La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hace de forma que hace unos pocos años apenas podíamos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y todas las esferas de la vida cotidiana en la ciudad. Pensemos en la recogida de residuos, el transporte y la movilidad, la generación, distribución y consumo de energía, el diseño de las calles y del mobiliario urbano, la información ciudadana, etc. En todos estos casos están surgiendo herramientas digitales de medicación que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia del uso de esos servicios y de la propia vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local. De la misma manera, las formas de consumo, el acceso a la cultura, cómo nos movemos, buscamos direcciones o encontramos nuestro destino en la ciudad o la manera en la que recordamos, nos socializamos o buscamos información están mediatizadas por la esfera digital en sus diferentes formas.
La vida en las ciudades está cada vez más determinada por las tecnologías digitales, de la misma forma que a lo largo de la Historia urbana la evolución de los entornos urbanos ha estado asociada a sus sucesivas instrumentaciones, desde la aparición de los primeros sistemas de alcantarillado a la iluminación eléctrica de la vía pública. Hoy esta instrumentación va adquiriendo características nuevas asociadas a la conectividad y las funciones digitales que hacen realidad corpórea las visiones que en décadas pasadas aventuraban una hibridación de los espacios físicos y digitales. La vida cotidiana es cada vez más una creciente interacción con objetos, plataformas y dispositivos conectados, muchas veces de manera inconsciente (el rastro digital que dejamos en el sistema público de alquiler de bicicletas, nuestra imagen captada por una cámara de video-vigilancia o el paso de un autobús urbano identificado por un sensor, por ejemplo) y otras de manera más consciente (buscando un lugar a través de la navegación GPS, conectándonos a una red de conexión inalámbrica en una plaza, pagando el estacionamiento, etcétera).
“Quienes no pueden percibir la red no pueden actuar de manera efectiva dentro de ella y se encuentran sin poder”, señala el artista James Briddle , indicándonos una de las características más trascendentales de esta realidad digital y el enorme reto que implica en términos ciudadanos. Desde termostatos en nuestra pared hasta sensores en el asfalto que pisamos, la vida diaria se va colonizando de dispositivos que organizan o mediatizan nuestras decisiones o incluso toman decisiones por nosotros mismos de manera subrepticia y, en muchas ocasiones, independientemente de nuestra voluntad. Desde cámaras de reconocimiento facial en las esquinas de nuestras calles hasta farolas que detectan la presencia de personas en la acera, dispositivos de control automático de las funciones de los servicios urbanos van siendo parte del paisaje urbano. Desde mecanismos que captan constantemente las condiciones ambientales hasta aplicaciones que registran nuestra posición. A pesar de esta constatación básica, falta abordar críticamente el significado de este rastro digital y reconocer la necesidad de comprender con calma y de manera compleja el significado de este cambio tecnológico en la vida en la ciudad, un cambio profundo y tranquilo que se ha disuelto en nuestras vidas particulares, en nuestras relaciones sociales, en nuestras expectativas y en nuestros espacios construidos.
Hoy observamos la creciente generalización de sistemas que se han incorporado poco a poco a la vida de las sociedades contemporáneas más avanzadas, principalmente mediante la extensión de los dispositivos móviles personales que dan forma a una iphone city pero también otras respuestas ubicuas al día a día. Hace unos pocos años, el ipad no existía, la idea del internet de las cosas prácticamente no había salido de los laboratorios más especializados o del ámbito académico, y tecnologías como las etiquetas RFID, los i-beacons, la realidad aumentada o los códigos QR no formaban parte del paisaje de objetos cotidianos que llevamos con nosotros o con los que interactuamos. La rápida adopción de dispositivos que nos mantienen permanentemente conectados y que llevamos en nuestros bolsillos y mochilas, así como la progresiva presencia de cada vez más dispositivos e interfaces incorporados en objetos y superficies capaces de procesar información digital representan un enorme cambio en nuestra experiencia vital y comportamientos habituales.
Estas novedades tecnológicas están presentes (o prometen introducirse) en nuestras viviendas, en los edificios, en las calles, en los coches, y el espacio público y, quién sabe, también dentro de nuestros propios cuerpos. Este cambio tecnológico ha llegado de forma silenciosa mediante una transición tranquila e imperceptible desde el ordenador personal hasta la computación ubicua pero, al mismo tiempo, su materialización se caracteriza por su velocidad, su invasividad y su invisibilidad. Este escenario va incorporando progresivamente medios conectados a cualquier esfera vital: relaciones sociales, acceso a servicios públicos y privados, el transporte, el control de las funcionalidades de confort en la vivienda, el registro de nuestras actividades, etc. Una creciente población está, en definitiva, mediatizada por diferentes tipos de tecnologías de movilidad y comunicación que producen un nuevo medio urbano: una ciudad que transmite en tiempo real y 24 horas al día cada vez más detalles de su funcionamiento a través de diferentes interfaces que representan los cambiantes tiempos y espacios urbanos. Reconocer esta presencia es un punto de partida obvio a la hora de situar la eclosión de la SC como el imaginario dominante en la actualidad, pero también es asumir que su vinculación al fenómeno urbano forma parte de una tendencia más amplia y que alcanza a todas las esferas de la vida. Sectores industriales, formas de comunicación, patrones de activismo social o producción y consumo cultural constituyen un incompleto listado de esferas sociales en las que la utilización en sus diferentes formas de tecnologías digitales asociadas a la Red ha transformado su misma esencia.
La concepción de la ciudad como un espacio transformado por esta capa digital es consecuencia de, al menos, dos grandes tendencias. Por un lado, la ciudad como entorno de concentración de actividad humana es el lugar privilegiado en el que los principales progresos científico-técnicos se despliegan, avances que además tienen un fuerte componente de comunicación social y de construcción de nuevas formas de sociabilidad, aspectos consustanciales a la vida urbana. Por otro lado, la letanía del mundo urbanizado que ha visto cómo la mayoría de la población vive hoy en entornos urbanos se ha constituido en una tendencia presente en cualquier estudio sobre la evolución de nuestro mundo y sitúa en las ciudades el lugar central desde el que se movilizan las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Pensar el desarrollo económico, el avance y profundización de la democracia, los nuevos patrones de consumo, el consumo global de recursos naturales, etc. exige situar estos aspectos en la creciente importancia de las ciudades como concentradores de actividad humana.
El inicio del siglo XXI ha desplegado diferentes líneas de desarrollo tecnológico en la esfera de lo digital cuyas posibilidades de transformación futura de las ciudades apenas hoy podemos vislumbrar. En cualquier caso, sabemos que todas las tecnologías basadas o facilitadas por internet son ya las grandes protagonistas de las innovaciones urbanas y los avances tecnológicos más significativos de los próximos años. El internet del futuro es el marco de referencia para desarrollos relacionados con el internet de las cosas, el cloud computing, el big data o la sensórica como vectores tecnológicos de mayor influencia en el despliegue de servicios urbanos. Sus aplicaciones alcanzan todas las escalas, desde cambios en los hábitos de vida personal hasta la transformación de los modelos de negocio de las industrias. Igualmente, cualquiera de las funcionalidades de la tecnología móvil cambia hábitos y patrones eminentemente urbanos en un proceso de ingeniería social por el cual desde la forma de hacer la compra a las vías de estar contacto con familiares y amigos tienen poco que ver con los hábitos de hace un par de décadas. Por último, las vidas sometidas a este escenario son una sucesión continua de rastros digitales que son captados, almacenados, procesados y explotados para adecuar el mundo vivido por cada persona, grupos humanos o comunidades enteras a preferencias, personalizaciones y adaptaciones en tiempo real que comprendemos relativamente pero que funcionan a través de mecanismos algorítmicos sobre los que apenas tenemos capacidad de control.
La ciudad se ha convertido así en la representación simbólica de la creciente generalización, sistematización y colonización digital de cualquier acto humano en las sociedades más avanzadas tecnológicamente. La ciudad inteligente ha pasado a ser el escenario en el que idealizar propuestas y utopías que buscan ofrecer una imagen completa y coherente del cambio tecnológico, la piel digital de la ciudad y sus infraestructuras asociadas-y su relevancia para el progreso humano.
Una revolución tranquila
En ocasiones se identifican los cambios apuntados como una revolución digital. No pretendemos aquí entrar en cuestiones de fondo que otros nombres clásicos de los estudios socio-técnicos han trabajado suficientemente sobre las revoluciones científico-técnicas (Ellul, Mumford,…). Queremos destacar, en cambio, que a pesar de las enormes transformaciones que ha supuesto la panoplia de avances asociados a la Red y a lo digital en su conjunto, esta transición ha sido, si no sigilosa, sí al menos tranquila y sosegada. Frente a la tentación de identificar la emergencia de la ciudad inteligente como un nuevo paradigma en la gestión urbana y en la comprensión del hecho urbano –tal como suele apreciarse en ocasiones-, debemos reconocer que la cuestión digital ha estado presente en el pensamiento sobre las ciudades desde hace un par de décadas al menos. Por otro lado, la colonización digital se ha producido de manera incremental y gradual más que explosiva. De manera bastante pacífica e intuitiva, como individuos, organizaciones y sociedad, hemos incorporado a nuestro quehacer diario, a nuestra experiencia cotidiana, a nuestros medios materiales de vida y a nuestros espacios vividos diferentes dispositivos que denominamos inteligentes.
El relato del salto digital a la ciudad inteligente es mucho menos épico de lo que a veces se presenta y tiene más que ver con una sucesión constante, progresiva, incremental e intuitiva de cambios profundos sobre nuestros hábitos Estos han modulado nuestros procedimientos y acciones de conveniencia más frecuentes, han modificado físicamente nuestras calles y han transformado nuestras formas de relación. No es, por tanto, un cambio rabiosamente contemporáneo. La presencia del software en la vida cotidiana irrumpió hace mucho tiempo en ámbitos diversos (la navegación aérea, la organización empresarial, los flujos financieros o el equipamiento doméstico) y es parte del sistema de organización social desde hace tiempo. Esta presencia es ahora normal en nuestros bolsillos, en el espacio público o en los sistemas de seguridad ciudadana porque el salto principal de los últimos tiempos ha sido el derivado de la naturaleza invasiva de las funciones de los dispositivos inteligentes, que han individualizado la capacidad de intermediar a través de la red en las actividades más comunes e incluso íntimas de la vida humana conectada. Por supuesto, se trata de una presencia ahora masiva y equipada con nuevas capacidades (big data), a través de nuevos dispositivos (teléfonos inteligentes) o interfaces (internet de las cosas) y nuevas infraestructuras (conectividad, centros de datos). Sin embargo, esencialmente, todo se ha producido fuera de nuestra vista, de una manera diluida en la suma de pequeños actos cotidianos con los que sostenemos nuestra existencia en un mundo en el que, aunque sólo sea para una pequeña parte de la humanidad que disfruta de la conexión total y permanente a la esfera digital, desde las retiradas de dinero o las felicitaciones de cumpleaños, pasando por la espera en una calle o el paso de nuestro vehículo queda registrado a través de diferentes medios de captación y almacenamiento de datos.
Todo ello fue imaginado hace tiempo, de manera visionaria pero tremendamente pragmática y, aunque esta vida conectada de inteligencia ambiental ubicua ha tomado formas insospechadas o no previstas, responde a parámetros perseguidos conscientemente. Desde la década de 1980, los estudios sobre la computación ubicua como método para incorporar inteligencia computacional en el espacio urbano han ido ganando relevancia y solidez, pero ha sido la emergencia del movimiento de la smart city el que ha situado de manera generalizada este asunto en la agenda urbana, saliendo por ello de los círculos académicos, artísticos, tecnológicos y activistas en los que hasta ahora se había desenvuelto el estudio de la computación urbana y sus campos conexos (locative media, pervasive computing,…). Siendo esto así, cabe preguntarse cómo este amplio campo de la intersección de la esfera de las tecnologías digitales en la ciudad ha acabado concretándose en una visión particular, selectiva y concreta que ha pasado a denominarse smart city. Igualmente, cabe preguntarse por el papel que juega y jugará esta esfera digital en la comprensión de la vida urbana y en la configuración de sus servicios. Esta esfera está conformada por sensores instalados en la ciudad y sus equipamientos así como por las infraestructuras móviles ubicuas, ambas esferas transmitiendo datos automáticos o deliberados y alimentando aplicaciones y servicios tan dispares como la localización de baches en el asfalto, la medición de la calidad del aire, la monitorización de la red de alcantarillado, la gestión de la red eléctrica, la contabilización de personas, la cuantificación de espacios libres de aparcamiento o la alerta temprana de incendios, etc.
La invisibilidad es característica de las tecnologías que estamos tratando. Hasta ahora, cualquier otra gran transformación técnica de la Humanidad ha sido protagonizada por instrumentos materiales, tangibles físicamente e incluso pesados. Quizá el teléfono o el telégrafo se acerquen a esa invisibilidad pero, en último término, siempre han estado asociados a sus terminales, oficinas o líneas de comunicación y, en cualquier caso, su funcionamiento es relativamente sencillo en comparación con la complejísima red de infraestructuras, protocolos, software,… sobre la que se soporta la Red. Hoy tenemos los dispositivos conectados –con el smartphone como símbolo-, pero la transformación fundamental está en la conexión inalámbrica y la transferencia de información que generan. Datos, algoritmos y código son producto y resultado de la inteligencia ofrecida por los mecanismos materiales que usamos para conectarnos. Así, el teléfono móvil inteligente se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo un objeto absolutamente visible y material propio de la vida conectada es, sin embargo, resultado funcional de un sistema de redes complejas e infraestructuras (centros de datos, servidores,…) invisibles y desconocidas que sostienen todo ello, pero radicalmente materiales y físicas. Esta pérdida de conexión sensorial con la base física de la Red podría explicar nuestra dificultad para captar las consecuencias profundas del cambio tecnológico que vivimos y hace que, en el día a día, la experiencia digital esté más cerca de lo inconsciente y la sensación de tener en nuestras manos una tecnología mágica sobre la que apenas tenemos capacidad de comprender sus consecuencias, su funcionamiento básico y las prerrogativas que le cedemos a cambio de su uso.
Estas cuestiones nos urgen a formular un modelo crítico para comprender la transición hacia una vida conectada que ha llegado de manera gradual pero abriendo importantes cuestionamientos sobre el significado de esta colonización digital. Podemos ver los sensores instalados en las farolas de alumbrado público, pagar el aparcamiento acercando nuestra tarjeta de crédito, seguir en tiempo real nuestro consumo energético o incluso, al menos entender, en qué consiste la plataforma de integración de datos que nuestro ayuntamiento está desarrollando a modo de sistema operativo. Podemos descargarnos una app en nuestro móvil, aceptar la política de cookies de una web o acordar con una empresa a través de un formulario web una determinada política de uso de nuestros datos personales. Pero aunque podamos tocar estos objetos o realizar estas acciones de manera consciente, su significado más íntimo en términos de quién hace qué con nuestros datos, qué control tenemos sobre las imágenes de video-vigilancia a las que estamos sometidos o por qué el buscador de información municipal nos ofrece unos datos u otros, sigue siendo una caja negra. Mucho más oscuro aún es comprender que nuestros datos personales están alojados en servidores y centros de datos de la Costa Este de Estados Unidos, que el diseño de ese sistema operativo de nuestra ciudad tiene su cerebro (servidor) en California o quién es dueño de los cables submarinos que nos conectan a la Red mundial. Por eso, a pesar de haber descubierto recientemente que nuestra sociedad y nuestras vidas, tan beneficiadas por estar conectadas, están también sometidas a los sistemas de espionaje masivo más complejos de la Historia , nuestra sensibilidad sobre los problemas, por ejemplo, de privacidad, sigue siendo muy baja . Esta realidad nos señala una necesidad imperiosa de disponer de recursos críticos para abordar estos cambios desde un debate social consciente, crítico y constructivo. Precisamente por el carácter invasivo e invisible que hemos señalado, las tecnologías que hoy disfrutamos tienen la capacidad de maravillarnos, instalarse cómodamente en nuestras rutinas y ser asumidas sin mayor cuestionamiento que la conveniencia que nos producen en nuestros quehaceres diarios. Pero si bien el enorme y complejo desafío de la privacidad y la seguridad se presenta como el más significativo y sensible a nivel personal, otros muchos desafíos se presentan en el horizonte de la esfera pública y comunitaria. Estos desafíos, en la medida en que se plasman a través del imaginario de la smart city en las formas de gobierno, en los arreglos institucionales a través de los cuáles se despliegan las infraestructuras básicas de la ciudad y nuevos servicios derivados de la esfera digital o en las expectativas sobre los límites de la democracia, abren la necesidad de cuestionar las asunciones implícitas detrás de estas tecnologías.
La condición inteligente de la ciudad
La smart city como propuesta urbana trata de ofrecer un marco para explicar y ordenar esta presencia digital en la ciudad. Se trata del modelo urbano que ha sido ofrecido como explicación totalizadora de tantos fenómenos de cambio que apenas hemos esbozado anteriormente. La complejidad de la transición a un mundo (progresivamente) ubicuo y (mayoritariamente) urbano exige dar un sentido y coherencia para explicar el mundo en el que vivimos y que estamos construyendo y en el marco de esta necesidad la SC ha salido triunfante como modelo o teoría social de referencia a partir de una integración o co-optación de discursos previos (la sostenibilidad) y de pretensiones nada novedosas (la planificación y a gestión burocrática del desarrollo urbano). A pesar de sus ambiciones totalizadoras, el debate sobre la smart city ha sido muy limitado, sesgado, incompleto y precipitado. Tras los últimos años protagonizando gran parte del debate institucional (en forma de congresos, planes, proyectos piloto, etcétera), la ciudad inteligente no es capaz de explicarse a sí misma de manera comprensible para poder discutir sus consecuencias explícitas y sus efectos implícitos.
El significado de estas innovaciones tecnológicas en un mundo tan urbano (por porcentaje de población viviendo en ciudades pero también por el cada vez mayor número de grandes aglomeraciones urbanas) y a la vez tan dispar (un mundo en el que conviven realidades urbanas tan diferentes como Lagos, Nueva York, Jakarta o Santiago de Chile) está aún por explorar. El escenario aspiracional de la ciudad inteligente en la sociedad conectada sigue siendo aquel descrito por uno de sus pioneros, William Mitchell una personalización y adaptabilidad masiva de los servicios públicos y privados a través de los cuales las personas desarrollamos nuestras vidas para nuestra conveniencia. Cabe preguntarse en este momento si conveniencia y eficiencia es lo único que cabe esperar como ciudadanos del despliegue de la ubicuidad digital en la ciudad. Frente a la conveniencia que desde principios de siglo han añadido a nuestra vida tantos equipos capaces de adaptarse a nuestra realidad, de hacernos más sencillas las cosas, ahora somos más conscientes que hay otras consecuencias asociadas. Pérdida de autonomía (¿somos hoy más libres sujetos a los grandes monopolios de internet?), cambios en nuestras capacidades humanas (¿qué fue de nuestra memoria?), modificación de nuestros hábitos (¿qué hacíamos con tantos tiempos muertos antes del móvil?), creación de nuevos modelos de gobernanza y ejercicio del poder (¿quién controla hoy nuestro rastro digital?),.. Estas consecuencias no son necesariamente negativas, pero claramente nos obligan a cuestionarnos no hacia dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.
El seminal artículo de Mark Weiser (The Computer for the 21st Century) sobre la computación ubicua. Este breve texto representa uno de los escritos más influyentes y casi fundacionales de la tecnología digital tal como la conocemos hoy, en la medida en que predijo el paso de la época del ordenador personal a la era de la computación distribuida y fuera de las pantallas de los ordenadores. Su influencia ha sido central en las siguientes dos décadas en la agenda de investigación de las tecnologías ubicuas y su presencia cotidiana y en la retórica sobre sus prometedores efectos como una proyección para el futuro. Sin duda, su carácter visionario expresado en la conocida cita “the most profound technologies are those that disappear. They weave themselves into the fabric of everyday life until they are indistinguishable from it” se ha demostrado real a día de hoy, aunque posiblemente su despliegue material haya tomado derroteros y plasmaciones insospechadas o imprevistas en algunos casos.
En el caso específico del urbanismo y el planeamiento municipal, su intersección con las tecnologías conectadas también ha dado lugar a nuevas soluciones que tratan de encontrar nuevas dinámicas urbanísticas que incorporen soluciones digitales en sentido amplio. Esto pasa, en primer lugar, por la exploración de la realidad del funcionamiento urbano a través del uso del big data como nueva fase del estudio de los sistemas complejos en los entornos urbanos produciéndose así proyectos de modelización y de visualización de datos urbanos. Este tipo de proyectos de urbanismo sensorizado o urbanismo cuantitativo utilizan una variedad de técnicas de análisis basadas en los datos digitales urbanos que quedan plasmados en visualizaciones con un componente dinámico y, en muchas ocasiones, en tiempo real.
Más cercanos al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimiento municipal hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.
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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
La vida en las ciudades está cada vez más determinada por las tecnologías digitales, de la misma forma que a lo largo de la Historia urbana la evolución de los entornos urbanos ha estado asociada a sus sucesivas instrumentaciones, desde la aparición de los primeros sistemas de alcantarillado a la iluminación eléctrica de la vía pública. Hoy esta instrumentación va adquiriendo características nuevas asociadas a la conectividad y las funciones digitales que hacen realidad corpórea las visiones que en décadas pasadas aventuraban una hibridación de los espacios físicos y digitales. La vida cotidiana es cada vez más una creciente interacción con objetos, plataformas y dispositivos conectados, muchas veces de manera inconsciente (el rastro digital que dejamos en el sistema público de alquiler de bicicletas, nuestra imagen captada por una cámara de video-vigilancia o el paso de un autobús urbano identificado por un sensor, por ejemplo) y otras de manera más consciente (buscando un lugar a través de la navegación GPS, conectándonos a una red de conexión inalámbrica en una plaza, pagando el estacionamiento, etcétera).
Ed Jones/AFP/Getty Images |
Hoy observamos la creciente generalización de sistemas que se han incorporado poco a poco a la vida de las sociedades contemporáneas más avanzadas, principalmente mediante la extensión de los dispositivos móviles personales que dan forma a una iphone city pero también otras respuestas ubicuas al día a día. Hace unos pocos años, el ipad no existía, la idea del internet de las cosas prácticamente no había salido de los laboratorios más especializados o del ámbito académico, y tecnologías como las etiquetas RFID, los i-beacons, la realidad aumentada o los códigos QR no formaban parte del paisaje de objetos cotidianos que llevamos con nosotros o con los que interactuamos. La rápida adopción de dispositivos que nos mantienen permanentemente conectados y que llevamos en nuestros bolsillos y mochilas, así como la progresiva presencia de cada vez más dispositivos e interfaces incorporados en objetos y superficies capaces de procesar información digital representan un enorme cambio en nuestra experiencia vital y comportamientos habituales.
Estas novedades tecnológicas están presentes (o prometen introducirse) en nuestras viviendas, en los edificios, en las calles, en los coches, y el espacio público y, quién sabe, también dentro de nuestros propios cuerpos. Este cambio tecnológico ha llegado de forma silenciosa mediante una transición tranquila e imperceptible desde el ordenador personal hasta la computación ubicua pero, al mismo tiempo, su materialización se caracteriza por su velocidad, su invasividad y su invisibilidad. Este escenario va incorporando progresivamente medios conectados a cualquier esfera vital: relaciones sociales, acceso a servicios públicos y privados, el transporte, el control de las funcionalidades de confort en la vivienda, el registro de nuestras actividades, etc. Una creciente población está, en definitiva, mediatizada por diferentes tipos de tecnologías de movilidad y comunicación que producen un nuevo medio urbano: una ciudad que transmite en tiempo real y 24 horas al día cada vez más detalles de su funcionamiento a través de diferentes interfaces que representan los cambiantes tiempos y espacios urbanos. Reconocer esta presencia es un punto de partida obvio a la hora de situar la eclosión de la SC como el imaginario dominante en la actualidad, pero también es asumir que su vinculación al fenómeno urbano forma parte de una tendencia más amplia y que alcanza a todas las esferas de la vida. Sectores industriales, formas de comunicación, patrones de activismo social o producción y consumo cultural constituyen un incompleto listado de esferas sociales en las que la utilización en sus diferentes formas de tecnologías digitales asociadas a la Red ha transformado su misma esencia.
La concepción de la ciudad como un espacio transformado por esta capa digital es consecuencia de, al menos, dos grandes tendencias. Por un lado, la ciudad como entorno de concentración de actividad humana es el lugar privilegiado en el que los principales progresos científico-técnicos se despliegan, avances que además tienen un fuerte componente de comunicación social y de construcción de nuevas formas de sociabilidad, aspectos consustanciales a la vida urbana. Por otro lado, la letanía del mundo urbanizado que ha visto cómo la mayoría de la población vive hoy en entornos urbanos se ha constituido en una tendencia presente en cualquier estudio sobre la evolución de nuestro mundo y sitúa en las ciudades el lugar central desde el que se movilizan las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Pensar el desarrollo económico, el avance y profundización de la democracia, los nuevos patrones de consumo, el consumo global de recursos naturales, etc. exige situar estos aspectos en la creciente importancia de las ciudades como concentradores de actividad humana.
El inicio del siglo XXI ha desplegado diferentes líneas de desarrollo tecnológico en la esfera de lo digital cuyas posibilidades de transformación futura de las ciudades apenas hoy podemos vislumbrar. En cualquier caso, sabemos que todas las tecnologías basadas o facilitadas por internet son ya las grandes protagonistas de las innovaciones urbanas y los avances tecnológicos más significativos de los próximos años. El internet del futuro es el marco de referencia para desarrollos relacionados con el internet de las cosas, el cloud computing, el big data o la sensórica como vectores tecnológicos de mayor influencia en el despliegue de servicios urbanos. Sus aplicaciones alcanzan todas las escalas, desde cambios en los hábitos de vida personal hasta la transformación de los modelos de negocio de las industrias. Igualmente, cualquiera de las funcionalidades de la tecnología móvil cambia hábitos y patrones eminentemente urbanos en un proceso de ingeniería social por el cual desde la forma de hacer la compra a las vías de estar contacto con familiares y amigos tienen poco que ver con los hábitos de hace un par de décadas. Por último, las vidas sometidas a este escenario son una sucesión continua de rastros digitales que son captados, almacenados, procesados y explotados para adecuar el mundo vivido por cada persona, grupos humanos o comunidades enteras a preferencias, personalizaciones y adaptaciones en tiempo real que comprendemos relativamente pero que funcionan a través de mecanismos algorítmicos sobre los que apenas tenemos capacidad de control.
La ciudad se ha convertido así en la representación simbólica de la creciente generalización, sistematización y colonización digital de cualquier acto humano en las sociedades más avanzadas tecnológicamente. La ciudad inteligente ha pasado a ser el escenario en el que idealizar propuestas y utopías que buscan ofrecer una imagen completa y coherente del cambio tecnológico, la piel digital de la ciudad y sus infraestructuras asociadas-y su relevancia para el progreso humano.
Una revolución tranquila
En ocasiones se identifican los cambios apuntados como una revolución digital. No pretendemos aquí entrar en cuestiones de fondo que otros nombres clásicos de los estudios socio-técnicos han trabajado suficientemente sobre las revoluciones científico-técnicas (Ellul, Mumford,…). Queremos destacar, en cambio, que a pesar de las enormes transformaciones que ha supuesto la panoplia de avances asociados a la Red y a lo digital en su conjunto, esta transición ha sido, si no sigilosa, sí al menos tranquila y sosegada. Frente a la tentación de identificar la emergencia de la ciudad inteligente como un nuevo paradigma en la gestión urbana y en la comprensión del hecho urbano –tal como suele apreciarse en ocasiones-, debemos reconocer que la cuestión digital ha estado presente en el pensamiento sobre las ciudades desde hace un par de décadas al menos. Por otro lado, la colonización digital se ha producido de manera incremental y gradual más que explosiva. De manera bastante pacífica e intuitiva, como individuos, organizaciones y sociedad, hemos incorporado a nuestro quehacer diario, a nuestra experiencia cotidiana, a nuestros medios materiales de vida y a nuestros espacios vividos diferentes dispositivos que denominamos inteligentes.
El relato del salto digital a la ciudad inteligente es mucho menos épico de lo que a veces se presenta y tiene más que ver con una sucesión constante, progresiva, incremental e intuitiva de cambios profundos sobre nuestros hábitos Estos han modulado nuestros procedimientos y acciones de conveniencia más frecuentes, han modificado físicamente nuestras calles y han transformado nuestras formas de relación. No es, por tanto, un cambio rabiosamente contemporáneo. La presencia del software en la vida cotidiana irrumpió hace mucho tiempo en ámbitos diversos (la navegación aérea, la organización empresarial, los flujos financieros o el equipamiento doméstico) y es parte del sistema de organización social desde hace tiempo. Esta presencia es ahora normal en nuestros bolsillos, en el espacio público o en los sistemas de seguridad ciudadana porque el salto principal de los últimos tiempos ha sido el derivado de la naturaleza invasiva de las funciones de los dispositivos inteligentes, que han individualizado la capacidad de intermediar a través de la red en las actividades más comunes e incluso íntimas de la vida humana conectada. Por supuesto, se trata de una presencia ahora masiva y equipada con nuevas capacidades (big data), a través de nuevos dispositivos (teléfonos inteligentes) o interfaces (internet de las cosas) y nuevas infraestructuras (conectividad, centros de datos). Sin embargo, esencialmente, todo se ha producido fuera de nuestra vista, de una manera diluida en la suma de pequeños actos cotidianos con los que sostenemos nuestra existencia en un mundo en el que, aunque sólo sea para una pequeña parte de la humanidad que disfruta de la conexión total y permanente a la esfera digital, desde las retiradas de dinero o las felicitaciones de cumpleaños, pasando por la espera en una calle o el paso de nuestro vehículo queda registrado a través de diferentes medios de captación y almacenamiento de datos.
Todo ello fue imaginado hace tiempo, de manera visionaria pero tremendamente pragmática y, aunque esta vida conectada de inteligencia ambiental ubicua ha tomado formas insospechadas o no previstas, responde a parámetros perseguidos conscientemente. Desde la década de 1980, los estudios sobre la computación ubicua como método para incorporar inteligencia computacional en el espacio urbano han ido ganando relevancia y solidez, pero ha sido la emergencia del movimiento de la smart city el que ha situado de manera generalizada este asunto en la agenda urbana, saliendo por ello de los círculos académicos, artísticos, tecnológicos y activistas en los que hasta ahora se había desenvuelto el estudio de la computación urbana y sus campos conexos (locative media, pervasive computing,…). Siendo esto así, cabe preguntarse cómo este amplio campo de la intersección de la esfera de las tecnologías digitales en la ciudad ha acabado concretándose en una visión particular, selectiva y concreta que ha pasado a denominarse smart city. Igualmente, cabe preguntarse por el papel que juega y jugará esta esfera digital en la comprensión de la vida urbana y en la configuración de sus servicios. Esta esfera está conformada por sensores instalados en la ciudad y sus equipamientos así como por las infraestructuras móviles ubicuas, ambas esferas transmitiendo datos automáticos o deliberados y alimentando aplicaciones y servicios tan dispares como la localización de baches en el asfalto, la medición de la calidad del aire, la monitorización de la red de alcantarillado, la gestión de la red eléctrica, la contabilización de personas, la cuantificación de espacios libres de aparcamiento o la alerta temprana de incendios, etc.
La invisibilidad es característica de las tecnologías que estamos tratando. Hasta ahora, cualquier otra gran transformación técnica de la Humanidad ha sido protagonizada por instrumentos materiales, tangibles físicamente e incluso pesados. Quizá el teléfono o el telégrafo se acerquen a esa invisibilidad pero, en último término, siempre han estado asociados a sus terminales, oficinas o líneas de comunicación y, en cualquier caso, su funcionamiento es relativamente sencillo en comparación con la complejísima red de infraestructuras, protocolos, software,… sobre la que se soporta la Red. Hoy tenemos los dispositivos conectados –con el smartphone como símbolo-, pero la transformación fundamental está en la conexión inalámbrica y la transferencia de información que generan. Datos, algoritmos y código son producto y resultado de la inteligencia ofrecida por los mecanismos materiales que usamos para conectarnos. Así, el teléfono móvil inteligente se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo un objeto absolutamente visible y material propio de la vida conectada es, sin embargo, resultado funcional de un sistema de redes complejas e infraestructuras (centros de datos, servidores,…) invisibles y desconocidas que sostienen todo ello, pero radicalmente materiales y físicas. Esta pérdida de conexión sensorial con la base física de la Red podría explicar nuestra dificultad para captar las consecuencias profundas del cambio tecnológico que vivimos y hace que, en el día a día, la experiencia digital esté más cerca de lo inconsciente y la sensación de tener en nuestras manos una tecnología mágica sobre la que apenas tenemos capacidad de comprender sus consecuencias, su funcionamiento básico y las prerrogativas que le cedemos a cambio de su uso.
Via Cory Doctorow (CC BY-SA 2.0) |
Estas cuestiones nos urgen a formular un modelo crítico para comprender la transición hacia una vida conectada que ha llegado de manera gradual pero abriendo importantes cuestionamientos sobre el significado de esta colonización digital. Podemos ver los sensores instalados en las farolas de alumbrado público, pagar el aparcamiento acercando nuestra tarjeta de crédito, seguir en tiempo real nuestro consumo energético o incluso, al menos entender, en qué consiste la plataforma de integración de datos que nuestro ayuntamiento está desarrollando a modo de sistema operativo. Podemos descargarnos una app en nuestro móvil, aceptar la política de cookies de una web o acordar con una empresa a través de un formulario web una determinada política de uso de nuestros datos personales. Pero aunque podamos tocar estos objetos o realizar estas acciones de manera consciente, su significado más íntimo en términos de quién hace qué con nuestros datos, qué control tenemos sobre las imágenes de video-vigilancia a las que estamos sometidos o por qué el buscador de información municipal nos ofrece unos datos u otros, sigue siendo una caja negra. Mucho más oscuro aún es comprender que nuestros datos personales están alojados en servidores y centros de datos de la Costa Este de Estados Unidos, que el diseño de ese sistema operativo de nuestra ciudad tiene su cerebro (servidor) en California o quién es dueño de los cables submarinos que nos conectan a la Red mundial. Por eso, a pesar de haber descubierto recientemente que nuestra sociedad y nuestras vidas, tan beneficiadas por estar conectadas, están también sometidas a los sistemas de espionaje masivo más complejos de la Historia , nuestra sensibilidad sobre los problemas, por ejemplo, de privacidad, sigue siendo muy baja . Esta realidad nos señala una necesidad imperiosa de disponer de recursos críticos para abordar estos cambios desde un debate social consciente, crítico y constructivo. Precisamente por el carácter invasivo e invisible que hemos señalado, las tecnologías que hoy disfrutamos tienen la capacidad de maravillarnos, instalarse cómodamente en nuestras rutinas y ser asumidas sin mayor cuestionamiento que la conveniencia que nos producen en nuestros quehaceres diarios. Pero si bien el enorme y complejo desafío de la privacidad y la seguridad se presenta como el más significativo y sensible a nivel personal, otros muchos desafíos se presentan en el horizonte de la esfera pública y comunitaria. Estos desafíos, en la medida en que se plasman a través del imaginario de la smart city en las formas de gobierno, en los arreglos institucionales a través de los cuáles se despliegan las infraestructuras básicas de la ciudad y nuevos servicios derivados de la esfera digital o en las expectativas sobre los límites de la democracia, abren la necesidad de cuestionar las asunciones implícitas detrás de estas tecnologías.
La condición inteligente de la ciudad
La smart city como propuesta urbana trata de ofrecer un marco para explicar y ordenar esta presencia digital en la ciudad. Se trata del modelo urbano que ha sido ofrecido como explicación totalizadora de tantos fenómenos de cambio que apenas hemos esbozado anteriormente. La complejidad de la transición a un mundo (progresivamente) ubicuo y (mayoritariamente) urbano exige dar un sentido y coherencia para explicar el mundo en el que vivimos y que estamos construyendo y en el marco de esta necesidad la SC ha salido triunfante como modelo o teoría social de referencia a partir de una integración o co-optación de discursos previos (la sostenibilidad) y de pretensiones nada novedosas (la planificación y a gestión burocrática del desarrollo urbano). A pesar de sus ambiciones totalizadoras, el debate sobre la smart city ha sido muy limitado, sesgado, incompleto y precipitado. Tras los últimos años protagonizando gran parte del debate institucional (en forma de congresos, planes, proyectos piloto, etcétera), la ciudad inteligente no es capaz de explicarse a sí misma de manera comprensible para poder discutir sus consecuencias explícitas y sus efectos implícitos.
El significado de estas innovaciones tecnológicas en un mundo tan urbano (por porcentaje de población viviendo en ciudades pero también por el cada vez mayor número de grandes aglomeraciones urbanas) y a la vez tan dispar (un mundo en el que conviven realidades urbanas tan diferentes como Lagos, Nueva York, Jakarta o Santiago de Chile) está aún por explorar. El escenario aspiracional de la ciudad inteligente en la sociedad conectada sigue siendo aquel descrito por uno de sus pioneros, William Mitchell una personalización y adaptabilidad masiva de los servicios públicos y privados a través de los cuales las personas desarrollamos nuestras vidas para nuestra conveniencia. Cabe preguntarse en este momento si conveniencia y eficiencia es lo único que cabe esperar como ciudadanos del despliegue de la ubicuidad digital en la ciudad. Frente a la conveniencia que desde principios de siglo han añadido a nuestra vida tantos equipos capaces de adaptarse a nuestra realidad, de hacernos más sencillas las cosas, ahora somos más conscientes que hay otras consecuencias asociadas. Pérdida de autonomía (¿somos hoy más libres sujetos a los grandes monopolios de internet?), cambios en nuestras capacidades humanas (¿qué fue de nuestra memoria?), modificación de nuestros hábitos (¿qué hacíamos con tantos tiempos muertos antes del móvil?), creación de nuevos modelos de gobernanza y ejercicio del poder (¿quién controla hoy nuestro rastro digital?),.. Estas consecuencias no son necesariamente negativas, pero claramente nos obligan a cuestionarnos no hacia dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.
El seminal artículo de Mark Weiser (The Computer for the 21st Century) sobre la computación ubicua. Este breve texto representa uno de los escritos más influyentes y casi fundacionales de la tecnología digital tal como la conocemos hoy, en la medida en que predijo el paso de la época del ordenador personal a la era de la computación distribuida y fuera de las pantallas de los ordenadores. Su influencia ha sido central en las siguientes dos décadas en la agenda de investigación de las tecnologías ubicuas y su presencia cotidiana y en la retórica sobre sus prometedores efectos como una proyección para el futuro. Sin duda, su carácter visionario expresado en la conocida cita “the most profound technologies are those that disappear. They weave themselves into the fabric of everyday life until they are indistinguishable from it” se ha demostrado real a día de hoy, aunque posiblemente su despliegue material haya tomado derroteros y plasmaciones insospechadas o imprevistas en algunos casos.
Via BruceS |
Más cercanos al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimiento municipal hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.
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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.
controltemp.es
ResponderEliminarControlar la temperatura del hogar es clave para ahorrar energía. Ajustar el termostato según la estación y usar tecnologías inteligentes reduce el consumo energético, disminuye costos y contribuye al cuidado del medio ambiente.