más destacados asociados a la nueva ciencia de las ciudades- son una continuación o reedición de los primeros trabajos de Jay Forrester en el MIT desde finales de la década de 1950, así como de los estudios de la física social basados en ecuaciones que describen diferentes esferas de la ciudad y cómo interactúan entre ellas, de manera que pueda programarse su simulación para extraer conclusiones y predicciones. Estos ejercicios no quedaron en el ámbito académico o en los laboratorios de simulación, sino que fueron llevados a la práctica en ciudades como Pittsburgh o Nueva York con sonoros fracasos y críticas posteriores . De la misma época datan algunos de los primeros experimentos de aplicación de rudimentarios sistemas de datos masivos (junto al análisis de clusters o la fotografía aérea infrarroja) en la ciudad de Los Ángeles para aplicarlos a estudios del gobierno municipal en relación con el urbanismo, la demografía o la vivienda . Sea como fuere, esta disciplina y estos trabajos pioneros sufrieron su particular viaje por el desierto hasta que fue redescubierta por IBM a principios del siglo XXI para aplicarla en Portland, a través de nuevos modelos más complejos, refinados y sistemáticos materializados en la aplicación System Dynamics for Smarter Cities. De nuevo, sus resultados fueron decepcionantes para los gestores públicos, en un caso que refleja las limitaciones teóricas y, sobre todo, prácticas de este tipo de acercamientos, que siempre van a tender a hacerle al modelo aquellas preguntas que pueden ser modelizadas sin entender esto como una limitación inherente a cualquier sistema de modelización. De hecho, las experiencias pasadas de intento de construir una ciencia urbana bajo estos parámetros sistémicos y computacionales han estado afectadas por diferentes restricciones: insuficiencia de datos, baja madurez de la ciencia disponible y limitado poder computacional. Hoy, varias décadas después de la anterior oleada de aplicación de este tipo de teorías, los nuevos esfuerzos vuelven a encontrarse con problemas prácticos a la hora de mostrar resultados confiables y útiles, por más que los datos hoy sean masivos, los fundamentos científicos sean más sólidos y el poder de procesamiento sea inimaginable hace unos años.
En realidad, la aspiración a construir una ciencia de las ciudades está íntimamente ligada al debate sobre el papel y el carácter científico de los estudios sociales en su sentido amplio, es decir, todo lo que alcanza al comportamiento humano y al comportamiento social. Desde el nacimiento del positivismo y su aspiración a ser aplicado en las ciencias sociales, siempre sobrevuela la cuestión de cómo convertir los temas sociales en un objeto científico de la misma forma que las ciencias físicas y naturales. Esta aspiración cientifista sigue informando el nuevo tecno-optimismo urbano. Así, volvemos a revivir la expectativa de poder aplicar técnicas cuantitativas para problemas sociales en las que los números tienen poco que aportar, el complejo de inferioridad de las ciencias sociales por no disponer del mismo material científico y metodológico con el que cuentan las ciencias naturales y, en general, el intento por construir de una vez por todas un aparato científico (cientifista) que ofrezca la ilusión de un aparato incontrovertido, preciso y con autoridad generalizable. Estas decepciones son fruto de una tendencia recurrente a confiar los problemas sociales a soluciones técnicas con una preferencia por la ingeniería como campo científico preferencial. Este escenario es, además, una reedición del positivismo más extremo, aplicado a las ciencias sociales y al análisis del comportamiento humano.
Entre el pesimismo y el utopismo, entre la épica urbana y la magia tecnológica
La construcción del imaginario de la smart city responde a un esquema básico de identificación de problemas y soluciones. Estos problemas son identificados por los agentes creadores del imaginario y soluciones que son precisamente las que esos creadores disponen en su portfolio comercial. Este esquema de justificación es compartido por cualquier informe corporativo y mecanismo comunicativo utilizado por las empresas activas en este mercado: una descripción normalmente somera, a partir de unos pocos datos básicos para seleccionar unos determinados problemas y situar su urgencia en función de la relación de dichos problemas con las soluciones disponibles por la empresa. Es así como la ciudad es caracterizada sistemáticamente como un lugar caótico, sujeto a restricciones presupuestarias, formado por sistemas fatalmente desconectados entre sí, lleno de fallos de diseño institucional, focos de inseguridad, obsoletos, degradados, desfasados, gestionados bajo formas del siglo pasado,… Todo ello es, hasta cierto punto, parte de la realidad cotidiana del paisaje global de la agenda urbana, pero no parece un punto de partida suficientemente sólido ni especialmente bien caracterizado en cuanto a los límites de la acción local en un contexto de interrelación globalizada de los grandes desafíos de la humanidad en materia de derechos, financiación de las políticas públicas, sostenibilidad, acceso a los recursos, etc.
La insistencia en un punto de partida pesimista sobre la ciudad sitúa el leit motiv de la SC en responder a una serie de problemas que hasta ahora los decisores políticos se han mostrado incapaces de resolver porque, precisamente, no han tenido disponible una suficiente fuerza tecnológica o no han sido suficientemente inteligentes para aplicar unas tecnologías que ya estaban a su disposición. Sin embargo, este punto de partida es esencialmente generalista, resultado de la necesidad de ofrecer productos prefabricados como soluciones inteligentes, válidas eventualmente para cualquier contexto urbano. La identificación de “temas urbanos” necesita ser problematizadora y selectiva, pero descontextualizada al mismo tiempo la raíz u origen de los problemas. Asumamos que los problemas presupuestarios son una característica básica de todos los sistemas de gobierno local en el mundo: ¿es un problema de origen municipal? La SC ha tendido a primar la relación problema-solución como una relación independiente de cualquier otra escala de gobierno y, sin embargo, en el tema que apuntamos se trata de un problema de complejas relaciones y equilibrios sobre diferentes modelos de descentralización, autonomía local, capacidad fiscal, redistribución territorial, etc. Todo ello, cuya resolución (nunca ideal, definitiva ni generalizable) no pasa por un cambio tecnológico, es obviado de una presentación en cualquier caso pesimista, que enfoca las soluciones a resolver las ineficiencias en el gasto público locales. De igual forma actúan otros argumentos que presentan un panorama pesimista y culpabilizador de la escala local.
Walt Disney Experimental Prototype Community of Tomorrow |
Nos encontramos ante una repetición de formulaciones ya conocidas en previas revoluciones tecnológicas. La suma del planeamiento racionalista propio del urbanismo moderno, los avances en la cibernética y la computación y la nueva fase de exploración de la teoría de sistemas forman el conjunto perfecto con el que poder responder al fracaso de intentos pasados. Con ello, la SC se propone un nuevo asalto a la ciudad para poner orden allí donde otros no pudieron y solucionar para siempre problemas que empiezan a ser demasiado molestos por su persistencia. Para ello, se cuida mucho de ofrecer unos problemas concretos como la agenda de problemas urbanos, aquellos que la SC cree capaz de superar con sus recursos tecnológicos, así como aquellos que forman parte de su agenda ideológica.
Nuestras ciudades, en buena medida y con diferente profundidad, son resultado de un régimen discursivo construido en la primera mitad del siglo XX y que tiene en la Feria Mundial de Nueva York y la propuesta Futurama de General Motors su antecedente más cercano. Entonces también se constituyó todo un aparato promocional, científico y cultural en torno al coche como gran catalizador de la transformación de la ciudad. En aquel caso, nos encontramos una gran empresa como General Motors destinando una cantidad importante de recursos mediáticos para convencer al público sobre la bondad de sus propuestas para movilizar la transformación de la ciudad. En esta misma situación estamos ahora, en el surgimiento de una nueva utopía urbana que afirma ser capaz de modelar la estructura física de la ciudad, tejer las nuevas relaciones personales y comunitarias, reorganizar nuestras instituciones y mecanismos de toma de decisiones, de reestructurar nuestro abanico de opciones vitales. Todo eso, tal como lo hemos conocido en las últimas décadas, ha sido producto en gran parte del mundo de la fenomenal capacidad de transformación que ha tenido la utopía de la ciudad moderna y su asociación con la cultura y la industria del automóvil. Así que surge como contestación una respuesta entre incómoda y sorprendida en forma de descontento sobre hacia dónde nos lleva la instrumentación digital de la ciudad.
El pesimismo implícito en la utopía urbana digital que manifiesta la SC tiene claros antecedentes en épocas recientes de las teorías urbanas, pero también fuertes anclajes en el utopismo propio con el que nacieron las ciencias de la computación. De la misma forma, hoy desde la smart city se imaginan los diferentes productos que reconfigurarán las ciudades, pero apenas se presta atención a sus consecuencias. Si no pudimos prever la contaminación, la obesidad, el consumo de territorio, la dependencia del petróleo, la inseguridad viaria o el cambio climático, ¿qué consecuencias no está atendiendo el marco de la smart city y que aparecerán en las próximas décadas? Pensando en los valores que encerraba la ciudad moderna del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) y la manera en que la smart city más prototípica se asemeja a ella, sabemos cuál es el balance de las propuestas utópicas de la primera mitad del siglo XX y cómo desde las últimas décadas del siglo pasado estamos luchando denodadamente por cambiar las tendencias de sus efectos más adversos en términos de desarrollo sostenible.
Conjugación en futuro perfecto. El futuro nunca llega demasiado pronto
Las promesas de la smart city son construidas a partir de una sistemática preferencia por los tiempos verbales en futuro. Esta cuestión la plantearon inicialmente Genevieve Bell y Paul Dourish en un acertado artículo (Yesterday’s tomorrows: notes on ubiquitous computing’s dominant visión) sobre la utilización del tiempo futuro como recurso discursivo en la tecnología (y, específicamente, en el área de la computación ubicua), y que la ciudad inteligente está repitiendo de forma mimética. De esta manera, echando la vista atrás a una década de investigación en el campo de la computación ubicua, los autores identifican como patrón el uso del futuro próximo (proximate future) como referencia temporal en la que las promesas se convertirían en realidad. De nuevo, no estamos ante una cuestión meramente estilística, sino que denota un posicionamiento previo sobre las condiciones en las que los desarrollos tecnológicos se desplegarán en la ciudad, quién será su responsable y cómo se repartirán los costes y los beneficios. Así, situando el potencial de realización de los beneficios de las smart cities en el futuro, implícitamente se sustrae la agencia de quienes no están incluidos en la propuesta de un determinado producto smart pensado en futuro. La responsabilidad de su desarrollo queda en manos de su proponente, mientras que los demás (de manera implícita también, la ciudadanía) queda al margen y no le queda más que esperar a ver cómo se concreta el proyecto. De la misma forma, detrás de este uso del tiempo futuro se esconde una estrategia de financiación del proyecto: invertir hoy para disponer de beneficios en el futuro (retornos económicos, ahorros o beneficios sociales), consiguiendo con ello sustraer el debate sobre la oportunidad de la inversión hoy (en la mayor parte de los casos muy importante dada la actual escasez de recursos económicos y también generalmente escondida entre difusos mecanismos de colaboración público-privada) porque, en cualquier caso, los beneficios futuros (por tanto, únicamente esperados y no reales) serán mayores.
Este mecanismo narrativo en tiempo futuro supone una consecuencia aún más crítica: las soluciones, dispositivos, interacciones o recursos susceptibles de ser catalogados como inteligentes son aquellos que veremos en ese futuro cercano, sustrayendo de la mirada aquellos ya existentes. Esta cuestión opera, a su vez, en dos niveles. Por un lado, sitúa la cuestión de la ciudad inteligente como una utopía más o menos cercana pero, en cualquier caso, por llegar. Es, por decirlo de alguna manera, el recurso a la insatisfacción del cliente (“aún no dispones de este producto que te hará ser feliz”), creando la actual abundancia de interés por comprar e implementar proyectos de smart city. Pero, por otro lado, funciona negando cualquier reconocimiento a proyectos, iniciativas o mecanismos ya existentes que perfectamente pudieran estar integrando hoy ya, de una manera mucho más natural desde la perspectiva del día a día de la vida en la ciudad, ese nuevo mix entre ciudad-tecnología que, en cualquier caso, ha sido siempre una constante en la historia de la ciudad a través de diferentes evoluciones tecnológicas. La negación de lo que acontece hoy, del uso actual de la tecnología digital es uno de los puntos de choque con las narrativas contra-hegemónicas, ya que oscurece de la descripción de la ciudad inteligente prácticas, agentes y usos cotidianos de tecnologías ya apropiadas por la ciudadanía.
Solucionismo. Las ciudades no necesitan la salvación eterna
La smart city funciona en un régimen discursivo que se propone atender problemas de una extraordinaria complejidad. El prólogo a cualquier presentación, informe o estudio que plantee las bondades de la ciudad inteligente estará preñado de alusiones cercanas a lo apocalíptico sobre la acelerada urbanización mundial, sobre los riesgos del cambio climático, sobre los problemas de acceso a los recursos naturales, sobre la inseguridad ciudadana, sobre los ineficientes y derrochadores sistemas de gestión pública, etc. Como hemos visto, se trata de un paso introductorio y necesario para construir sobre él el imaginario tecnológico que resuelva estos problemas.
En este sentido, ante problemas complejísimos, la solución aparece sencilla: aplicar inteligencia sobre las tecnologías para que estas traigan una solución inmediata a problemas intrínsecos a la naturaleza humana, a problemas presentes a los largo de la Historia, a problemas que dependen de complejas estructuras de poder, a problemas que dependen de comportamientos individuales, a problemas que, en definitiva, tienen mucho más que ver con la política, la sociología, la economía o, casi siempre, una mezcla de todo ello. Esta orientación a solucionar problemas está muy vinculada a una forma de pensamiento conectada con la búsqueda de la eficiencia, pero también con una concepción de la realidad mecanicista en la que para cualquier problema singular existiría también una solución singular, más allá de la visión de conjunto, de las interacciones entre problemas y de la complejidad de los mismos. Esta misma orientación a las soluciones es la que prima la consecución de respuestas tecnológicas preguntas socio-políticas (problemas) para los que aún tenemos dificultades a la hora de definirlos. Así, los problemas sociales se definen como problemas complejos sin una solución única y óptima (wicked problems o problemas retorcidos) en función de las siguientes características definidas por Horst W. J. Rittel y Melvin M. Webber en Dilemmas in a general theory of planning: no existe una formulación definitiva de un problema retorcido, los problemas retorcidos no tienen solución definitiva. las soluciones a los problemas retorcidos no son de verdadero o falso, sino buenas o malas, no existe una prueba inmediata ni definitiva de una solución a un problema retorcido, todo problema retorcido puede ser considerado un síntoma de otro problema, etc.
Sin embargo, la era de internet nos ha traído una confianza creciente en el poder de cambiar las cosas. Sin duda, ha liberado muchos espacios para ampliar la libertad individual de la ciudadanía y no es el momento de describir este cambio. Sin embargo, la sociedad conectada también se ha imbuido de una capacidad de confiar en que las soluciones a los grandes problemas son sencillas y que basta la adición de sofisticación tecnológica suficiente allí donde no existe para cambiar el mundo, un pensamiento con suficiente tradición y de renovada actualidad como para saber que tal axioma está expuesto a profundas limitaciones prácticas cuando estamos ante problemas complejos.
De esta manera, el internet-centrismo (como lógica por la cual cualquier análisis de la realidad y cualquier propuesta pueden ser configuradas en función de las características ideales del funcionamiento de internet) vuelve su mirada también a la ciudad para solucionar sus perennes problemas con internet y la red como referencia para cualquier arreglo tecnológico. La lógica del crowdfunding podrá ser aplicada a la financiación de proyectos urbanos, la lógica de Wikipedia se podrá aplicar a la gestión de la información urbana, la lógica Google puede aplicarse a los sistemas electorales, etc. Estas resoluciones técnicas de los problemas asociados a la ciudad podrían, hoy en día, abordarse desde una perspectiva solucionista por la cual esos conflictos y problemas disponen de soluciones sencillas. De esta manera, en la contundente refutación de esta lógica por parte de Evgeny Morozov encuentra razones suficientes para sospechar de la viabilidad y la eficacia de las respuestas técnicas que la ideología californiana propone para el mundo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario