lunes, 17 de septiembre de 2012

Ya tenemos open data, las preguntas son las mismas

Que el movimiento del open data está creciendo es un hecho innegable y se ha convertido en un fenómeno global. Y que su impacto en la forma en que podemos construir la vida colectiva avanza día a día, también. Es uno de los temas del momento y traspasó hace tiempo las fronteras de los círculos iniciales que supieron ver la oportunidad de abrir los datos públicos para liberar información y convertirla en herramientas y capacidades útiles. Es una melodía fácil de escuchar porque apela a devolver lo que nunca debió dejar de ser nuestro. Pero no es el final del camino porque el objetivo no es liberar, sino liberar-para y liberar-porque.

Por supuesto, quienes trabajan más directamente en proyectos relacionados con el open data, tanto desde la gestión pública (luchando, gran parte de las veces, contra muros visibles e invisibles que poco a poco van cayendo por su propio peso) y desde la creación de soluciones y herramientas para su aprovechamiento para diferentes fines colectivos, son perfectamente conscientes de que la extensión de experiencias de open data en diferentes instituciones públicas en todo el mundo no es un buen indicador. Simplemente, refleja una tendencia, pero poco más. El problema de celebrar que el movimiento avanza es dejarnos en el tintero algunas cosas más de fondo. Cosas como las que dejaba apuntada Usman Haque en sus notas resumen de la exposición que hizo en la Open IoT Assembly celebrada en junio en Londres y que desde entonces las tengo muy presentes (rescato algunas):

  • the spectacularisation of data, revelling in complexity only so that ‘experts’ can rescue us from the cacophony: scientists, urban planners, yes, even artists 
  • the concerning thing about this neo-postivism is when it’s applied to the design and manipulation of our cities because these processes have their own ‘god fantasies’: 
    • efficiency (those big biz initiatives that use “Smart” throughout their PR material) 
    • predictability 
    • homogeneity 
    • all the things that go counter to the sustainability of what makes a city a city 
    • social goals that rarely have anything to do with technology and sound suspiciously like the sorts of things urban planners were saying in the 50s and 60s when they gave us highways and highrises/tower blocks 


Por un lado, plantea un aspecto fundamental a la hora de trasladar todo el discurso del big data de esas smart cities de las que tanto se habla a la realidad de la vida urbana, marcada principalmente por la complejidad y la impredecibilidad, silenciada esta última esperando un futuro de predecibilidad total. Y por otro lado, una salvedad relacionada con el riesgo de convertir todo esto en una gran barrera de entrada para el no experto. También David Eaves ha planteado últimamente un tema de fondo en su artículo Lies, damned lies and open data, en el que apunta que no podemos quedarnos paralizados celebrando el éxito de un movimiento tan fuerte e influyente cuando, en realidad, el open data no elimina la necesidad del debate político. Esta idea encaja con la del riesgo del neo-positivismo del dato: como disponemos de información pública accesible y transparente, los datos ya están ahí y son claros, objetivos y sin sesgos. Y, sin embargo, son sólo el material –y bastante avance es poder acceder a él- para intervenir críticamente sobre la realidad. Un nuevo aviso frente a los cantos de la despolitización y la desideologización a lomos de la asepsia del dato. Acceder a las evidencias de la gestión pública –a través del rastro que deja la acción institucional- y poder usarla y manipularla para crear herramientas, aplicaciones y servicios no es el final sino el principio:

Quite the opposite. Open data will not depoliticize debate. It will force citizens, and governments, to realize how politicized data is, and always has been.

¿Cómo obtiene el poder público los datos? ¿Y para qué los utiliza? ¿Qué sesgo utiliza para elegir unos temas y no otros a la hora de procesar la información que generan? Estas y otras preguntas siempre han sido parte del terreno del debate y la confrontación política y van a seguir estando y, sumándolo a ello, el creciente riesgo de de divide en la capacidad de poder participar en esta nueva cultura digital. Con esto, llegamos al tercer tema de fondo en el open data, The open data doppelgänger (un término, por cierto, que no conocía) o quién controla los datos y para quién. ¿a que vuelve a sonar a tema clásico de ciencia política? Será que la política siempre da vueltas sobre los mismos temas. Merece la pena leer el artículo de Tom Slee, titulado Seeing like a geek, porque revisa el papel de grandes empresas y emprendedores digitales en la selección de qué y cómo se libera y se reutiliza, el funcionamiento de este ecosistema como mercado, el siempre presente sesgo cultural y demográfico ("empoderar a los empoderados"), etc. Es una posición que puede ser vista como crítica o cínica por un entusiasta del open data, pero no debería minusvalorarse porque es la clave de todo este asunto. Por cierto, merece la pena leer también la respuesta -igual de bien fundamentada- de David Eaves al artículo de Tom Slee, ya que ambos artículos reflejan, precisamente, el debate de fondo que es necesario mantener para dar un horizonte político a los temas que parecen ser puramente técnicos.

Son tres aproximaciones para poner un poco de cautela ante el riesgo de triunfalismo. El open data, junto con el resto de movimientos han puesto en cuestión muchas lógicas tradicionales sobre lo público, lo colectivo, la creación o el acceso a la información, abre posibilidades inmensas….para tratar de dar respuesta a los mismos problemas y conflictos de siempre. Rompiendo las barreras de la información que nunca debería haber dejado de ser accesible, ganamos en capacidad para intervenir, para crear y para posibilitar otra forma de hacer las cosas.

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