No es mi tema, pero es el tema. Hemos vuelto a mirar a los sistemas públicos de salud, descubriendo que llevaban bastante tiempo olvidados. No sé si durará el consenso de que es una de las cosas que nos permite sostenernos en pie como sociedades que aspiran a ser civilizadas. Sector esencial es una definición que no se acerca a lo que realmente implica.
Trataré en otro capítulo la respuesta tecnológica a la pandemia, pero dejo apuntados aquí algunos elementos aceleradores. En una semana hemos avanzado diez años en todo lo que tiene que ver con la telemedicina. Urgencia obliga, descubriendo o reformulando la relación con los pacientes para la atención primaria. Esa misma urgencia que nos obliga a poner en marcha cualquier alternativa es la que nos impide ver la materia oscura de la salud digital. Implicará hablar de desigualdades en el acceso a estos nuevos intermediarios digitales, porque en esa misma semana estaremos dejando atrás lo que aún no estaba bien y universalmente resuelto como algo tan simple ahora como las citas online o el acceso al historial sanitario y estaremos dando el salto a tratamientos y situaciones sanitarias mucho más sensibles. Datos y algoritmos llegarán para reorganizar lo que toque. Y el peligro de desorganizar lo que no toque. Las prisas nos jugarán malas pasadas si no lo pensamos bien.
Es el caso del pasaporte de inmunidad. Me cuesta encontrar referencias con razones de peso para justificar esta medida, pero comprendo la tentación. Parece buena idea saber quién tiene inmunidad porque haya pasado la enfermedad, como salvoconducto para seguir disfrutando de la vida del siglo XXI. Pero desde la ignorancia, tiene tantas vías de escape esta respuesta que no parece viable ni recomendable. Ni desde el punto de vista científico, ni desde el punto de vista ético. Parece que los tests de inmunidad están aún muy lejos de servir como referencia para una solución tan drástica como la que ofrece este pasaporte: tú puedes X, tú no puedes X, siendo X cualquier cosa que se nos ocurra, desde la más nimia a la más sensible, desde el acceso a un centro de trabajo al cruce de una frontera, desde la entrada a la escuela hasta la contratación de un seguro de vida. Quién los expide, bajo qué criterios, a quién se le exige, durante cuánto tiempo es válido,....Además, puestos a crear estos pasaportes, se abre la puerta para hacerlo para otras enfermedades. No puede sonar más potencialmente orwelliano. En Chile parece que ya están en ello. Los riesgos derivados de la falta de precisión de los tests -en comparación con los propósitos de irrebatibilidad que encierra este pasaporte, parecen demasiado grandes hoy como para confiar en algo así.
Sobre la vacuna hay mucho que hablar, aparte de mandar un afectuoso saludo a los anti-vacunas. Dicen que hay 115 posibles vacunas estudiándose a día de hoy. Es la gran carrera del siglo, o tal vez solo del 2020, pero es la gran y única esperanza realista para salir de esto. La gran misión de la humanidad hoy en día, como la misión de la llegada a la Luna. (Nota al margen: si la política no fuera ese engendro en el que se ha convertido, ni las sociedades occidentales no fueran pura decadencia, tendríamos que estar pensando en términos de misión tres o cuatro grandes temas para las próximas décadas). Me fascina esta carrera, pero en cuanto entras en los detalles técnicos, mi capacidad de comprensión se diluye y sólo me queda la admiración por quienes están en ello, y la esperanza de que, cuando llegue, sepamos encontrar razones de humanidad para distribuirla adecuadamente. Las vacunas han hecho la historia en buena medida, y esta lo hará también, pero ni siquiera aún estamos seguros de cuánta efectividad podrá llegar a tener ni cuánta inmunidad durante cuánto tiempo ofrecerá. Puede ser que se parezca más a la vacuna actual de la gripe, y no tanto a una vacuna erradicadora (como lo han sido para unas pocas enfermedades hoy casi olvidadas gracias a la vacunación). Ese es otro escenario en el que deberíamos estar ya, por estar preparados más que nada a nivel personal: ni siquiera teniendo la vacuna hoy podríamos aspirar a poder olvidarnos del Covid-19 dada su capacidad de propagación, su capacidad infecciosa y su índice de letalidad.
Su distribución equitativa, global y asequible será la gran cuestión dentro de unos meses. Digo "dentro de unos meses" cuando debería decir "en los próximos meses". En este tiempo, mientras encontramos la puerta, quizá deberíamos estar escuchando ya planes para saber cómo se va a distribuir, cuál será el régimen de patentes que regirá, bajo qué condiciones de distribuirá, a quién se administrará primero, cómo se financiará, cómo se producirá a gran escala,...Existen organismos internacionales que, en casos como el Ébola, consiguieron actuar de manera concertada a nivel global y es un signo de esperanza. Hay alguien pensando en ello, y con capacidad de coordinar esfuerzos. Pero en tiempos de populismo, nacionalismo y miedo, puede que veamos cosas menos edificantes.
No podemos ser optimistas sobre esto cuando estamos asistiendo a la gran demostración del mercado sanitario. No tengo aún muy claro cómo funciona normalmente el sistema de aprovisionamiento, producción, certificación, importación-exportación,distribución,...del mercado de las medicinas, los equipos de protección personal, las mascarillas, pero sí sabemos cómo se comporta ahora, ante la mayor crisis sanitaria desde hace tiempo. Un sistema que, en última instancia, es el refugio de aprovechados, arribistas, traficantes, piratas, especuladores e intermediarios junto a otros que no dudo que actuaban y actúan no solo de buena fe, sino bajo los criterios que pediríamos a una política sanitaria decente. Debería ser el momento para aspirar a un mercado global de la salud que estuviera regido por principios de interés social pero será difícil que las fuerzas de ese mismo mercado se resistan a reforzar la idea de la salud como un negocio.
Trataré en otro capítulo la respuesta tecnológica a la pandemia, pero dejo apuntados aquí algunos elementos aceleradores. En una semana hemos avanzado diez años en todo lo que tiene que ver con la telemedicina. Urgencia obliga, descubriendo o reformulando la relación con los pacientes para la atención primaria. Esa misma urgencia que nos obliga a poner en marcha cualquier alternativa es la que nos impide ver la materia oscura de la salud digital. Implicará hablar de desigualdades en el acceso a estos nuevos intermediarios digitales, porque en esa misma semana estaremos dejando atrás lo que aún no estaba bien y universalmente resuelto como algo tan simple ahora como las citas online o el acceso al historial sanitario y estaremos dando el salto a tratamientos y situaciones sanitarias mucho más sensibles. Datos y algoritmos llegarán para reorganizar lo que toque. Y el peligro de desorganizar lo que no toque. Las prisas nos jugarán malas pasadas si no lo pensamos bien.
Es el caso del pasaporte de inmunidad. Me cuesta encontrar referencias con razones de peso para justificar esta medida, pero comprendo la tentación. Parece buena idea saber quién tiene inmunidad porque haya pasado la enfermedad, como salvoconducto para seguir disfrutando de la vida del siglo XXI. Pero desde la ignorancia, tiene tantas vías de escape esta respuesta que no parece viable ni recomendable. Ni desde el punto de vista científico, ni desde el punto de vista ético. Parece que los tests de inmunidad están aún muy lejos de servir como referencia para una solución tan drástica como la que ofrece este pasaporte: tú puedes X, tú no puedes X, siendo X cualquier cosa que se nos ocurra, desde la más nimia a la más sensible, desde el acceso a un centro de trabajo al cruce de una frontera, desde la entrada a la escuela hasta la contratación de un seguro de vida. Quién los expide, bajo qué criterios, a quién se le exige, durante cuánto tiempo es válido,....Además, puestos a crear estos pasaportes, se abre la puerta para hacerlo para otras enfermedades. No puede sonar más potencialmente orwelliano. En Chile parece que ya están en ello. Los riesgos derivados de la falta de precisión de los tests -en comparación con los propósitos de irrebatibilidad que encierra este pasaporte, parecen demasiado grandes hoy como para confiar en algo así.
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What is an 'Immunity Passport'? |
Su distribución equitativa, global y asequible será la gran cuestión dentro de unos meses. Digo "dentro de unos meses" cuando debería decir "en los próximos meses". En este tiempo, mientras encontramos la puerta, quizá deberíamos estar escuchando ya planes para saber cómo se va a distribuir, cuál será el régimen de patentes que regirá, bajo qué condiciones de distribuirá, a quién se administrará primero, cómo se financiará, cómo se producirá a gran escala,...Existen organismos internacionales que, en casos como el Ébola, consiguieron actuar de manera concertada a nivel global y es un signo de esperanza. Hay alguien pensando en ello, y con capacidad de coordinar esfuerzos. Pero en tiempos de populismo, nacionalismo y miedo, puede que veamos cosas menos edificantes.
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Scientists are working on 115 possible COVID-19 vaccines around the world |
Ojalá sea el momento para hablar de la salud mental, pero en serio. Veremos cómo salimos de todo esto, seguro que mejor de lo que auguran las visiones más pesimistas sobre el efecto a corto y largo plazo de una situación, no sólo de confinamiento, sino también de interrupción del afecto cercano, de incertidumbre, de rabia hiper-concentrada en esa putrefacción de las redes sociales, de la angustia, el miedo y el descontento, del estrés por vivir una normalidad patas arriba, del descubrimiento de la vulnerabilidad, de la frustración por la pérdida del empleo y/o de ingresos, de la dichosa amenaza del virus. Mayores aún serán las consecuencias post-traumáticas de quienes están sufriendo en primera línea la labor sanitaria y aún más quienes viven la muerte de seres cercanos y a los que no pueden siquiera velar o vivir su duelo. También lo será en el caso de muchos de los enfermos curados, que añadirán a sus lesiones físicas crónicas una herida traumática de su periodo de tratamiento. No se me ocurren circunstancias más extremas y dramáticas. Todo ello en una sociedad que adora la perfección fingida y superficial pero esconde debajo de sus alfombras millones de historias de incomprensión y abandono social y político sobre la salud mental en sus diferentes manifestaciones. Ahí habrá, y en esto estoy seguro, una gran carga social y sufrimiento personal. La lucha contra el Covid-19 no se acabará ni aunque desapareciera el virus, y quizá, de paso, si es que queremos tratar las consecuencias psicológicas de la pandemia, podamos también plantearnos cómo dignificar la salud mental y humanizar el sistema público de atención a estas enfermedades.
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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años.
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