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lunes, 11 de mayo de 2020

10 artículos sobre los retos éticos y políticos de la respuesta tecnológica al coronavirus

Hace unos días publiqué el post Coronavirus: la respuesta tecnológica, un ensayo precipitado y a gran escala. Se trata de una mirada concreta a cómo el despliegue de diferentes opciones tecnológicas para abordar el manejo de la pandemia desde el punto de vista sanitario y epidemiológico ha acelerado la llegada, o el ansia por que lleguen, de aplicaciones, dispositivos, sistemas e infraestructuras digitales con una fuerte base en datos personales. Se está escribiendo y revisando mucho el tema estos días, por detrás de la velocidad a la que se están poniendo en marcha estas soluciones. Mucho más tendrá que debatirse, y estos artículos pueden servir para introducirse en algunos aspectos:










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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años. 

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martes, 28 de abril de 2020

Coronavirus: la respuesta tecnológica, un ensayo precipitado y a gran escala

El último mes ha valido como 10 años en el proceso de adopción y transformación digital a nivel mundial. Ni CEOs ni CIOs, ha sido el coronavirus el que ha acelerado este proceso. La respuesta tecnológico-digital al Covid-19, junto con las esperanzas puestas en el sistema científico-tecnológico para crear nuevos entornos y soluciones a nivel de gestión pública, provisión de servicios, innovación social,…han creado un nuevo marco de exigencia y aceleración. La sociedad en su conjunto, las autoridades y las empresas están pudiendo evaluar ahora la aportación de la inteligencia artificial, la robotización o la automatización, en la acción de las instituciones públicas.

A falta de vacuna y con el único recurso posible del distanciamiento social, nos queda la opción de la tecnología como respuesta a la pandemia. Este repositorio muestra a las claras la extensión de esta. Donde la opción tecnológica ha sido más organizada y sistemática (Taiwan, Singapur o Corea del Sur), el recorrido de la pandemia parece confirmar su utilidad. Claro que, como siempre, la tecnología no existe de manera aislada del entorno en el que se desarrolla y se implanta. Así que quizá las soluciones de seguimiento o de automatización que se han aplicado en estos países a los que miramos con tanta envidia tienen menos que ver con la solución técnica en sí y más con el grado de penetración de la tecnología, con las particularidades de sus sistemas de gobierno, con la disposición a asumir los costes en términos de privacidad, con la legislación, etc. Llama la atención el ejemplo de Taiwan, donde se ha destacado su enfoque de tecnología cívica en su respuesta  así como la utilización que han hecho de los datos masivos. También los entornos de fabricación digital 3D ha encontrado la ocasión ideal para darse a conocer al público en general y de manera concreta.

Photo by Jens Johnsson on Unsplash

No me propongo hacer un repaso exhaustivo de todas las versiones de la respuesta tecnológica que hemos conocido estas semanas. Más o menos las conocemos. Aplicaciones con diferentes funcionalidades para hacer seguimiento de contactos, de localización o de permisos para excepciones al confinamiento, análisis de big data para encontrar patrones en la evolución o multiplicar el esfuerzo científico; complejos dispositivos para hacer controles sanitarios y tests in situ a la población; robots para realizar tests, hacer comprobaciones en la calle o facilitar la distribución de equipos de protección; vigilancia de personas infectadas, incluyendo cámaras de control de temperatura e identificación facial, información en tiempo real a la población, telemedicina, etc. Es sólo una parte de la respuesta tecnológica, pero la que me parece más sensible en términos éticos, jurídicos, sociales,... porque implican en esencia aumentar varios niveles el sometimiento a sistemas de control y vigilancia sobre la privacidad individual y la capacidad de tomar decisiones en torno a información personal y privada.

En un desastre de las dimensiones que estamos viviendo cualquier recursos cuenta, y es necesario contar con la mejor ciencia y la mejor tecnología. Si la ciencia clave para la gestión de la pandemia juega de forma intrínseca en el terreno de lo que no conocemos más que de lo que conocemos, la tecnología hoy juega en el terreno de lo que se puede y no se puede hacer. Ese “puede” tiene que ver con lo que es factible, y por eso lo que ha sido posible en Corea del Sur no lo ha sido en la mayoría del resto de países. La distancia entre lo posible allí y lo imposible aquí marca el camino de lo que se propondrá hacer aquí en los próximos años para todo lo que no se haya hecho en estas semanas.

Pero ese “puede” también ha que vincularlo a lo que social y políticamente es posible en cada país. Una situación de emergencia, por definición, reconfigura temporalmente las bases sobre las que se sustentan instituciones, procedimientos, formas de hacer, hábitos,… hasta el punto de que todos los países, de una u otra manera, han formalizado su respuesta bajo figuras diversas (estado de alarma, por ejemplo) para poder adoptar un marco jurídico más estable. En esta situación, la respuesta tecnológica también se abre camino en un entorno de excepcionalidad, en el que las libertades individuales, los derechos humanos o la privacidad se abordan desde otros límites. Este artículo es un fenomenal texto de evaluación de las principales tipologías de soluciones técnicas utilizadas y los riesgos que implican a nivel individual y colectivo. Esta generalización de este tipo de seguimiento móvil revela su utilidad para asegurar un seguimiento efectivo de los contagios y, a la vez, el delicado terreno en el que nos adentramos.

Necesitamos vigilancia masiva, pero no tiene, no tendría por qué ser escalofriante. Track and test parece que es la única salida viable. Para hacerlo bien necesitamos soluciones tecnológicas capaces de hacer este seguimiento de manera efectiva y eficiente, cosa que es relativamente viable, pero también necesitamos que sea acorde con los niveles de legitimidad y respeto a la privacidad que desearíamos en sociedades democráticas (dejo aparcado el debate más profundo sobre si realmente lo somos, lo seremos o queremos que lo sean, que es una cuestión más civilizatoria que está rondando también). Estamos hoy negociando un nuevo contrato social sobre cómo nos vamos a relacionar en la sociedad digital con nuestras instituciones. Cuáles son los datos de rastreo necesarios, cómo se hará ese rastreo y cuáles serán los algoritmos utilizados para tomar decisiones críticas (definirte como inmunizado, autorizarte a una determinada actividad, confirmar tu licencia de apertura, obligarte a un confinamiento fuera de casa,…) es el conflicto que estamos a punto de firmar, pero no contamos con una regulación segura y garantista para estas circunstancias, ni con la calma suficiente para hacer de ello un debate social sobre un tema que redefinirá la sociedad digital de los próximos años. Peor, vamos a actuar bajo nuevas condiciones sin haber firmado aún el contrato. Apelar a que es una restricción o una auto-limitación consentida de manera momentánea, y que después podremos volver a la casilla de salida suena demasiado optimista.

Aquí es donde hay que reivindicar y poner en práctica con transparencia y de manera concertada principios como la no discriminación y evaluación de sesgos, proporcionalidad, privacidad, rendición de cuentas, prevención de riesgos, consentimiento, privacidad por defecto o accesibilidad. Suenan teóricos, pero son los principios que pueden diseñar cualquier herramienta que se quiera implantar más allá de sus funcionalidades y requerimientos técnicos, y tienen una incidencia material y efectos directos sobre las personas.

La Caja de Pandora ya está abierta. El troyano está dentro del sistema. Google y Apple ofrecen una opción para universalizar el seguimiento, pero las respuestas a nivel nacional también han aparecido, desde las más sofisticadas (Singapur) a las más rudimentarias pero efectivas (Grecia). Este repositorio ofrece una magnífica imagen de la dimensión y extensión de esta pulsión por la solución vía apps móviles. La tensión ética entre libertad y privacidad ha dejado de ser una cosa hipotética, circunstancial o marginal, y la sociedad de la vigilancia, vía sanitaria, ya está(ba) en marcha, y el marco de los derechos humanos importará más que nunca, aunque habrá que dotarlo de una actualización en términos de derechos digitales. Para algunos, el intercambio merece la pena, porque el solucionismo tecnológico siempre está ahí para encontrar razones. La tentación autoritaria es una opción que toma fuerza en un ambiente político dominado por el ascenso populista, la disolución de las formas tradicionales de formación de la opinión pública, la crisis de los partidos políticos al uso como intermediadores, las nuevas posibilidades de manipulación de las opiniones políticas,...

Photo by Graham Ruttan on Unsplash
Vislumbrar cuál será la salida entre el optimismo tecnológico y el pesimismo político nos lleva fácilmente a la decepción sobre el futuro de la humanidad. El totalitarismo de vigilancia tiene el camino despejado en este contexto socio-político, al que ahora añadimos el miedo y la desconfianza. Puede que no todo sea tan catastrófico, y podamos encontrar un balance realista y justo, pero al menos a corto plazo la normas, las normas, la normalidad, tendrán otra pinta muy distinta a cómo eran. Como es demasiado tentador, y se ha convertido a la vez en pasatiempo mediático y en herramienta para encontrar razones de nuestra desdicha, la comparación con los países que mejor han respondido nos lleva a la aspiración de ser como Corea del Sur o Singapur. Es mucho decir, al menos desde el punto de vista europeo, una región del mundo encerrada en sí misma y en permanente duda metafísica sobre sí misma desde al menos la última crisis económica.  Sea como sea, la capacidad de innovación tecnológica se ha puesto al servicio de una crisis global de manera precipitada (urgencia obliga) y está siendo una de las grandes esperanzas. Esa misma urgencia va a introducir de manera generalizada soluciones que afectan  a la privacidad individual y a la concepción social del papel de la tecnología. Pero "la tecnología" no existe de manera independiente del ensamblaje social en el que se produce, se regula y actúa, por lo que la evaluación ética de cualquier tecnología mediadora como respuesta a la pandemia es ineludible.

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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años. 

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martes, 30 de enero de 2018

Bherria, explorando nuevas claves en proyectos colaborativos a escala municipal

Oficialmente, lo que decían los materiales de difusión, Bherria es un proyecto de formación/aprendizaje sobre nuevos modelos de relación o colisión en temas como la participación ciudadana, el voluntariado, el activismo y la comunicación. Muchos ingredientes en la coctelera que ya lo hacían suficientemente complejo y, puede, difícil de concretar. Después, la realidad al ponerlo en marcha y vivir durante los últimos meses de 2017 su evolución hace que nos demos cuenta que ha sido otras cosas, o más cosas.


Asier lo ha explicado muy bien; Bherria, en su primera edición, ha sido un encuentro de personas e instituciones que andamos haciéndonos preguntas, buscando nuevos significados a las formas de hacer desde las políticas públicas de cercanía. Con más interrogantes que certezas, algunos han formado parte como participantes de un proceso más o menos clásico de formación (actividades online y encuentros presenciales) pero que en realidad ha tenido mucho más de encuentro. Otros hemos participado como facilitadores o como sea que se llame lo que hemos hecho. Muchas cosas, desde el diseño a la construcción de la plataforma online y sus contenidos, desde un extraordinario esfuerzo por documentar visualmente el proceso hasta una cuidada dedicación a los diferentes encuentros presenciales.

Ahora que el proyecto ha culminado, y mientras vemos qué podemos hacer con todo lo trabajado, es fácil resumir que, al final, Bherria ha sido un camino por las diferentes ágoras temáticas que teníamos previstas: Ágora de Autogestión y Procomún, el Ágora de SmartCitizen y el Ágora de Escucha y Comunicación Digital. Pero puede que sean los intangibles, difíciles de formalizar, los que hayan tenido más valor, o los que no hayamos cubierto suficientemente, o los que merezca la pena trabajar más adelante. Podemos agarrarnos a esa especie de decálogo que ha salido como conclusiones.


Bherria es fruto del esfuerzo de muchas personas, pero sin duda trabajar en equipo con Asier, Arantxa, Asier, Ritxi, Itziar, Ziortza, Raúl,… ha sido una suerte. Mucho curro, muchas urgencias y también mucho mimo, más del que yo he podido poner al encargarme del ágora de sociedad conectada y ciudadanía digital, que partía de la siguiente idea:

En los últimos años, la agenda de políticas públicas urbanas ha ido incorporando diferentes tendencias derivadas de los cambios sociales y culturales que se están produciendo en la sociedad contemporánea. Dentro de estos cambios, la esfera digital ocupa un lugar central. Las ciudades inteligentes aparecen como la realización de un escenario en el que diferentes tecnologías cambian nuestras relaciones personales, la forma en que se organizan y prestan los servicios públicos, las dinámicas de acción social colectiva, etc. ¿Cómo conseguir valor social y comunitario de estas tecnologías?

El recorrido ha implicado cuestionar los escenarios que abre la sociedad digital en materia de participación, de derechos, de hábitos cotidianos y prácticas colectivas. Nada nuevo cuando hablamos de propiedad de los datos, de la capacidad de tener margen de maniobra en el caldo tecnológico, de soberanía tecnológica, de nuevas formas de intervenir en lo público, etc., pero suficiente para poder extraer algunas ideas que han ido surgiendo en los debates y actividades del módulo.



La conversación, el punto de unión de la mayoría de los proyectos que los participantes han trabajado -proyectos o iniciativas concretas que están lanzando o gestionando en sus ayuntamientos- creo que ha sido el de descifrar qué significa hoy participar en un entorno que se ha hecho más complejo: procomún, inteligencia colectiva, autoorganización, esfera digital,...parece que crean nuevas condiciones o expectativas para abrir los proyectos que las instituciones acogen a escala local. Pero, más allá de esto, mi impresión más personal es que los ayuntamientos siguen necesitando respuestas y herramientas mucho más ajustadas a las condiciones con las que trabaja el personal involucrado en todos los proyectos que han circulado alrededor de Bherria (acogida a inmigrantes, políticas de juventud, procesos participativos -muchos, sorprendentemente, vinculados a espacios urbanos desaprovechados-, proyectos de atención social y voluntariado,...). No sé si faltan muchas más herramientas, recursos o capacidades -seguramente sí, todo a la vez- pero en lo que sí ha podido contribuir Bherria es a crear un entorno de colaboración entre los/as participantes, ahí hemos notado que hace falta más encuentro e intercambio entre personas y proyectos que, en el fondo, no están tan solas ante tantas incertidumbres a la hora de lanzar proyectos. En estos meses ha nacido un prototipo que puede servir para esto, ahora es cuestión de conseguir que se consolide algo, de una manera u otra. 

jueves, 23 de noviembre de 2017

El rastro digital de la vida en la ciudad

La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hace de forma que hace unos pocos años apenas podíamos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y todas las esferas de la vida cotidiana en la ciudad. Pensemos en la recogida de residuos, el transporte y la movilidad, la generación, distribución y consumo de energía, el diseño de las calles y del mobiliario urbano, la información ciudadana, etc. En todos estos casos están surgiendo herramientas digitales de medicación que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia del uso de esos servicios y de la propia vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local. De la misma manera, las formas de consumo, el acceso a la cultura, cómo nos movemos, buscamos direcciones o encontramos nuestro destino en la ciudad o la manera en la que recordamos, nos socializamos o buscamos información están mediatizadas por la esfera digital en sus diferentes formas.

La vida en las ciudades está cada vez más determinada por las tecnologías digitales, de la misma forma que a lo largo de la Historia urbana la evolución de los entornos urbanos ha estado asociada a sus sucesivas instrumentaciones, desde la aparición de los primeros sistemas de alcantarillado a la iluminación eléctrica de la vía pública. Hoy esta instrumentación va adquiriendo características nuevas asociadas a la conectividad y las funciones digitales que hacen realidad corpórea las visiones que en décadas pasadas aventuraban una hibridación de los espacios físicos y digitales. La vida cotidiana es cada vez más una creciente interacción con objetos, plataformas y dispositivos conectados, muchas veces de manera inconsciente (el rastro digital que dejamos en el sistema público de alquiler de bicicletas, nuestra imagen captada por una cámara de video-vigilancia o el paso de un autobús urbano identificado por un sensor, por ejemplo) y otras de manera más consciente (buscando un lugar a través de la navegación GPS, conectándonos a una red de conexión inalámbrica en una plaza, pagando el estacionamiento, etcétera).

Ed Jones/AFP/Getty Images 
Quienes no pueden percibir la red no pueden actuar de manera efectiva dentro de ella y se encuentran sin poder”, señala el artista James Briddle , indicándonos una de las características más trascendentales de esta realidad digital y el enorme reto que implica en términos ciudadanos. Desde termostatos en nuestra pared hasta sensores en el asfalto que pisamos, la vida diaria se va colonizando de dispositivos que organizan o mediatizan nuestras decisiones o incluso toman decisiones por nosotros mismos de manera subrepticia y, en muchas ocasiones, independientemente de nuestra voluntad. Desde cámaras de reconocimiento facial en las esquinas de nuestras calles hasta farolas que detectan la presencia de personas en la acera, dispositivos de control automático de las funciones de los servicios urbanos van siendo parte del paisaje urbano. Desde mecanismos que captan constantemente las condiciones ambientales hasta aplicaciones que registran nuestra posición. A pesar de esta constatación básica, falta abordar críticamente el significado de este rastro digital y reconocer la necesidad de comprender con calma y de manera compleja el significado de este cambio tecnológico en la vida en la ciudad, un cambio profundo y tranquilo que se ha disuelto en nuestras vidas particulares, en nuestras relaciones sociales, en nuestras expectativas y en nuestros espacios construidos.

Hoy observamos la creciente generalización de sistemas que se han incorporado poco a poco a la vida de las sociedades contemporáneas más avanzadas, principalmente mediante la extensión de los dispositivos móviles personales que dan forma a una iphone city  pero también otras respuestas ubicuas al día a día. Hace unos pocos años, el ipad no existía, la idea del internet de las cosas prácticamente no había salido de los laboratorios más especializados o del ámbito académico, y tecnologías como las etiquetas RFID, los i-beacons, la realidad aumentada o los códigos QR no formaban parte del paisaje de objetos cotidianos que llevamos con nosotros o con los que interactuamos. La rápida adopción de dispositivos que nos mantienen permanentemente conectados y que llevamos en nuestros bolsillos y mochilas, así como la progresiva presencia de cada vez más dispositivos e interfaces incorporados en objetos y superficies capaces de procesar información digital representan un enorme cambio en nuestra experiencia vital y comportamientos habituales.
Estas novedades tecnológicas están presentes (o prometen introducirse) en nuestras viviendas, en los edificios, en las calles, en los coches, y el espacio público y, quién sabe, también dentro de nuestros propios cuerpos. Este cambio tecnológico ha llegado de forma silenciosa mediante una transición tranquila e imperceptible desde el ordenador personal hasta la computación ubicua pero, al mismo tiempo, su materialización se caracteriza por su velocidad, su invasividad y su invisibilidad. Este escenario va incorporando progresivamente medios conectados a cualquier esfera vital: relaciones sociales, acceso a servicios públicos y privados, el transporte, el control de las funcionalidades de confort en la vivienda, el registro de nuestras actividades, etc. Una creciente población está, en definitiva, mediatizada por diferentes tipos de tecnologías de movilidad y comunicación que producen un nuevo medio urbano: una ciudad que transmite en tiempo real y 24 horas al día cada vez más detalles de su funcionamiento a través de diferentes interfaces que representan los cambiantes tiempos y espacios urbanos. Reconocer esta presencia es un punto de partida obvio a la hora de situar la eclosión de la SC como el imaginario dominante en la actualidad, pero también es asumir que su vinculación al fenómeno urbano forma parte de una tendencia más amplia y que alcanza a todas las esferas de la vida. Sectores industriales, formas de comunicación, patrones de activismo social o producción y consumo cultural constituyen un incompleto listado de esferas sociales en las que la utilización en sus diferentes formas de tecnologías digitales asociadas a la Red ha transformado su misma esencia.

La concepción de la ciudad como un espacio transformado por esta capa digital es consecuencia de, al menos, dos grandes tendencias. Por un lado, la ciudad como entorno de concentración de actividad humana es el lugar privilegiado en el que los principales progresos científico-técnicos se despliegan, avances que además tienen un fuerte componente de comunicación social y de construcción de nuevas formas de sociabilidad, aspectos consustanciales a la vida urbana. Por otro lado, la letanía del mundo urbanizado que ha visto cómo la mayoría de la población vive hoy en entornos urbanos se ha constituido en una tendencia presente en cualquier estudio sobre la evolución de nuestro mundo y sitúa en las ciudades el lugar central desde el que se movilizan las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Pensar el desarrollo económico, el avance y profundización de la democracia, los nuevos patrones de consumo, el consumo global de recursos naturales, etc. exige situar estos aspectos en la creciente importancia de las ciudades como concentradores de actividad humana.

El inicio del siglo XXI ha desplegado diferentes líneas de desarrollo tecnológico en la esfera de lo digital cuyas posibilidades de transformación futura de las ciudades apenas hoy podemos vislumbrar. En cualquier caso, sabemos que todas las tecnologías basadas o facilitadas por internet son ya las grandes protagonistas de las innovaciones urbanas y los avances tecnológicos más significativos de los próximos años. El internet del futuro es el marco de referencia para desarrollos relacionados con el internet de las cosas, el cloud computing, el big data o la sensórica como vectores tecnológicos de mayor influencia en el despliegue de servicios urbanos. Sus aplicaciones alcanzan todas las escalas, desde cambios en los hábitos de vida personal hasta la transformación de los modelos de negocio de las industrias. Igualmente, cualquiera de las funcionalidades de la tecnología móvil cambia hábitos y patrones eminentemente urbanos en un proceso de ingeniería social por el cual desde la forma de hacer la compra a las vías de estar contacto con familiares y amigos tienen poco que ver con los hábitos de hace un par de décadas. Por último, las vidas sometidas a este escenario son una sucesión continua de rastros digitales que son captados, almacenados, procesados y explotados para adecuar el mundo vivido por cada persona, grupos humanos o comunidades enteras a preferencias, personalizaciones y adaptaciones en tiempo real que comprendemos relativamente pero que funcionan a través de mecanismos algorítmicos sobre los que apenas tenemos capacidad de control.
La ciudad se ha convertido así en la representación simbólica de la creciente generalización, sistematización y colonización digital de cualquier acto humano en las sociedades más avanzadas tecnológicamente. La ciudad inteligente ha pasado a ser el escenario en el que idealizar propuestas y utopías que buscan ofrecer una imagen completa y coherente del cambio tecnológico, la piel digital de la ciudad y sus infraestructuras asociadas-y su relevancia para el progreso humano.

Una revolución tranquila
En ocasiones se identifican los cambios apuntados como una revolución digital. No pretendemos aquí entrar en cuestiones de fondo que otros nombres clásicos de los estudios socio-técnicos han trabajado suficientemente sobre las revoluciones científico-técnicas (Ellul, Mumford,…). Queremos destacar, en cambio, que a pesar de las enormes transformaciones que ha supuesto la panoplia de avances asociados a la Red y a lo digital en su conjunto, esta transición ha sido, si no sigilosa, sí al menos tranquila y sosegada. Frente a la tentación de identificar la emergencia de la ciudad inteligente como un nuevo paradigma en la gestión urbana y en la comprensión del hecho urbano –tal como suele apreciarse en ocasiones-, debemos reconocer que la cuestión digital ha estado presente en el pensamiento sobre las ciudades desde hace un par de décadas al menos. Por otro lado, la colonización digital se ha producido de manera incremental y gradual más que explosiva. De manera bastante pacífica e intuitiva, como individuos, organizaciones y sociedad, hemos incorporado a nuestro quehacer diario, a nuestra experiencia cotidiana, a nuestros medios materiales de vida y a nuestros espacios vividos diferentes dispositivos que denominamos inteligentes.

El relato del salto digital a la ciudad inteligente es mucho menos épico de lo que a veces se presenta y tiene más que ver con una sucesión constante, progresiva, incremental e intuitiva de cambios profundos sobre nuestros hábitos Estos han modulado nuestros procedimientos y acciones de conveniencia más frecuentes, han modificado físicamente nuestras calles y han transformado nuestras formas de relación. No es, por tanto, un cambio rabiosamente contemporáneo. La presencia del software en la vida cotidiana irrumpió hace mucho tiempo en ámbitos diversos (la navegación aérea, la organización empresarial, los flujos financieros o el equipamiento doméstico) y es parte del sistema de organización social desde hace tiempo. Esta presencia es ahora normal en nuestros bolsillos, en el espacio público o en los sistemas de seguridad ciudadana porque el salto principal de los últimos tiempos ha sido el derivado de la naturaleza invasiva de las funciones de los dispositivos inteligentes, que han individualizado la capacidad de intermediar a través de la red en las actividades más comunes e incluso íntimas de la vida humana conectada. Por supuesto, se trata de una presencia ahora masiva y equipada con nuevas capacidades (big data), a través de nuevos dispositivos (teléfonos inteligentes) o interfaces (internet de las cosas) y nuevas infraestructuras (conectividad, centros de datos). Sin embargo, esencialmente, todo se ha producido fuera de nuestra vista, de una manera diluida en la suma de pequeños actos cotidianos con los que sostenemos nuestra existencia en un mundo en el que, aunque sólo sea para una pequeña parte de la humanidad que disfruta de la conexión total y permanente a la esfera digital, desde las retiradas de dinero o las felicitaciones de cumpleaños, pasando por la espera en una calle o el paso de nuestro vehículo queda registrado a través de diferentes medios de captación y almacenamiento de datos.

Todo ello fue imaginado hace tiempo, de manera visionaria pero tremendamente pragmática y, aunque esta vida conectada de inteligencia ambiental ubicua ha tomado formas insospechadas o no previstas, responde a parámetros perseguidos conscientemente. Desde la década de 1980, los estudios sobre la computación ubicua  como método para incorporar inteligencia computacional en el espacio urbano han ido ganando relevancia y solidez, pero ha sido la emergencia del movimiento de la smart city el que ha situado de manera generalizada este asunto en la agenda urbana, saliendo por ello de los círculos académicos, artísticos, tecnológicos y activistas en los que hasta ahora se había desenvuelto el estudio de la computación urbana y sus campos conexos (locative media, pervasive computing,…). Siendo esto así, cabe preguntarse cómo este amplio campo de la intersección de la esfera de las tecnologías digitales en la ciudad ha acabado concretándose en una visión particular, selectiva y concreta que ha pasado a denominarse smart city. Igualmente, cabe preguntarse por el papel que juega y jugará esta esfera digital en la comprensión de la vida urbana y en la configuración de sus servicios. Esta esfera está conformada por sensores instalados en la ciudad y sus equipamientos así como por las infraestructuras móviles ubicuas, ambas esferas transmitiendo datos automáticos o deliberados y alimentando aplicaciones y servicios tan dispares como la localización de baches en el asfalto, la medición de la calidad del aire, la monitorización de la red de alcantarillado, la gestión de la red eléctrica, la contabilización de personas, la cuantificación de espacios libres de aparcamiento o la alerta temprana de incendios, etc.

La invisibilidad es característica de las tecnologías que estamos tratando. Hasta ahora, cualquier otra gran transformación técnica de la Humanidad ha sido protagonizada por instrumentos materiales, tangibles físicamente e incluso pesados. Quizá el teléfono o el telégrafo se acerquen a esa invisibilidad pero, en último término, siempre han estado asociados a sus terminales, oficinas o líneas de comunicación y, en cualquier caso, su funcionamiento es relativamente sencillo en comparación con la complejísima red de infraestructuras, protocolos, software,… sobre la que se soporta la Red. Hoy tenemos los dispositivos conectados –con el smartphone como símbolo-, pero la transformación fundamental está en la conexión inalámbrica y la transferencia de información que generan. Datos, algoritmos y código son producto y resultado de la inteligencia ofrecida por los mecanismos materiales que usamos para conectarnos. Así, el teléfono móvil inteligente se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo un objeto absolutamente visible y material propio de la vida conectada es, sin embargo, resultado funcional de un sistema de redes complejas e infraestructuras (centros de datos, servidores,…) invisibles y desconocidas  que sostienen todo ello, pero radicalmente materiales y físicas. Esta pérdida de conexión sensorial con la base física de la Red podría explicar nuestra dificultad para captar las consecuencias profundas del cambio tecnológico que vivimos y hace que, en el día a día, la experiencia digital esté más cerca de lo inconsciente y la sensación de tener en nuestras manos una tecnología mágica sobre la que apenas tenemos capacidad de comprender sus consecuencias, su funcionamiento básico y las prerrogativas que le cedemos a cambio de su uso.

Via Cory Doctorow (CC BY-SA 2.0) 


Estas cuestiones nos urgen a formular un modelo crítico para comprender la transición hacia una vida conectada que ha llegado de manera gradual pero abriendo importantes cuestionamientos sobre el significado de esta colonización digital. Podemos ver los sensores instalados en las farolas de alumbrado público, pagar el aparcamiento acercando nuestra tarjeta de crédito, seguir en tiempo real nuestro consumo energético o incluso, al menos entender, en qué consiste la plataforma de integración de datos que nuestro ayuntamiento está desarrollando a modo de sistema operativo. Podemos descargarnos una app en nuestro móvil, aceptar la política de cookies de una web o acordar con una empresa a través de un formulario web una determinada política de uso de nuestros datos personales. Pero aunque podamos tocar estos objetos o realizar estas acciones de manera consciente, su significado más íntimo en términos de quién hace qué con nuestros datos, qué control tenemos sobre las imágenes de video-vigilancia a las que estamos sometidos o por qué el buscador de información municipal nos ofrece unos datos u otros, sigue siendo una caja negra. Mucho más oscuro aún es comprender que nuestros datos personales están alojados en servidores y centros de datos de la Costa Este de Estados Unidos, que el diseño de ese sistema operativo de nuestra ciudad tiene su cerebro (servidor) en California o quién es dueño de los cables submarinos que nos conectan a la Red mundial. Por eso, a pesar de haber descubierto recientemente que nuestra sociedad y nuestras vidas, tan beneficiadas por estar conectadas, están también sometidas a los sistemas de espionaje masivo más complejos de la Historia , nuestra sensibilidad sobre los problemas, por ejemplo, de privacidad, sigue siendo muy baja . Esta realidad nos señala una necesidad imperiosa de disponer de recursos críticos para abordar estos cambios desde un debate social consciente, crítico y constructivo. Precisamente por el carácter invasivo e invisible que hemos señalado, las tecnologías que hoy disfrutamos tienen la capacidad de maravillarnos, instalarse cómodamente en nuestras rutinas y ser asumidas sin mayor cuestionamiento que la conveniencia que nos producen en nuestros quehaceres diarios. Pero si bien el enorme y complejo desafío de la privacidad y la seguridad se presenta como el más significativo y sensible a nivel personal, otros muchos desafíos se presentan en el horizonte de la esfera pública y comunitaria. Estos desafíos, en la medida en que se plasman a través del imaginario de la smart city en las formas de gobierno, en los arreglos institucionales a través de los cuáles se despliegan las infraestructuras básicas de la ciudad y nuevos servicios derivados de la esfera digital o en las expectativas sobre los límites de la democracia, abren la necesidad de cuestionar las asunciones implícitas detrás de estas tecnologías.

La condición inteligente de la ciudad
La smart city como propuesta urbana trata de ofrecer un marco para explicar y ordenar esta presencia digital en la ciudad. Se trata del modelo urbano que ha sido ofrecido como explicación totalizadora de tantos fenómenos de cambio que apenas hemos esbozado anteriormente. La complejidad de la transición a un mundo (progresivamente) ubicuo y (mayoritariamente) urbano exige dar un sentido y coherencia para explicar el mundo en el que vivimos y que estamos construyendo y en el marco de esta necesidad la SC ha salido triunfante como modelo o teoría social de referencia a partir de una integración o co-optación de discursos previos (la sostenibilidad) y de pretensiones nada novedosas (la planificación y a gestión burocrática del desarrollo urbano). A pesar de sus ambiciones totalizadoras, el debate sobre la smart city ha sido muy limitado, sesgado, incompleto y precipitado. Tras los últimos años protagonizando gran parte del debate institucional (en forma de congresos, planes, proyectos piloto, etcétera), la ciudad inteligente no es capaz de explicarse a sí misma de manera comprensible para poder discutir sus consecuencias explícitas y sus efectos implícitos.
El significado de estas innovaciones tecnológicas en un mundo tan urbano (por porcentaje de población viviendo en ciudades pero también por el cada vez mayor número de grandes aglomeraciones urbanas) y a la vez tan dispar (un mundo en el que conviven realidades urbanas tan diferentes como Lagos, Nueva York, Jakarta o Santiago de Chile) está aún por explorar. El escenario aspiracional de la ciudad inteligente en la sociedad conectada sigue siendo aquel descrito por uno de sus pioneros, William Mitchell una personalización y adaptabilidad masiva de los servicios públicos y privados a través de los cuales las personas desarrollamos nuestras vidas para nuestra conveniencia. Cabe preguntarse en este momento si conveniencia y eficiencia es lo único que cabe esperar como ciudadanos del despliegue de la ubicuidad digital en la ciudad. Frente a la conveniencia que desde principios de siglo han añadido a nuestra vida tantos equipos capaces de adaptarse a nuestra realidad, de hacernos más sencillas las cosas, ahora somos más conscientes que hay otras consecuencias asociadas. Pérdida de autonomía (¿somos hoy más libres sujetos a los grandes monopolios de internet?), cambios en nuestras capacidades humanas (¿qué fue de nuestra memoria?), modificación de nuestros hábitos (¿qué hacíamos con tantos tiempos muertos antes del móvil?), creación de nuevos modelos de gobernanza y ejercicio del poder (¿quién controla hoy nuestro rastro digital?),.. Estas consecuencias no son necesariamente negativas, pero claramente nos obligan a cuestionarnos no hacia dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.

El seminal artículo de Mark Weiser (The Computer for the 21st Century) sobre la computación ubicua. Este breve texto representa uno de los escritos más influyentes y casi fundacionales de la tecnología digital tal como la conocemos hoy, en la medida en que predijo el paso de la época del ordenador personal a la era de la computación distribuida y fuera de las pantallas de los ordenadores. Su influencia ha sido central en las siguientes dos décadas en la agenda de investigación de las tecnologías ubicuas y su presencia cotidiana y en la retórica sobre sus prometedores efectos como una proyección para el futuro. Sin duda, su carácter visionario expresado en la conocida cita “the most profound technologies are those that disappear. They weave themselves into the fabric of everyday life until they are indistinguishable from it” se ha demostrado real a día de hoy, aunque posiblemente su despliegue material haya tomado derroteros y plasmaciones insospechadas o imprevistas en algunos casos.
Via BruceS 
En el caso específico del urbanismo y el planeamiento municipal, su intersección con las tecnologías conectadas también ha dado lugar a nuevas soluciones que tratan de encontrar nuevas dinámicas urbanísticas que incorporen soluciones digitales en sentido amplio. Esto pasa, en primer lugar, por la exploración de la realidad del funcionamiento urbano a través del uso del big data como nueva fase del estudio de los sistemas complejos en los entornos urbanos produciéndose así proyectos de modelización y de visualización de datos urbanos. Este tipo de proyectos de urbanismo sensorizado o urbanismo cuantitativo utilizan una variedad de técnicas de análisis basadas en los datos digitales urbanos que quedan plasmados en visualizaciones con un componente dinámico y, en muchas ocasiones, en tiempo real.

Más cercanos al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimiento municipal hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.

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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Civic Media. Technology I Design I Practice

Este verano he estado leyendo Civic Media. Technology I Design I Practice, un compendio editado por Eric Gordon y Paul Mihailidis. Es un poco droga dura, pero me van estos libros, como aquel From social butterfly to engaged citizen. Urban informatics, social media, ubiquitous computing, and mobile technology to support citizen engagement.


Lo bueno es que el libro tiene también una versión web en el Civic Media Project que sirve como repositorio ampliado de los ensayos y casos revisados en el libro.

De la presentación del libro:
Countless people around the world harness the affordances of digital media to enable democratic participation, coordinate disaster relief, campaign for policy change, and strengthen local advocacy groups. The world watched as activists used social media to organize protests during the Arab Spring, Occupy Wall Street, and Hong Kong’s Umbrella Revolution. Many governmental and community organizations changed their mission and function as they adopted new digital tools and practices. This book examines the use of “civic media”—the technologies, designs, and practices that support connection through common purpose in civic, political, and social life. Scholars from a range of disciplines and practitioners from a variety of organizations offer analyses and case studies that explore the theory and practice of civic media. 
The book identifies the emerging field of Civic Media by bringing together leading scholars and practitioners from a diversity of disciplines to shape theory, identify problems and articulate opportunities.  The book includes 19 chapters (and 25 case studies) from fields as diverse as philosophy, communications, education, sociology, media studies, art, policy and philanthropy, and attempts to find common language and common purpose through the investigation of civic media. 
What is Civic Media?Civic life is comprised of the attention and actions an individual devotes to a common good.Participating in a human rights rally, creating and sharing a video online about unfair laborpractices, connecting with neighbors after a natural disaster: these are all civic actions whereinthe actor seeks to benefit a perceived common good, beyond the boundaries of their intimate orprofessional spheres.Civic media are the practices of designing, building, implementing or using digital tools tointervene in or participate in civic life.
El libro está construido a partir de 5 bloques:

  • Foundations + Theory
  • Systems + Design
  • Play + Resitance
  • Learning + Engagement
  • Community + Action
De esta forma, podemos encontrar análisis teóricos y proyectos prácticos que sitúan el campo de acción de los civic media (llámalo tecnologías cívicas, urban media, medios sociales,…) en diferentes frentes, desde el diseño de nuevas herramientas para la democracia hasta el uso de tecnologías digitales para la acción colectiva, desde proyectos de denuncia o transparencia hasta proyectos de ciencia ciudadana o de crowdfunding. Con estas bases, cada bloque está construido a partir de varios ensayos teóricos más o menos académicos (dondde destacan los artículos de Ethan Zuckerman, Beth Simone Noveck, Sarah Williams, Marcus foth y Martin Brynskov, etren otros) que se ilustran con diferentes casos asimilables a cada categoría. Aquí los casos son más diversos, posiblemente demasiado heterogéneos, pero esto responde a la propia lógica de los civic media, que incluyen temáticas, tecnologías, motivaciones y usos muy diversos, desde la acción electoral hasta el activismo DDoS.


La página web del proyecto alcanza aún más casos, hasta superar la centena, así que es un magnífico repositorio de proyectos de interés, de nuevo con formatos y contextos de uso muy diversos.

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