sábado, 29 de octubre de 2011

Emerald cities. Sostenibilidad urbana y desarrollo económico


Hace unos días, repasábamos un libro sobre cómo conseguir que estos tiempos de austeridad económica no sean una excusa para dejar de actuar a favor de la sostenibilidad. Este nuevo libro, Emerald cities. Urban Sustainability and Economic Development, escrito por Joan Fitzgerald, puede dar pistas para ser más ambiciosos aún y esperar que sea precisamente la sostenibilidad urbana un motor de desarrollo económico. En ambos casos, los libros prestan especial atención a la cuestión energética como elemento central del funcionamiento de los sistemas urbanos.
Este libro en concreto es un viaje que empieza y termina en Europa, metáfora utilizada por la autora para plantear una de sus principales tesis: Estados Unidos ha perdido en las dos últimas décadas una inicial posición de dominio en el desarrollo tecnológico de las energías renovables frente al impulso de países como Alemania o Suecia. Las ciudades de Freiburg o Estocolmo son casos de referencia en nuestro entorno más cercano en cuanto a políticas de sostenibilidad energética y, sin embargo, parecen estar a años luz de la realidad de las ciudades norteamericanas, ámbito al que se dirige principalmente el libro. La ciudad alemana, en la frontera entre Suiza, Alemania y Francia, es un ejemplo perfecto para explicar la capacidad de movilización de la economía local que tiene una apuesta por la sostenibilidad de larga tradición (desde 1975, con las primeras movilizaciones ante el anuncio de la instalación de una central nuclear) y que ha dado como resultado no sólo una intensa utilización de las energías renovables en la ciudad, sino un poderoso ecosistema local de empresas de alto valor añadido en el mercado de la energía, principalmente solar y de centros de investigación que son ahora mismo punteros. Del mismo modo, Estocolmo es otro buen ejemplo de cómo desde políticas de planificación urbanística, con el ejemplo de Hammarby Sjöstad a la cabeza, se pueden diseñar las ciudades desde nuevos criterios de eficiencia energética y de utilización inteligente de la energía.

Cuando empecé a leer hace ya tiempo sobre el nacimiento de nuevas fuentes de energía, Estados Unidos solía aparecer como uno de los territorios donde mayor impulso tecnológico existía, donde estaban desarrollando los primeros experimentos de implantación a gran escala de energía solar o los estudios más avanzado sobre el hidrógeno. El libro repasa el parón en la inversión de I+D en esta materia a finales del siglo XX y cómo esto no sólo ha sido un lastre para la economía nacional estadounidense, sino que ha dejado huérfanas a muchas ciudades en la lucha por la sostenibilidad. Sin embargo, el libro de Fitzgerald se convierte en una reivindicación de ciudades que, a pesar de que no hayan sido buenos tiempos para las políticas nacionales de lucha contra el cambio climático y las energías renovables en Estados Unidos, han construido un trayecto propio y se han destacado como ejemplos a considerar. Así, se explica con un importante nivel de detalle las actuaciones públicas y privadas en algunas ciudades en diferentes ámbitos como las energías renovables (Austin, Toledo, Cleveland,... ), la eficiencia energética en la edificación (Los Angeles, Milwaukee, Pittsburgh, Syracuse, New York, ), o el transporte (Denver, Los Angeles, Portland, Seattle).
En todos los casos, el análisis se centra en describir la conexión entre estas actuaciones y la capacidad que tienen de generar oportunidades de desarrollo económico a través del impulso tecnológico y la creación de actividad económica en el tejido local, situando el tema de los green jobs o la economía verde en el terreno de lo concreto y lo que las autoridades locales pueden realizar, incluso a contracorriente de las prioridades de los gobiernos nacionales. Se trata den muchos casos, de procesos que no son propios del modelo institucional europeo, pero aún así son valiosos precisamente porque parecen imponerse otras formas de enfrentar las políticas locales a través de formas público-privadas en las que llaman la atención, sobre todo, alianzas de coaliciones de grupos socailes y ecologistas con sectores económicos para poner en marcha mecanismos de incentivación de otros modelos de gestión y producción energética ante la ausencia de decisión por parte de las autoridades públicas.

jueves, 20 de octubre de 2011

La inteligencia de la ciudad está en la calle


@manufernandez
Recomiendo escuchar detenidamente esta intervención de Adam Greenfield, fundador de Urbanscale y una de las personas con las ideas más claras sobre el papel que puede jugar la tecnología en la vida urbana. Como pionero del urban computing, su libro Everyware: The dawning age of ubiquitous computing es una referencia sobre computación ubicua y su presencia en el entorno construido. Un trabajo más breve en forma de entrevista, Urban Computing and its Discontents,  también cuenta entre las lecturas obligatorias de cualquiera que se acerque a estos temas para entender los dilemas de la interacción de lo digital y el espacio físico de la ciudad. Son trabajos que cuentan con suficiente tiempo como para entender que, en primer lugar, que nada de lo que cae bajo la etiqueta de smart city es nuevo (aquí tienes una buena selección de libros sobre el tema en los últimos diez años que dan algo de perspectiva) y, en segundo lugar, nos permiten tomar algo de distancia para ver cuántas de las promesas se han cumplido y cuanto ha habido y hay de exageración optimista sobre el valor de las tecnologías digitales en las ciudades.

Smart City es una expresión que procuro evitar, precisamente porque su actualidad no ha hecho más que confundir las cosas. Prefiero hablar de tecnologías para el funcionamiento urbano cuando pienso en la mejora de los servicios públicos, y tecnologías de empoderamiento cívico cuando se trata de nuevas formas de intervención digital en la creación colectiva de la ciudad o simplemente de la experiencia de la vida en la ciudad. Es, además, una expresión absolutamente equívoca y que, quienes la usan más a menudo, reconocen que no saben qué significa. Hay que bajar la escala, a pie de calle, por ejemplo para comprender el valor de la tecnología en la vida cotidiana. Mirar la ciudad desde arriba tal como hace la idea genérica de smart city, nos permite ver ciertas necesidades (las redes de distribución energética, los flujos de tráfico, etc.) pero no nos da nitidez suficiente para fijarnos en la vida real de la ciudad y sus ciudadanos. Y esa vida se da en una escala más pequeña y es ahí donde sí podemos descubrir las pequeñas interacciones cotidianas entre las personas y de las personas con los servicios urbanos y encontrar nuevas innovaciones realmente necesarias y que tengan mejores perspectivas de éxito. Es la escala que nos permite comprender qué necesidades reales tenemos para usar más el transporte público, qué obstáculos reales existen para crear modelos de negocio viables para los sistemas de automatización en tiempo real de la información de aparcamiento. La calle es el espacio dinámico donde podemos encontrar aplicaciones más cotidianas que nos permitan utilizar todo el potencial de la ciudad en su interacción entre lo físico y lo digital. La calle como plataforma lo llamó Dan Hill hace ya tiempo.



Adam Greenfield on Another City is Possible / PICNIC Festival 2011 from PICNIC on Vimeo.

Tenemos a nuevos agentes hablando intensamente de la ciudad y prometiendo que será inteligente. Son recién llegados a la discusión sobre la ciudad y están actuando con un exagerado optimismo y una ausencia casi total de perspectiva sobre la ciudad a la que pretenden servir. Una retórica vanguardista a la que le suman objetivos de sostenibilidad para legitimar sus estrategias comerciales, pero sin saber apenas nada sobre ecología urbana, sobre sociología urbana o simplemente sobre la vida social de los espacios públicos. Ni tan siquiera las diferentes industrias parecen ponerse de acuerdo. Sobre esto, Anthony Townsend plantea una idea que creo que es fundamental a la hora de enfocar los desarrollos tecnológicos que las empresas quieren hacer en las smart cities:
But have only the foggiest notions about what people might do with it. It's a vision of the city driven by a product. We've made that mistake before. In the 20th century, when we let General Motors convince us to design our cities around cars. We can't make that mistake again.
Es evidente que las empresas que cuentan con productos tecnológicos que ofrecer han de centrarse en sus productos para venderlos. Pero no basta con agregar ciertas tecnologías añadidas o revestir los productos de toda la vida con una capa más sofisticada. Si de verdad queremos contribuir a un mejor desarrollo urbano, hará falta diseñar desde el origen esos productos pensando en los servicios urbanos a los que contribuyen. Ahí encontraremos variables no tecnológicas para su diseño que van a ser decisivas para que los productos sean útiles. Sí, Masdar, Incheon o Songdo son grandes proyectos que nos dan una idea de la naturaleza y la escala con la que somos capaces de intervenir en el territorio. Pero no son más que ideas contrarias al propio concepto de ciudad como lugar con memoria, con historia, de conflicto. Son sólo ejemplos de un desorbitado optimismo tecnológico y un pesimismo injusto sobre las ciudades que tenemos, y nos despistan del objetivo principal, que no es otro que disponer de mejores condiciones para la satisfacción de las oportunidades y capacidades de las personas allí donde viven. Lavasa (India) es el ejemplo perfecto para explicar la desconexión de lo smart con lo urbano, tal como se está vendiendo.
En todo el 2011 he llegado a contar no menos de diez eventos de cierto nivel en España donde el lema principal era las smart cities. Y en todos ellos faltaba siempre una perspectiva integral de la ciudad, una visión amplia de la ciudad como lugar y no como mero espacio sobre el que implantar sofisticadas redes o desarrollar aplicaciones móviles. Eventos donde se repiten lemas, ejemplos y promesas, en los que se mezclan por igual aportaciones sobre la enésima reinvención de las redes sociales, las smart grids o las últimas aplicaciones de la sensórica, en un totum revolutum difícil de entender y en el que todo, cualquier cosa, puede tener la etiqueta de #smartcity. Pero apenas hay rastro de cómo enfrentar socialmente la generalización de tecnologías de videovigilancia y control facial, de cómo abordar la sostenibilidad del modelo energético más allá de las tecnologías, de cómo entender un modelo inteligente de movilidad urbana, por ejemplo.
Sí, tenemos los datos. Sí, tenemos importantes desarrollos tecnológicos. Tenemos, incluso con trademark, un urban operating system. Pero nada de eso va a funcionar, puedo apostar lo que sea, sin entender la ciudad en su contexto. Igual que no funcionaron las futuristas visiones de hace años. Hablemos de ciudades, perfecto, porque en ello nos va el futuro de este mundo urbano. Pero pongamos perspectiva a las cosas antes de equivocarnos como siempre se hna equivocado las ensoñaciones sobre el futuro de la ciudad. Empiecen por Jane Jacobs. Cualquier párrafo de Vida y muerte de las grandes ciudades puede leerse hoy en día y encontrar implicaciones sobre el valor real de la tecnología en la ciudad. Porque la fascinación que producen los renders maravillosos de nuevas ciudades en recónditos rincones del mundo, el interés que despierta cualquier nueva app para el iphone, el potencial que tiene la liberación de los datos públicos o el carácter innovador de las smart grids no son nada sin contexto. Y el contexto es urbano y brilla por su ausencia en gran parte de los reclamos alrededor de la smart city.
El mayor exponente de esto último es esa noticia que, como muchas otras, circuló acríticamente hace unas semanas. Nada menos que una ciudad sin personas en el desierto de Nuevo Mexico, construida como laboratorio de tecnologías smart para las ciudades. Aceptar este tipo de ideas es alejarse de un modelo de investigación abierta en el que las tecnologías se prueben con los usuarios. Sal a la calle, que es el principal laboratorio y encontrarás más respuestas sobre cómo orientar el desarrollo que estás haciendo.
La verdadera inteligencia de la ciudad está en el casi milagroso orden inestable espontáneo en el que se da la vida en la ciudad. Son las relaciones sociales, las personas, las que generan la inteligencia del funcionamiento de las ciudades. Imperfectas, conflictivas, desastrosas a veces, mejorables siempre. La tecnología sólo facilitará ciertos procesos, y la lógica de la vida colectiva derrotará cualquier intento de implantar sistemas que sobrepasen el nivel necesario de sofisticación. La tecnología que da inteligencia a la ciudad y que hace que las cosas funcionen es invisible y tiene que ver con la diversidad, la confianza recíproca, el encuentro del otro o la capacidad de apropiarse y construir la ciudad de forma conjunta. El determinismo tecnológico chocará irremediablemente con la impredictibilidad y la complejidad de la vida urbana si se imponen las estrategias top-down de sofisticación tecnológica en un momento, además, de dificultades presupuestarias para las entidades locales.

Imagen tomada de *USB* en Flickr bajo licencia CC BY-SA 2.0

miércoles, 19 de octubre de 2011

El silencio de los medios durante el despilfarro de infraestructuras


@manufernandez
Seguramente viste o has oído hablar del reportaje de Salvados en La Sexta. "Cuando éramos ricos" es un fantástico título para descubrir qué es lo que hicimos en materia de infraestructuras cuando nos estábamos pegando la gran fiesta de los aeropuertos, museos de arte moderno, autopistas y demás. En realidad, el título más exacto podría ser "Cuando pensábamos que éramos ricos", o, como plantean en n+1, "La vida es España no es muy diferente de un capítulo de Los Simpson" pero el caso es que es un buen trabajo. Por limitaciones de tiempo, no aparecen casos aún más extremos pero, sobre todo en el caso del Ave y de la mano de Germà Bel, queda suficientemente claro lo que ha pasado aquí. Otras televisiones generalistas, también sólo después de iniciada y muy avanzada la crisis, se atrevieron a contar estas cosas, como en el reportaje de Cuatro, "¿Era necesario construirlo?" y en RTVE con "Mamotretos públicos". Pero, en los tres casos, han sido reportajes que llegaron tarde.

El despilfarro de las infraestructuras y sus consecuencias sobre el modelo territorial es un tema que he seguido en el blog desde que empezó la crisis, casi siempre a modo de inventario. En su momento recopilé algunas referencias de medios extranjeros que empezaban a tratar el sobredimensionamiento de la red de infraestructuras en España, una visión que podría haber entrado perfectamente en el reportaje de Salvados. Porque los medios extranjeros, sorprendidos por la actual crisis económica española, miran ahora asombrados y descubren situaciones insospechadas. En un post de hace unos meses (El despilfarro de las infraestructuras en España, en los medios extranjeros) ya revisé algunos de estos primeros reportajes que venían de fuera para descubrirnoslo que desde aquí no nos habían contado apenas. Desde entonces, en periódicos de aún mayor importancia internacional se han sucedido otros artículos que han puesto en el punto de mira un modelo que hacía aguas por todos lados. Entonces no queríamos verlo, los medios no nos lo contaron y los medios extranjeros tampoco estaban ahí para contarlo. Esta es una selección de algunos artículos de los últimos meses:

Lo he dicho otras veces. Está ahí la hemeroteca de los diarios de tirada nacional y, sobre todo, toda la ristra de periódicos regionales. Costará encontrar en sus ediciones de, digamos, los últimos diez años, algún artículo crítico con la construcción de nuevas autopistas, la edificación de nuevos centros de arte o con el desarrollo de nuevas infraestructuras aeroportuarias. Entonces callaban, salvo honrosas excepciones de periodistas que supongo que intentaban buscar una vía de independencias profesional en un ambiente de simbiosis medios periodísticos-partidos políticos. Al contrario, todos los medios aplaudían a los reyes de taifas que prometían la prosperidad en forma de cemento y hormigón y son capaces de atreverse a azuzar al pueblo con un aeropuerto para pasear, apoyados además por los efectos perversos de la politización de las cajas provinciales. Ahora hay tenues movimientos críticos en la prensa, pero ya es tarde. No cumplieron su labor de formación de una opinión pública informada. O mejor, cumplieron su labor de ser correa de transmisión de los grandes poderes fácticos que han movido este país, correa de transmisión del pensamiento primitivo sobre el valor intrínseco de cualquier infraestructura.
Los medios extranjeros asisten como testigos y piensan "¡cómo ha sido posible todo esto!" y creo que, en buena medida, es otra demostración más de que los medios tradicionales de nuestro país han perdido, en esto también, su papel central y no estaban cuando era necesario poner en cuestión proyectos insostenibles y dar voz a quienes se oponían a ellos a contracorriente. Un post altamente recomendable por el esfuerzo que ha implicado de recopilación de datos y casos es AVEs, aeropuertos, autopistas y tranvías: la cleptocracia arruina España. Cada párrafo de ese post podría haber sido una vía de investigación para muchos medios, pero apenas nos lo contaron.

domingo, 16 de octubre de 2011

Cuando enlazar era una forma de escribir


Una viñeta de El Roto de hace unos días explicaba perfectamente una de las cosas más molestas y que más me preocupan de la vida que vivimos a lomos de una sociedad posmoderna donde la lógica de las redes sociales se impone para bien y para mal: "Gracias a las nuevas tecnologías me informo al segundo y lo olvido al instante". Refleja de manera precisa lo que observo en esta especie de reinvención permanente de ideas y conceptos que suenan a pretendidamente nuevos en la era de las redes sociales. La falta de contexto y la falta de historia en una internet que avanza a ritmo de click. Todo llega ahora, es nuevo y te puedes sumar a esa ola sin detenerte un poco y analizar con algo de perspectiva si alguien ya ha abordado ese tema, si existen referencias inevitables a la hora de plantearlo o si ese nuevo concepto se basa en otras ideas más desarrolladas y más profundas. No sólo olvido las cosas al instante, sino que apenas somos capaces de poner lo nuevo en un contexto previo determinado. Es, como siempre, otra neura que, para los que sois habituales, empezará a sonar repetida. Julen lo explicaba perfectamente:

En las esquinas de Internet los viejunos nos convertimos en carcas que no saben evolucionar. Incapaces de aceptar el cambio nos reconcomemos presos de una picazón que no para. Miramos nuestros posts y vemos en ellos un anacronismo, un objeto de culto que adquiere condición museística. Empezamos a ser una especie de patrimonio que conviene proteger por chocho y fuera de lugar. La marea incontinente de las redes sociales en Internet se nos lleva por delante.

Una corriente de información al instante, de trending topics nuevos que sepultan al anterior. Ya no leemos, sólo hacemos click. Ya no escribimos, sólo hacemos click y retuiteamos. Ya no enlazamos. Enlazar era la salvación porque permitía construir estructuras un poco más complejas de información relacionada, pero ya pasó. Enlazar era la forma de decir discretamente "esto es lo que pienso, pero estos otros lo han explicado mucho mejor". Enlazar era participar de una conversación más o menos organizada. Enlazar era ejercitar la capacidad de dar contexto a las cosas. Enlazar era una forma de buscar referencias antes de escribir obviedades. Enlazar era una forma de darle historia a un relato. Enlazar era una forma de decir "me acuerdo de aquello que escribiste". Enlazar era una forma de memoria. Cada vez se enlaza menos porque ya no hay tiempo para detenerse a pensar y enlazar a quien ya ha escrito cosas más interesantes o más útiles. Enlazar es de otra época. No hay conversación, sólo un galopante timeline de información fragmentada y los relatos coherentes no tienen sentido.Y, sin embargo, millones de enlaces recorren el mundo en forma de me gusta y de retuiteos o de check-ins en no sé dónde.  Enlazar es una forma de vivir, ya no es una forma de escribir. Para bien y para mal.

sábado, 15 de octubre de 2011

Intervención en EQUIciuDAD 2011


EQUIciuDAD 2011 es un congreso que tendrá lugar el 14 y 15 de diciembre en Donostia-San Sebastián promovido por el Vicerrectorado de la UPV y comisariado por Sinergia Sostenible, que a través de Lorenzo me ha invitado a participar.

El encuentro se propone explorar formas concretas de dar contenido al difuso concepto de sostenibilidad aplicada a la arquitectura y el urbanismo y la equidad como eje transversal de cualquier intervención en la ciudad. Y yo, que no soy ni arquitecto ni urbanista, algo tendré que decir y aún estoy en ello. En cualquier caso, será una buena oportunidad para escuchar y aprender de un buen panel de ponentes (puedes ver aquí el programa completo).Me encargaré de conducir una de las mesas redondas del 14 de diciembre y prepararé para ello una breve presentación de algunos temas para someterlos a debate en el grupo. Como otras veces, tendré que tirar del archivo del blog y de Delicious para encontrar las ideas que puedan ser más sugerentes. Después de tanto tiempo guardando y escribiendo, a veces no es fácil seleccionar, pero me pongo a ello.

jueves, 13 de octubre de 2011

Aunque el cambio climático fuera un bulo


Circula desde hace unos días una viñeta (ver original) que he usado alguna vez en presentaciones en las que toco el tema del cambio climático. Es un dibujo (de Joel Pett y publicado en el USA Today) que describe una escena en la que un aparente escéptico-negacionista del cambio climático, ante un conferenciante detallando las ventajas de la lucha contra el cambio climático, clama: "¿y si al final resulta que es un bulo y estamos creando un mundo mejor para nada?".


Creo que es una forma muy inteligente de plantear de manera sencilla dónde están algunos de los problemas sobre la comunicación social de la ciencia del cambio climático. No es momento de entrar en la los detalles de los climate-gate, las salidas de barra de los lobbies climáticos ni, en general, las disputas concretas sobre cuestiones muy específicas sobre el origen e impacto del cambio climático. La cuestión es, más bien, ¿cómo es posible que en una sociedad supuestamente moderna, al igual que con otras cuestiones donde la ciencia tiene tanto que decir, encuentren caldo de cultivo pensamientos acientíficos sobre el cambio climático? Es una respuesta compleja pero la viñeta nos apunta en otra dirección. No es problema de los negacionistas, sino de cómo se comunica la ciencia climática y, en general, cómo se hacen llegar a la sociedad determinados mensajes. No sólo esto, sino que también cabe preguntarse cómo es posible que, sabiendo lo que sabemos, nos cueeste tanto actuar.

Dicen, ahora que tenemos algo de perspectiva, que el discurso alarmista que tanto cautivó al mundo de la mano de la verdad incómoda de Al Gore ha contribuido poco a la larga a construir compromisos internacionales serios y a crear una mayor conciencia social y compromiso individual. La psicología ambiental sabe bien cómo los seres humanos tenemos limitaciones para comprometernos con el futuro y actuar ante amenazas hipotéticas. Somos más de aquí y ahora. Y nuestras presunciones se hacen fuertes frente a nuevas evidencias.
Por eso, otro tipo de planteamientos como el del documental Carbon Nation, tienen mucho más calado y marcan mejor la línea de por dónde construir no sólo una ciudadanía más comprometida sino también políticas públicas mejor diseñadas y explicadas. En el tráiler se anuncia con un enfoque muy interesante, alternativo al que hemos visto en Una Verdad incómoda y en otras películas que han apostado por un tono catastrofista y busca superar el discurso negacionista abundando en soluciones más que en el diagnóstico de situación y sus causas. Como anuncian en GOOD, una película a la que le da igual si no crees en el cambio climático. Quizás el alarmismo no haya sido una buena estrategia comunicativa para movilizar a la población, algo de lo que se acusó con cierta razón a al Gore y quién sabe si esta película tendrá más éxito, no de taquilla sino de posibilidades reales para actuar contra el cambio climático.No renunciemos, por supuesto, a explicar bien todo el complejo proceso del cambio climático y los impactos que genera, pero seguramente tengamos que explicar mejor los beneficios de las políticas que tienen que ver con él.

No se trata de renunciar al petróleo (que también), sino de dejar de gastar en combustibles fósiles y crear un modelo inteligente de producción y consumo energético más barato, más razonable, más justo, más distribuido. No se trata de hacer la vida imposible al coche, sino de disponer de ciudades que realmente podamos disfrutar sin tantos temores (calidad del aire, por ejemplo). Cualquier acción relacionada con la lucha contra el cambio climático merece la pena aunque no existiera el cambio climático, aunque fuera el mayor bulo de la historia. No se trata de hacer el juego a una corriente anti-racionalista que cabalga a lomos de posturas como las que podemos ver en el Tea Party. Pero sí de acercar las cosas a la realidad más tangible. Hace poco, en una reunión en la oficina, un compañero planteaba con ironía: "¡pero cómo va a dejar la gente el coche si es un invento fantástico!". Te lleva donde quieres, pueden escuchar música o las noticias, puedes correr si sentirte un intrépido,...Incluso puedes fumar en tu propio coche. Con razón, venía a decir que hemos interiorizado tanto sus ventajas -y tan poco sus inconvenientes- que es muy difícil llegar a la gente con mensajes que impliquen prohibir o renunciar.
Pienso, por ejemplo, en cómo se han explicado tradicionalmente los proyectos de peatonalización para sacar los coches del centro de las ciudades. Siempre han contado con la oposición inmediata de los más afectados, posiblemente porque siempre se incide en que la política es echar a los coches, hacerles la vida imposible. En cambio, poco conseguimos explicar de los beneficios, que es lo que realmente se persigue. Se nos olvida explicar que la medida implica ganar espacio ciudadano, ganar en más personas paseando y viendo escaparates, ganar en calidad del aire, ganar en espacios de tranquilidad,....y eso es hacer un mundo mejor, una ciudad mejor.

jueves, 6 de octubre de 2011

Sostenibilidad en tiempos de austeridad


Las cosas están como están, no hace falta insistir mucho. Las noticias nos recuerdan constantemente que no cabe otro caso que seguir en este estado de pesimismo en el que estamos. Llega la austeridad como principio de gestión pública. Frente a una abundancia que sólo era ilusoria, el ajuste y la falta de presupuesto para las políticas locales se imponen como un mantra.

Philip Monaghan ha publicado recientemente un libro que remite a esta situación y apela a quienes están implicados en la gestión pública local a no entrar en parálisis y, sobre todo, a no encontrar en la austeridad una excusa para abandonar la transformación sostenible de las ciudades. Sustainability in austerity. How local government can deliver during times of crisis está escrito para server de referencia sobre acciones concretas que desde el punto de vista de la sostenibilidad siguen siendo posibles en estos tiempos, bien porque su coste de implantación es reducido o bien porque, sobre todo, son capaces de generar rendimientos económicos que las justifiquen.


Como texto que pretende cumplir la función de un manual, las sugerencias seguramente pueden resultar muy teóricas si no se ponen en el contexto de cada organización municipal, contexto en el que entran muchas variables: liderazgo institucional, capacidad de impulso, realismo y coherencia en la propia estrategia (cuando la hay), capacidades técnicas, etc. Más allá de esto, el libro detalla algo más de cien medidas supuestamente neutras en términos económicos. Algunas de ellas tienen que ver con la reestructuración de órganos internos de decisión para integrar la sostenibilidad en las políticas municipales (algo que, de hecho, ni siquiera tiene que ver con los actuales tiempos de austeridad, sino con la siempre necesaria tarea de ser coherentes en las decisiones). Otras ideas caen en el ámbito del sentido común, casi. Porque, de alguna forma, las pequeñas acciones de sostenibilidad tienen un fuerte componente de racionalidad económica. Por eso, aunque las grandes transformaciones del urbanismo sostenible requieren en muchos casos fuertes inversiones, siempre quedan actuaciones a las que no se puede renunciar y que siguen disponibles en tiempos de austeridad: la gestión eficiente de la calefacción o el aire acondicionado en los edificios públicos o la iluminación de calles y edificios.

Una colección de tipologías de acciones que, en cualquier caso, ya son bien conocidas, pero para las que la austeridad no debería funcionar como obstáculo. O un recordatorio de que la gestión eficiente del gasto público tiene muchos más agujeros de los que a veces vemos y que la sostenibilidad no tiene por qué suponer siempre grandes costes de transformación.
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