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lunes, 26 de enero de 2015

¿Sirven realmente para algo los hackathons?

Cuanto más tiempo pasa, más consciente soy de que con UrbApps allá en 2012, de manera meramente intutitiva, íbamos por buen camino, en línea con alguno de los primeros textos que apuntaban en el cuestionamiento de los hackathons, como On hackathons and solutionism o Three Problems With Civic Hackathons. Desde entonces, se ha seguido profundizando en esa línea crítica sobre el planteamiento tradicional de los hackathons y sus impactos reales.

TEDxShelburneFalls  (CC BY-NC-ND 2.0)
Estos días estoy leyendo  The Data Revolution: Big Data, Open Data, Data Infrastructures and Their Consequences (un magnífico libro de Rob Kitchin sobre el que próximamente escribiré algo más en el blog) y en él vuelvo a encontrarme mencionados un par de artículos que leí en su momento, You Can’t Just Hack Your Way to Social Change, de Jake Porway  y Hacking the hackathon, de Shauna Gordon-McKeon. Ambos apuntan cosas que estaban detrás de esas primeras inquietudes sobre cómo rediseñar los hackathons. Ahora, todo más consolidado, lo enlazo con ideas como el solucionismo, el eventismo o el fetichismo tecnológico. El segundo de los artículos es especialmente claro sobre algunas de las debilidades de este tipo de eventos: falta de diversidad en el perfil de los participantes, escasa atención al potencial de estas actividades como generadoras de miradas más amplias sobre la cuestión que se aborda, dificultades para mantener los procesos en el tiempo y la escasa conexión con las comunidades locales.

En Hackathons y solucionismo, o por qué importa más el proceso que el resultado ya comenté sobre la falta de diversidad de perfiles involucrados y las debilidades a la hora de enmarcar de forma sólida las preguntas a resolver como dos elementos que suelen estar detrás de la fatiga de los hackathons. Es la fase de ideación y de definición de los problemas donde debería centrarse gran parte del esfuerzo no técnico pero sí conceptualmente valioso para acertar con apps y otras soluciones que supuestamente quieren ser de utilidad. Su enfoque demasiado centrado en cuestiones técnicas y su vinculación a procesos de apertura de datos convierten los resultados de los hackathons en sus diferentes vertientes, la mayoría de las veces, en un listado de páginas de recopilación de datos o en versiones 1.0 con apenas funcionalidad y que sólo en un porcentaje mínimo tienen desarrollos posteriores. Por eso su principal debilidad es la falta de continuidad al estar basados en el voluntarismo y la ausencia de recursos y contextos estables de colaboración que den soporte al antes y, sobre todo, al después de la fase alfa o beta a la que normalmente llegan las aplicaciones desarrolladas en estos eventos. Aquí es donde, por ejemplo, las metodologías de Medialab Prado, de Etopia y tantos otros, no vinculadas a los hackathons en sentido estricto pero sí conexas, ofrecen un entorno apropiado para ello. Esta falta de seguimiento posterior es, sin duda, la causa de la frustración inmediata que pueden generar en los participantes. Por eso también, la documentación de los procesos (y no sólo las especificaciones técnicas) cobran un papel relevante para que los proyectos sean entendibles, se puedan evaluar las decisiones dadas en cada momento, se puedan sumar personas o contribuciones posteriores, etc.

Sin embargo, me interesa más cómo repensar este tipo de actividades desde el punto de vista de quién participa en ellas. Sufren, en primer lugar, de una evidente falta de diversidad, debido fundamentalmente a que su atractivo suele enmarcarse en soluciones técnicas, asunto al que se ven llamados o están en contacto un determinado perfil de personas  (desarrolladores, ingenieros, movimiento del open data, etc.). Además, la presencia de personas, tanto dando soporte como participando propiamente, que tengan un conocimiento amplia de cómo fucnionan "las cosas de la Administración" es fundamental para poder encajar las soluciones derivadas de los hackathons en los procedimientos administrativos, en los procesos de toma de decisiones públicas, en los puntos críticos o cuellos de botella donde la tecnología sí puede marcar la diferencia, etc.

Desde entonces he ido guardando otros artículos que profundizan en esas primeras sensaciones, junto a otros que también analizan su potencial. Bajo un críptico título, The trouble with White hats, de Melissa Gregg and Carl DiSalvo, se esconde un fantástico texto del que extraigo algunas líneas:
Hackathons attempt to imagine and enact a future democratic condition, allowing individuals to contribute to what it might be in the process. Too often though, this potentially profound speculation gets tied to a limited, if not naïve, understanding of politics as the mechanics of government. “What might be” is almost always simply a version of the now — just faster, more efficient, and preferably mobile-enabled.Civic hackathons reflect changes to the nature of work, volunteerism, collectivity, and belonging. The production process is configured to appear friendly, informal, and ad hoc, leading to new kinds of social identities and relationships. At civic hackathons, new ecosystems for innovation, design, micro-manufacturing, and city revitalization are made to cohere in the course of a day or a weekend. 
(...)
Civic hackathons are limited to addressing problems that contain technically actionable solutions. For instance, addressing problems of public-transportation access in communities of need is reduced to the challenge of providing real-time bus data. And the problems each hackathon hopes to solve get readjusted in real time to suit actual conditions and who and what skills are at hand. So whether the bus data is displayed on a mobile device or a visualization will depend not on the community’s need or desire but on what programming languages the coders at the hackathon know. This ad hoc adjustment, which is an inevitable outcome of hackathons’ opportunistic approach to time and skill, parochializes and minimizes the ambition of governance. It rewards pragmatism at the expense of recruiting more representative or ideal protagonists for politics.
TechCrunch Disrupt Europe Hackathon  (CC BY 2.0)
También en Hackathons don´t solve problems encontramos algunas claves interesantes, un texto directamente vinculado con la crítica a la grandilocuencia del solucionismo y el buenismo de la ideología californiana:
They're hard, bordering on intractable, and people are working to solve these problems constantly, spending much more energy and resources than a single hackathon could ever do. There is nothing magical about putting a bunch of technologists and creatives in a room which will suddenly solve disasters, world crises, the economy, or anything else. (…)In short: Hackathons can be fun, they can inspire new ideas, they can break disciplinary boundaries. But if they are "Tech's Answer to Big Problems", we're in trouble.
Sí, tenemos un gran problema si vamos a confiar en la tecnología para solucionar los grandes problemas que tenemos. En realidad, los hackathons y, por extensión, este tipo de prácticas de producción colaborativa, deberían funcionar como excusas para crear formas estables de colaboración y no como explosiones de optimismo productivo. Por un lado, porque la evidencia ya nos dice que los resultados prácticos y el impacto de las "soluciones" que se pueden desarrollar en tan cortos periodos de tiempo son escasos. Así que, seguramente será mejor reducir las expectativas y poner muchos más recursos y entusiasmo en sedimentar -y por eso aquí juega un papel importante el quién y el dónde se promueven- las relaciones de colaboración creadas y el potencial de los proyectos planteados. Por otro lado, porque para ofrecer soluciones, como mencionaba anteriormente, es importante enmarcar bien los problemas y en el caso de los temas que suelen cubrir los hackathons cívicos o urbanos, estos problemas son wicked problems la mayor parte de las veces y es en el proceso de desentrañar su complejidad donde más pueden aportar y aprender los participantes. Más constructivismo y menos tecno-determinismo para afrontar los conflictos políticos que están detrás de los temas urbanos/sociales que los hackathons cívicos suelen afrontar. ahí es donde diferentes metodologías, más basadas en procesos de aprendizaje y de compromiso a largo plazo (Citizen Canvas o Changify, entre muchas otras) pueden aportar mucho más a la hora de favorecer procesos creativos de implicación social en problemáticas concretas.

Bonus tracks. Aquí van otras tres sugerencias relacionadas:

martes, 5 de noviembre de 2013

Smart cities. Big data, civic hackers and the quest for new utopia (book review)

It has been a long wait since Anthony Townsend announced he was working on a book on smart cities, but Smart cities. Big data, civic hackers and the quest for new utopia is here now. Some weeks ago it was made public and I spent the last few days reading it and jotting down almost every page. It is definitely a must-read book if you do not easily buy into the most established narrative of smart cities and feel the need to go beyond to explore what they really mean.

One of the most remarkable things about the book is that it comprises most of the names, authors, cities, companies, projects and research efforts that have played a role in influencing and shaping this trend in the last years from different perspectives. Thus, the book serves as a great overview for those approaching this field for the first time, but also for those who want to step back and put some perspective and what has been going on in this messy debate. In such a way, the book stands for a sort of archaeology work, from the first corporation that moved into smart cities as their new business strategy to the research groups, activists and grassroots movement tinkering digitally-driven local solutions.



More profoundly, Townsend makes the case for understanding the implications of the panoply of technologies involved in the smart city movement in an alternative way to the more mainstream one. Anecdotes and data illustrate a well-balanced set of reasonable doubts and forceful assertions, drawing a solid claim for move forward understanding of the role of citizens in this scenario of situated technologies. This potential is addressed considering the current maturity and promising emergent technologies, but particularly through a broad perspective of the different dimensions involved: the context for flagship projects like Songdo and also its lack of accomplishment, the rising market of smart cities and the role big companies are playing in defining a supply-based market where the demand is dubious in the terms these companies are profiling it (with a special mention here to the history of IBM, how they reached to smart cities, the underlying concepts behind their strategy, and, again, their most celebrated project, the Intelligent Operations Center in Rio de Janeiro, a precise dissection of its flaws and its pretended non-ideological model of city management), the limits of system models based on urban computing (and a clear explanation that the myth of quantitative urbanism is only enjoying a new comeback after previous failures in urban studies decades before), insightful comments on the role urban planning should take as a discipline able to connect the dots of the diverse implications of urban living and how cities work in a debate excessively dominated by engineers, a careful examination of widely spread approaches to a new science of cities (yes, Geoffrey West and his famous TED talk deserve  a revision),...

The book also navigates into more propositive arguments picking up trends, projects and concepts around that quest for a new utopia in which civic hacking can make a difference with detailed descriptions of the origin and impact of some significant projects working from a more civic-oriented perspective. Here again, you will enjoy some great stories (basically placed in U.S.) of civic hacking that exemplify the impact of the mix of open technologies, the will to solve local needs and certain collaborative contexts. Some familiar names of people and organisations that illustrate the planet of civic laboratories Townsend has been suggesting in the last few year. For example, the chapter on “Reinventing city hall” is a brilliant summary of the kind of problems forward thinking cities are facing: from market barriers from big companies to the risks of experimenting with smart technologies (I am glad to see how his analysis of the weaknesses of smart city apps contest model perfectly matches the kind of assumptions and critiques that were behind the UrbApps project and my assessment of hackathons), from the benefits and perils of open data strategies to the inefficiencies of urban innovation.

The book turns out to be a warning notice on undesired scenarios (Chapter 9, “Buggy, brittle and bugged” is dedicated to dysfunctional smart technologies –errors, unintended social consequences and, what is worse, deliberate anti-democratic uses of these technologies such as mass urban surveillance- but the whole book is full of cautionary assertions) and demonstrates clearly how these consequences are being intentionally hidden from public debate in the banalized version of smart cities. And naturally, the book concludes with a sum-up of crucial positions towards “a new civics for a smart century”, an invitation for all those involved in designing and delivering today´s cities (yes, there is no need to wait for the future), this is, all of us in the end, not only city leaders, geeks or urban planners, to take the best of mobile and networked technologies and make them work for freedom, quality of life, equality and creativity.

Anthony Townsend, among others, has been an inspiration all these years and some parts of the book perfectly recapitulate some of his previous articles and talks maybe you are familiar with. But here is a detailed, comprehensive and rounded proposition from a positive view of existing cities and a contextualized use of technologies in cities. Top-down visions are spreading a feeling of disappointment or fatigue of smart cities because they are proving to be so far from local councils´s needs and from how people use their cities and this book suggest a different approach in which more diversity of disciplines, broader sense of ownership, better-balanced expectations of what technologies can provide and a mix of engaged citizens should be the core.

I made one out of three so far. Adam Greenfield´s book is the next one.


You can also check some excerpts from the book, but surely won´t be enough:

miércoles, 30 de enero de 2013

Hackathons y solucionismo, o por qué importa más el proceso que el resultado

Unas notas sobre un debate de hace unas semanas que, de alguna forma, ya aparecía en lo que comentaba en Ya tenemos open data, las preguntas son las mismas en septiembre del año pasado. Ahí apuntaba algunas posiciones de gente activa en el mundo del open data, el internet de las cosas y el desarrollo de aplicaciones móviles, que pedían una postura más crítica ante la tentación de la asepsia del dato. Cuando montamos UrbApps el enfoque, aun sin tener esta perspectiva tan desarrollada, iba en esa línea, y adelantaba un poco el debate que comentaba al principio.

Este surgió a raíz del post de David Sasaki, On hackathons and solutionism en el que, partiendo de la idea de solucionismo que por lo visto aparece en el próximo libro de Evgeny Morozov (el enfant terrible de internet),  To save everything, click here, plantea desde su posición activa en la promoción del open government en América Latina, una crítica al modelo establecido de hackathons y concursos de aplicaciones.  Merece la pena leer el texto y los enlaces que lo acompañan (algunos de ellos ya mencionados en mi artículo de septiembre). De nuevo, sobrevuelan dos ideas con las que intentamos montar UrbApps y que compartí en diciembre en EQUIciuDAD 2012 con la comunicación El valor cívico de las aplicaciones móviles:
  • Por un lado, las aplicaciones que quieren ser significativas para intervenir en problemas urbanos de cualquier tipo necesitan hacerse muchas preguntas antes de centrarse en la solución (el desarrollo de la aplicación). Pero esa presión por el solucionismo, por orientar todo el esfuerzo en el desarrollo técnico y en crear en tiempo record o de forma competitiva aplicaciones que apenas alcanzan masa crítica, puede estar resultando infructuoso.
  • Por otro lado, y derivado de lo anterior, centrar el foco en el desarrollo técnico en este tipo de eventos hace que resulten interesantes únicamente a un determinado perfil de personas, colectivos y organizaciones, centrados evidentemente en el mundo de la programación de aplicaciones. 
Sin embargo, esto hace que se pierdan dos oportunidades quizá mucho más interesantes que la aplicación en sí:
  • La posibilidad de crear contextos de colaboración donde el debate y el análisis previo a la fase de desarrollo creen una mejor comprensión de la complejidad del problema urbano en el que la aplicación quiere intervenir. Cualquiera de las temáticas (residuos, transporte, acceso a recursos, intercambio, espacios públicos,…) tiene aristas que pueden ser fundamentales no sólo para tener una visión más amplia del problema (y, por tanto, facilitar procesos de aprendizaje colectivo) sino también para mejorar los requerimientos técnicos y de diseño de la aplicación (experiencia de usuario, relación de la aplicación con los procedimientos burocráticos, usabilidad, funcionalidades, etc.).
  • La posibilidad, consecuencia de lo anterior, de que estos eventos no sean una actividad fugaz y puntual, sino procesos con valor por sí mismos donde el interés no caiga únicamente en la solución técnica sino en integrar a más perfiles de personas, colectivos y organizaciones a una actividad –la exploración de formas de acción cívica – que se puede beneficiar de una participación más diversa y plural centrada también en la reflexión colectiva.
El valor cívico de las aplicaciones móviles
Manuel Portela dejó hace unas semanas unos apuntes en este sentido y también hay aquí algunas otras notas. David Eaves publicaba en noviembre también un artículo en el que ponía en cuestión esta popularidad de los concursos de aplicaciones cuando se dirigen a afrontar cuestiones sociales o ambientales, dudas que, por otro lado, no son nuevas y que gente como Jake Levitas, de GAFFTAya han trabajado, sobre todo a partir de una de las iniciativas más sugerentes que conozco, Summer of Smart. Creo que son cuestiones muy relevantes para un ámbito que va cogiendo fuerza desde hace un tiempo. Cuando montamos UrbApps, casi sin saberlo, estábamos tratando de promover que el desarrollo de herramientas móviles para la activación cívica sea una excusa y no una solución.

Preparando la intervención de diciembre en EQUIciuDAD recordé una frase con la que quise resumir el planteamiento. Una frase de Jeff Hammerbacher, ex-empleado de Facebook que, refiriéndose en general al mundo de internet de los social media, decía: The best minds of my generation are thinking about how to make people click ads. Todo un lamento sobre la burbuja tecnológica que, al final, desvía gran parte del talento a intentar conseguir que hagamos click en la publicidad digital de cualquier tipo y por cualquier vía. De la misma manera, el interés por desarrollar aplicaciones digitales para intervenir en problemas cívicos o comunitarios puede hacer que nos centremos en crear aplicaciones y que el modelo de participación social que promuevan se base en usuarios haciendo click, usuarios alimentando pasivamente aplicaciones con los datos que suben en forma de “me gusta”, “denuncio”, etc. en lugar de promover un modelo de compromiso activo más allá del click en el que las apps formen parte de estrategias de participación creadoras de vínculos más estables.

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