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jueves, 13 de febrero de 2020

Cambiamos conveniencia por privacidad

El conglomerado digital de circunstancias, tecnologías, servicios, procesos, actividades personales, dinámicas sociales y sectores industriales están dando forma a lo cotidiano. Todas ellas tienen una cosa en común: ofrecen eficiencia, flexibilidad o conveniencia, versiones diferentes de la principal capacidad de la tecnología digital: automatizar decisiones y personalizar adaptaciones de los sistemas sobre los que se sostiene nuestra presencia. La otra parte del trato (qué estamos dispuestos a ofrecer a cambio) es la parte de la ecuación sobre lo que no somos conscientes o no estamos prestando suficiente atención. Puede ser que, simplemente, las ventajas sean aún demasiado espectaculares para poder comprender su significado. Puede ser también que sea demasiado tarde para tratar de comprender el intercambio efectivo que ya hemos hecho en muchos casos.

 Pensemos en el intercambio digital más extendido y pretendidamente liviano: a través de nuestros smartphones disponemos de acceso a multitud de apps que nos prometen una vida más fácil. Nos facilitan organizar el ocio y nuestros viajes, gestionar nuestros tiempos profesionales y personales, mantener contacto con nuestras personas queridas, comprar cualquier cosa imaginable, guiar nuestros pasos por la ciudad o dirigir la ruta de nuestros desplazamientos, etc. En todos esos casos, desde el mismo momento en que aceptamos las condiciones de uso de una app, estamos participando en una de las capas de la ciudad inteligente, la que sostienen nuestra cotidianeidad, y lo hacemos a través de aceptaciones automáticas de condiciones de uso de nuestros datos sin preguntarnos por la privacidad y seguridad de los mismos. Hemos aprendido a convivir espontáneamente con estos intercambios de conveniencia a cambio de pérdida de privacidad.

Photo by ev on Unsplash
Es algo inocuo, piensa el menos concienciado,  dando OK a un botón sin leer las kilométricas descripciones de las condiciones, que nadie lee. Pensemos en cuestiones más sensibles y cercanas a nuestra relación con el gobierno y gestión de las instituciones, aspecto más directamente relacionable de manera específica con la ciudad inteligente. Sin ánimo apocalíptico, las revelaciones del caso Snowden, por apuntar a uno de los casos más conocidos y mediáticos, nos sitúan ante una realidad insoslayable: nuestras vidas son datos y huellas digitales que van a dar a determinados espacios que se gestionan bajo condiciones sobre las que apenas tenemos control democrático, desconociendo quién los usa, para qué los usa, a quien le da acceso a ellos o bajo qué régimen podemos actuar ante ellos.

Nuestras vidas son crecientemente conformadas a través de plataformas privadas (Google, Facebook, Amazon, Twitter,…) que, sabemos, han puesto nuestros datos a disposición de instituciones públicas de vigilancia y control social sin el debido debate social y control normativo. Podemos pensar en casos recientes de los conflictos entre procedimientos judiciales y empresas de hardware (Apple) o software (Twitter) para reclamar el acceso a datos privados de usuarios de redes sociales y smartphones, entrando en terrenos ignotos para las regulaciones con las que hasta ahora actuábamos.

Por otro lado, hemos asistido en los últimos años a episodios más que anecdóticos de caídas masivas de servicios urbanos (tranvías, iluminación,…) altamente sofisticados con tecnologías inteligentes, ataques a sistemas software de soporte de infraestructuras críticas (presas, redes de semáforos,…) o problemas de fiabilidad en objetos urbanos automáticos (coches sin conductor). Todos los elementos mencionados en los párrafos anteriores nos señalan dos necesidades. Por un lado, los proyectos de ciudad inteligente han de demostrar y tener en su núcleo una voluntad de contribuir al valor público y perseguir objetivos claros y comprensibles para la ciudadanía. Por otro lado, la necesidad de pensar la inteligencia urbana como un proceso que va más allá de la incorporación tecnológica.

Extracto de Descifrar las smart cities. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

viernes, 31 de enero de 2020

Más allá de la transformación digital: el cambio cultural de la sociedad conectada

La sociedad conectada no implica únicamente la colonización de las diferentes esferas sociales con dispositivos, objetos conectados, pantallas, redes inalámbricas, centros de datos, software, etc. Los cambios en el funcionamiento de la vida urbana tienen que ver en gran medida con las lógicas que se están introduciendo a través de la generalización de las diferentes herramientas inteligentes y digitales. El ascenso de las redes sociales tiene importancia no tanto por la novedad de los desarrollos tecnológicos que han implicado, sino por el impacto sobre comportamientos, aspiraciones y expectativas. La centralidad de empresas como Google, Facebook o Amazon no tiene tanto que ver con la sofisticación de sus productos, sino con la creación de nuevas dinámicas sociales, nuevas relaciones en la esfera pública y privada o nuevas formas de entender actividades cotidianas en la ciudad. Las soluciones de automatización inteligente implican importantes innovaciones tecnológicas que depararán nuevas formas de entender el mundo del trabajo, las lógicas del gobierno de lo público o la distribución de tiempos dedicados a diferentes actividades a nivel personal. Todo ello conforma un cambio cultural de enormes significaciones.

Se trata de un proceso social por el cual la llegada de tecnologías como las que hemos mencionado está condicionando nuestro día a día y creando expectativas sobre cómo funciona el mundo cotidiano que nos rodea, multiplicando a su vez la velocidad de adopción de estas tecnologías. La intersección de una vuelta a lo local y de una presencia constante de las tecnologías móviles/digitales está creando nuevos usos culturales. Estos no tienen que ver sólo con los hábitos de consumo de ocio, la febril actividad, sobre todo entre los más jóvenes, en redes sociales, la confianza en dispositivos para organizar nuestras vidas (desde el control de nuestra actividad física hasta la organización de nuestros viajes en coche) o la generalización del uso de sistemas de administración electrónica. Efectivamente, un día cualquiera es cada vez más una transición constante entre sistemas intermediados digitalmente, pero el impacto profundo va más allá y enlaza con las dinámicas sociales que protagonizarán las próximas décadas.

Foto de Angela Compagnone en Unsplash
El ascenso de servicios colaborativos implica cambios estructurales en diferentes industrias (transporte de pasajeros, turismo) y también nuevas concepciones sobre la propiedad y nuevas formas de uso de los servicios con los que organizamos nuestras vidas. La extensión de herramientas digitales a través de apps implica la capacidad creciente de la ciudadanía para organizar su acción colectiva, pero supone también el redescubrimiento de conceptos olvidados como el de procomún, que caracteriza nuevas concepciones de los límites entre lo público, lo privado y lo común. La disponibilidad de herramientas para la impresión digital implica expectativas de transformación profunda de la industria, pero también es el motor de la extensión de prácticas sociales vinculadas a la idea de DIY (hazlo tú mismo). El éxito de sistemas de creación de conocimiento abierto y de inteligencia colectiva (Wikipedia como ejemplo paradigmático) supone grandes disrupciones en muchas actividades económicas e industriales, pero son un reflejo sobre todo de las nuevas expectativas sobre transparencia, sobre ampliación de la agencia de la ciudadanía para actuar por sí misma sin esperar a la intermediación de las instituciones públicas.

 Por ello, el significado profundo y la realización de la ciudad inteligente como un modelo significativo para la ciudadanía en su vida cotidiana es, ante todo, un cambio cultural que se está dando en el caldo de cultivo de la transformación digital y tiene tanta importancia al menos como la propia transformación material del paisaje urbano y sus infraestructuras o la modificación de los modelos de gobierno de las ciudades.

Extracto de Descifrar las smart cities. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

martes, 30 de enero de 2018

Bherria, explorando nuevas claves en proyectos colaborativos a escala municipal

Oficialmente, lo que decían los materiales de difusión, Bherria es un proyecto de formación/aprendizaje sobre nuevos modelos de relación o colisión en temas como la participación ciudadana, el voluntariado, el activismo y la comunicación. Muchos ingredientes en la coctelera que ya lo hacían suficientemente complejo y, puede, difícil de concretar. Después, la realidad al ponerlo en marcha y vivir durante los últimos meses de 2017 su evolución hace que nos demos cuenta que ha sido otras cosas, o más cosas.


Asier lo ha explicado muy bien; Bherria, en su primera edición, ha sido un encuentro de personas e instituciones que andamos haciéndonos preguntas, buscando nuevos significados a las formas de hacer desde las políticas públicas de cercanía. Con más interrogantes que certezas, algunos han formado parte como participantes de un proceso más o menos clásico de formación (actividades online y encuentros presenciales) pero que en realidad ha tenido mucho más de encuentro. Otros hemos participado como facilitadores o como sea que se llame lo que hemos hecho. Muchas cosas, desde el diseño a la construcción de la plataforma online y sus contenidos, desde un extraordinario esfuerzo por documentar visualmente el proceso hasta una cuidada dedicación a los diferentes encuentros presenciales.

Ahora que el proyecto ha culminado, y mientras vemos qué podemos hacer con todo lo trabajado, es fácil resumir que, al final, Bherria ha sido un camino por las diferentes ágoras temáticas que teníamos previstas: Ágora de Autogestión y Procomún, el Ágora de SmartCitizen y el Ágora de Escucha y Comunicación Digital. Pero puede que sean los intangibles, difíciles de formalizar, los que hayan tenido más valor, o los que no hayamos cubierto suficientemente, o los que merezca la pena trabajar más adelante. Podemos agarrarnos a esa especie de decálogo que ha salido como conclusiones.


Bherria es fruto del esfuerzo de muchas personas, pero sin duda trabajar en equipo con Asier, Arantxa, Asier, Ritxi, Itziar, Ziortza, Raúl,… ha sido una suerte. Mucho curro, muchas urgencias y también mucho mimo, más del que yo he podido poner al encargarme del ágora de sociedad conectada y ciudadanía digital, que partía de la siguiente idea:

En los últimos años, la agenda de políticas públicas urbanas ha ido incorporando diferentes tendencias derivadas de los cambios sociales y culturales que se están produciendo en la sociedad contemporánea. Dentro de estos cambios, la esfera digital ocupa un lugar central. Las ciudades inteligentes aparecen como la realización de un escenario en el que diferentes tecnologías cambian nuestras relaciones personales, la forma en que se organizan y prestan los servicios públicos, las dinámicas de acción social colectiva, etc. ¿Cómo conseguir valor social y comunitario de estas tecnologías?

El recorrido ha implicado cuestionar los escenarios que abre la sociedad digital en materia de participación, de derechos, de hábitos cotidianos y prácticas colectivas. Nada nuevo cuando hablamos de propiedad de los datos, de la capacidad de tener margen de maniobra en el caldo tecnológico, de soberanía tecnológica, de nuevas formas de intervenir en lo público, etc., pero suficiente para poder extraer algunas ideas que han ido surgiendo en los debates y actividades del módulo.



La conversación, el punto de unión de la mayoría de los proyectos que los participantes han trabajado -proyectos o iniciativas concretas que están lanzando o gestionando en sus ayuntamientos- creo que ha sido el de descifrar qué significa hoy participar en un entorno que se ha hecho más complejo: procomún, inteligencia colectiva, autoorganización, esfera digital,...parece que crean nuevas condiciones o expectativas para abrir los proyectos que las instituciones acogen a escala local. Pero, más allá de esto, mi impresión más personal es que los ayuntamientos siguen necesitando respuestas y herramientas mucho más ajustadas a las condiciones con las que trabaja el personal involucrado en todos los proyectos que han circulado alrededor de Bherria (acogida a inmigrantes, políticas de juventud, procesos participativos -muchos, sorprendentemente, vinculados a espacios urbanos desaprovechados-, proyectos de atención social y voluntariado,...). No sé si faltan muchas más herramientas, recursos o capacidades -seguramente sí, todo a la vez- pero en lo que sí ha podido contribuir Bherria es a crear un entorno de colaboración entre los/as participantes, ahí hemos notado que hace falta más encuentro e intercambio entre personas y proyectos que, en el fondo, no están tan solas ante tantas incertidumbres a la hora de lanzar proyectos. En estos meses ha nacido un prototipo que puede servir para esto, ahora es cuestión de conseguir que se consolide algo, de una manera u otra. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Un mundo urbano: las ciudades en la era digital

Hemos vuelto a mirar a las ciudades y a lo local. Las dos últimas décadas de globalización en todos los ámbitos, y en especial en el campo económico-financiero, la agenda del debate en áreas como el desarrollo industrial y tecnológico, los movimientos sociales, el comportamiento electoral o el cambio climático se está mostrando especialmente interesada por el factor físico y espacial que representa la escala urbana.

Las razones de este renovado interés son variadas. Podemos mencionar el interés por comprender (y replicar) los procesos de concentración espacial de las actividades de I+D+i (y su reflejo mediático en torno a Silicon Valley como ilustración de la localización territorial de distritos de innovación y otras formulaciones que explican cómo la innovación tiende a aprovechar las ventajas de la cercanía). También podemos contextualizar este creciente interés en el redescubrimiento del espacio público urbano como plataforma de reclamación en la nueva fase de movilización y luchas sociales (desde el parque Taksin-Gezi en Estambul hasta la Avenida Paulista en Sao Paulo, del movimiento 15-M en Madrid a Occupy Wall Street en Nueva York, pasando por Tahrir en El Cairo o el movimiento YoSoy132 en México). Podemos incluso acudir a las explicaciones de las actuales fracturas electorales en los sistemas democráticos liberales occidentales (Estados Unidos, Francia, Holanda, España, Austria), que inciden en situar en el eje rural-urbano algunas explicaciones a los cambios en los electorados. Podemos pensar en el creciente protagonismo en el escenario económico y geopolítico de nuevas capitales globales (Dubai, Shanghai, Shenzhen,…) que están haciendo más compleja aún la red de flujos de inversión y atracción de recursos, capaces además de producir efectos en sus propios territorios (mediante un aumento de la concentración de población y poder económico a ritmos inauditos hasta ahora) pero también en las capitales “clásicas” del mundo global, que están viendo transformados sus mercados inmobiliarios (y sus dinámicas sociales) mediante el asalto a los activos inmobiliarios de Londres o Nueva York por parte de las nuevas fortunas urbanas en los países emergentes para fines especulativos.

Estas circunstancias no agotan la explicación del renovado interés por las ciudades, pero ilustran la confluencia de factores que nos recuerdan que el mundo no es plano. Los medios generalistas más influyentes, desde la BBC a The New York Times, pasando por The Guardian o The Economist, han lanzado en los últimos años monográficos o incluso secciones específicas y estables dedicadas a explicar este nuevo mundo urbano. Por su parte, instituciones clave en la conformación de la agenda del debate global, desde el Banco Mundial al World Economic Forum, han vuelto su mirada al fenómeno urbano como parte de sus actividades. Conferencias, informes multilaterales, planes estratégicos nacionales y autonómicos o decisiones empresariales han ido coincidiendo en dibujar un mundo urbano.

Un mundo urbanizado
Para llegar a ello, nada ha hecho más por conformar este consenso que una cifra que ha ido repitiéndose como letanía: en 2008, según Naciones Unidas, por primera vez en la historia más del 50% de la población mundial vivía en ciudades. Este dato meramente estadístico, e incluso discutible cualitativamente, se ha impuesto como justificación de una visión del mundo que transita hacia una población crecientemente urbana. Los escenarios demográficos esperan que ese porcentaje alcance el 66% en 2050, y un 90% de ese crecimiento sucederá en Asia y África . Este hito estadístico representa una de las grandes tendencias globales que caracterizan el mundo actual y el aquel hacia el que avanzamos y tuvo en 2016 su momento culminante con la celebración en Quito de la Conferencia Habitat III. En efecto, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible ha constatado cómo el mundo ha cambiado fundamentalmente desde su anterior edición, 20 años antes, en Estambul. Los procesos de urbanización se han convertido en fuerzas de transformación territorial, social, económica, cultural y ambiental a escalas y velocidades que no conocíamos hasta ahora, y lo hacen además en patrones de desigualdad profunda, de manera que en las dos últimas décadas, las mayores tasas de crecimiento de la población urbana se han producido en los países menos desarrollados de África . Las ciudades de mayor crecimiento poblacional previsto para los próximos años están localizadas prácticamente fuera del mundo desarrollado: Lagos, Kinshasa, Yakarta, Karachi, Delhi, Dhaka, Nairobi, Manila, Sao Paulo, Guangzhou, Shanghai, Bangalore y una larga lista de ciudades asiáticas y africanas están viendo crecer ya su población en una tendencia que continuará a lo largo del tiempo.

En Europa, uno de los continentes más urbanizados, en torno al 75% de la población vive en zonas urbanas, y se prevé que hacia 2020 la cifra aumentará hasta el 80%. Como consecuencia de ello la demanda de suelo en las ciudades y sus alrededores es cada vez mayor y, acompañado de ello, el consumo de materiales y recursos, la generación de residuos y emisiones. La expansión urbana descontrolada está remodelando los paisajes y afectando a la calidad de vida de las personas y el entorno como nunca antes había ocurrido, y sitúa en el nivel local las principales tensiones sobre los sistemas de cobertura de bienestar y los servicios públicos. Las ciudades también ejercen como motores del progreso impulsando la innovación y el avance en temas culturales, intelectuales, educativos y tecnológicos. Actúan como economías de aglomeración al igual que históricamente sirvieron también de espacios de libertad y protección, ofreciendo promesas de prosperidad y progreso a sus habitantes. Sin embargo, los costes de esta urbanización del mundo son evidentes. Este proceso multiplica en muchas ocasiones las condiciones de desigualdad social y crea problemas por la baja calidad de los asentamientos urbanos. Se trata de la gran contradicción de la vida en la ciudad; como afirmaba el informe State of World Population 2007 de las Naciones Unidas, “ningún país en la era industrial ha conseguido crecimientos económicos significativos sin urbanización. Las ciudades concentran pobreza, pero también representan la principal esperanza para salir de ella”.

El paisaje global de un mundo urbanizado no es, por tanto, tan sólo una cuestión de acumulación de población en áreas urbanas y en grandes metrópolis. Se trata también de una concentración creciente de poder económico en estos entornos, que convierten la economía globalizada en una cartografía desigual de nodos de actividad económica. De manera creciente, el progreso económico se concentra en las conurbaciones de todo el planeta.

Porcentaje de PIB global generado en las ciudades (2010-2025). Fuente: Urban World: Mapping the economic power of cities (McKinsey Global Institute)

Más del 80% del PIB mundial se genera en las 600 ciudades más grandes del planeta  y las 100 primeras de ellas generaron el 38% en 2007, señalando una clara concentración económica en las ciudades. En algunos países, una sola ciudad puede llegar a representar una parte significativa de la riqueza nacional. Así, Seúl, Budapest o Bruselas acumulan más del 45% del PIB de sus países. Sin embargo, no es en las 23 grandes metrópolis y capitales globales donde la concentración está avanzando más, sino en el resto de ciudades (ciudades entre 150.000 y 10 millones de habitantes) donde los crecimientos serán más altos en los próximos años. De hecho, hasta 2025 se espera que sea en las ciudades de mercados emergentes (423 de las 600 consideradas en el estudio) donde se localice el 45% del crecimiento económico mundial, en paralelo a los crecimientos esperados en población, aumento de la capacidad de consumo, construcción de nuevas viviendas, etc.

Un mundo conectado
A esta sucinta exposición sobre la importancia de las ciudades en la actualidad podemos añadir otro patrón evidente de transformación de la sociedad: la generalización de la esfera digital y las tecnologías móviles como explicación de la modificación de hábitos sociales, estructuras industriales, modelos de gobernanza o formas de organización colectiva. Estos cambios nos han hecho avanzar de manera gradual y sigilosa pero disruptiva al mismo tiempo hacia sociedades conectadas, sociedades digitales, sociedades de la información, como queramos llamarlo. Esta penetración digital ha sido especialmente profunda en España en algunos ámbitos como la adopción de los smartphone o el despliegue de fibra óptica hasta el hogar.

La OCDE, en su informe de 2014 titulado Measuring the digital economy: a new perspective, señalaba que el número de usuarios de internet en todo el mundo alcanzó los 3.000 millones. El número de usuarios de Internet en los países de la OCDE ha pasado de algo menos del 60% de los adultos en 2005 a cerca del 80% en 2013, con una penetración del 95% entre la población joven. Hoy los jóvenes de 15 años pasan ya más tiempo diario conectados a la Red que viendo la televisión tradicional. La banda ancha móvil está ya ampliamente disponible en muchos países emergentes y en los menos desarrollados, aunque este despliegue y disponibilidad de infraestructuras de conectividad es muy desigual según los países. La penetración de usuarios de Internet alcanza el 40% a nivel mundial, un 78% en los países desarrollados y un 32% en los países emergentes, mientras que más del 90% de las personas que todavía no utilizan internet viven en los países en desarrollo. Países como Corea del Sur han llegado a alcanzar casi el 100% de disponibilidad de banda ancha en los hogares, pero las diferencias aún son evidentes, ya que en África estas conexiones no llegan más que al 10% de los hogares.

Vincent Laforet - AIR Project 
Por otro lado, este mundo conectado avanza gracias a dos patrones simbióticos: la explosión en la producción de datos y la generalización de objetos conectados, elementos que alimentan la densa capa digital sobre la que funciona casi cualquier actividad, desde el comercio al ocio, pasando por la organización industrial o el confort en el hogar. Según la empresa SAP, el número de objetos conectados en 2050 llegará a los 50.000 millones, en un crecimiento exponencial desde la llegada a primeros de los 90 del siglo pasado de la primera ola de adopción de los ordenadores personales. Este crecimiento está protagonizado por el internet de las cosas, un patrón de desarrollo tecnológico que alcanza casi a cualquier objeto al que se pueda acoplar un sistema de actuación para la producción de datos automáticos y su control remoto (desde coches a frigoríficos, desde relojes a muñecas). Aún más difícil es medir hoy y predecir de cara al futuro el peso de este torrente de información digital. Según datos recientes de CISCO, en 2016 el tráfico de internet ha superado ya los 1.000 exabytes y espera que en 2020 esta cifra llegue a la magnitud de los zetabytes. Las cifras son mareantes: cada minuto se publican más de 100.000 tuits, más de 700.000 actualizaciones en Facebook, se envían más de 170 millones de correos electrónicos, se hacen más de 2,5 millones de búsquedas en Google, se descargan más de 50.000 aplicaciones móviles, se comparten más de 200.000 imágenes en Instagram, se ven más de 70.000 horas en Netflix o se ven casi 3 millones de vídeos en Youtube, por acudir sólo a los datos de las plataformas sociales más conocidas. Cada día creamos 2,5 trillones de bytes de datos. El 90% de los datos en toda la historia del mundo se han creado en los dos últimos años.
El informe La Sociedad de la Información en España 2016 de Fundación Telefónica nos dibuja patrones de uso de Internet para acceder a actividades relacionadas con el ocio, la comunicación personal o la actividad laboral que van generalizándose. La digitalización de las infraestructuras alcanza a la adopción de la banda ancha de nueva generación (casi 7 millones de líneas) o a la cobertura del 95% de la población de tecnología 4G, acompañando y favoreciendo así la adopción de nuevos hábitos (el abandono del correo físico entre la población más joven, la generalización de la mensajería instantánea como sistema de comunicación cotidiano, la digitalización de la organización empresarial, etc.). Hoy el 92% de los internautas acceden a Internet desde el smartphone, casi 20 puntos porcentuales más que quienes lo hacen desde el ordenador. Incluso las relaciones personales han pasado a formar parte del paisaje digital, de manera que el 29% de los jóvenes entre los veinte y los veinticuatro años ha encontrado pareja en Internet. De la misma forma, el consumo de televisión o el acceso a servicios de la Administración se han visto transformados por la aparición de los contenidos digitales, las nuevas estructuras empresariales y la generalización de servicios electrónicos para interactuar con los servicios públicos.  Abundando en más detalles, el Informe Anual de la Agenda Digital para España 2015 apunta a una creciente extensión de la compra online (37% de la población) y a la extensión del software de gestión empresarial (con crecimiento del 7% en la implantación de sistemas CRM –Gestión de Servicios al Cliente–), reflejando la extensión de la capa digital a prácticamente todos los ámbitos de la vida. Por su parte, el informe de 2016 de BBVA Research Digital Entrepreunership Index for the European cities  ha analizado, entre otras variables, el grado de digitalización de 38 ciudades europeas. Según este índice, las ciudades españolas Madrid, Barcelona y Bilbao cuentan con niveles de digitalización por encima de la media del resto de las ciudades europeas analizadas. Las tres ciudades españolas se encuentran en la mitad de la clasificación. Londres (Reino Unido), lidera todas las categorías. París (Francia), Amsterdam (Holanda), Helsinki (Islandia), Copenhague (Dinamarca) o Estocolmo (Suecia) se encuentran en los primeros puestos, por detrás de la capital de Reino Unido.

Estos patrones donde mejor se reflejan es, precisamente, en los entornos urbanos. El impacto del imparable desarrollo tecnológico sobre la ciudad es un aspecto fundamental para entender las políticas urbanas en los próximos años. No se trata de una cuestión circunscrita únicamente a las tecnologías de la información, pero es bueno recordarlo porque las ciudades “respiran” tecnología por los cuatro costados; la movilidad, la generación y la distribución de energía, la provisión de servicios públicos, la gestión de residuos, la vigilancia y la seguridad… todo esto está absolutamente mediatizado por los avances tecnológicos y, de alguna forma, el desarrollo urbano en sus diferentes facetas está muy ligado a determinados avances de la técnica. No es posible entender los cambios urbanos a lo largo de la historia sin encontrar en todos ellos el rastro de diferentes avances.
Pensemos en la movilidad, por ejemplo: cómo nos movemos en la ciudad ha ido sufriendo cambios espectaculares a lo largo de los siglos, y en cada cambio se modifica la experiencia de la vida urbana, la concepción del tiempo y del espacio (en función de la velocidad de los medios de transporte y de la distribución de éstos), el diseño urbano (aparecen las paradas de autobús, las estaciones de metro y los puntos de recarga para la movilidad eléctrica), la sensación de seguridad en la calle (según el espacio y las prerrogativas que damos a unos medios u otros), el consumo y los patrones de urbanización, etc. Sin embargo, no podemos negarlo, hoy la ciudadanía, a través de los medios digitales, construye una nueva forma de relacionarse donde a lo físico se suma lo virtual. Y los poderes públicos locales tratan también de adecuar sus servicios a esta nueva realidad dotándose de soluciones digitales para dar servicio público, mientras que la propia ciudadanía ya convive de manera natural con herramientas (navegación digital, apps…) que han reconfigurado la experiencia de moverse en la ciudad.

Estos elementos constituyen señales estadísticas y experienciales de un cambio que no es sólo tecnológico, sino también cultural, de la misma forma que la urbanización mundial no es únicamente un proceso espacial sino multidimensional. La confluencia de ambos patrones ha dado forma a una concepción de la ciudad como un espacio transformado por la capa digital. Las ciudades –siempre lo han sido– son entornos de concentración de actividad humana y el espacio privilegiado en el que los principales progresos científico-técnicos se despliegan, avances que además tienen un fuerte componente de comunicación social y de construcción de nuevas formas de sociabilidad. La historia de la ciudad es, de hecho, la historia de la plasmación física de los grandes adelantos técnicos, desde la agricultura hasta el ferrocarril, desde los sistemas de alcantarillado hasta el vehículo a motor. Hoy, en 2017, nos preguntamos cómo serán las sociedades del futuro analizando cómo se están desplegando en el presente las tecnologías más propias de nuestra época, las digitales, en el espacio principal en el que acontece la actividad humana, las ciudades.

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Extracto del capítulo Innovación urbana: la escala humana en la ciudad inteligente del Informe España 2017.

jueves, 23 de noviembre de 2017

El rastro digital de la vida en la ciudad

La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hace de forma que hace unos pocos años apenas podíamos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y todas las esferas de la vida cotidiana en la ciudad. Pensemos en la recogida de residuos, el transporte y la movilidad, la generación, distribución y consumo de energía, el diseño de las calles y del mobiliario urbano, la información ciudadana, etc. En todos estos casos están surgiendo herramientas digitales de medicación que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia del uso de esos servicios y de la propia vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local. De la misma manera, las formas de consumo, el acceso a la cultura, cómo nos movemos, buscamos direcciones o encontramos nuestro destino en la ciudad o la manera en la que recordamos, nos socializamos o buscamos información están mediatizadas por la esfera digital en sus diferentes formas.

La vida en las ciudades está cada vez más determinada por las tecnologías digitales, de la misma forma que a lo largo de la Historia urbana la evolución de los entornos urbanos ha estado asociada a sus sucesivas instrumentaciones, desde la aparición de los primeros sistemas de alcantarillado a la iluminación eléctrica de la vía pública. Hoy esta instrumentación va adquiriendo características nuevas asociadas a la conectividad y las funciones digitales que hacen realidad corpórea las visiones que en décadas pasadas aventuraban una hibridación de los espacios físicos y digitales. La vida cotidiana es cada vez más una creciente interacción con objetos, plataformas y dispositivos conectados, muchas veces de manera inconsciente (el rastro digital que dejamos en el sistema público de alquiler de bicicletas, nuestra imagen captada por una cámara de video-vigilancia o el paso de un autobús urbano identificado por un sensor, por ejemplo) y otras de manera más consciente (buscando un lugar a través de la navegación GPS, conectándonos a una red de conexión inalámbrica en una plaza, pagando el estacionamiento, etcétera).

Ed Jones/AFP/Getty Images 
Quienes no pueden percibir la red no pueden actuar de manera efectiva dentro de ella y se encuentran sin poder”, señala el artista James Briddle , indicándonos una de las características más trascendentales de esta realidad digital y el enorme reto que implica en términos ciudadanos. Desde termostatos en nuestra pared hasta sensores en el asfalto que pisamos, la vida diaria se va colonizando de dispositivos que organizan o mediatizan nuestras decisiones o incluso toman decisiones por nosotros mismos de manera subrepticia y, en muchas ocasiones, independientemente de nuestra voluntad. Desde cámaras de reconocimiento facial en las esquinas de nuestras calles hasta farolas que detectan la presencia de personas en la acera, dispositivos de control automático de las funciones de los servicios urbanos van siendo parte del paisaje urbano. Desde mecanismos que captan constantemente las condiciones ambientales hasta aplicaciones que registran nuestra posición. A pesar de esta constatación básica, falta abordar críticamente el significado de este rastro digital y reconocer la necesidad de comprender con calma y de manera compleja el significado de este cambio tecnológico en la vida en la ciudad, un cambio profundo y tranquilo que se ha disuelto en nuestras vidas particulares, en nuestras relaciones sociales, en nuestras expectativas y en nuestros espacios construidos.

Hoy observamos la creciente generalización de sistemas que se han incorporado poco a poco a la vida de las sociedades contemporáneas más avanzadas, principalmente mediante la extensión de los dispositivos móviles personales que dan forma a una iphone city  pero también otras respuestas ubicuas al día a día. Hace unos pocos años, el ipad no existía, la idea del internet de las cosas prácticamente no había salido de los laboratorios más especializados o del ámbito académico, y tecnologías como las etiquetas RFID, los i-beacons, la realidad aumentada o los códigos QR no formaban parte del paisaje de objetos cotidianos que llevamos con nosotros o con los que interactuamos. La rápida adopción de dispositivos que nos mantienen permanentemente conectados y que llevamos en nuestros bolsillos y mochilas, así como la progresiva presencia de cada vez más dispositivos e interfaces incorporados en objetos y superficies capaces de procesar información digital representan un enorme cambio en nuestra experiencia vital y comportamientos habituales.
Estas novedades tecnológicas están presentes (o prometen introducirse) en nuestras viviendas, en los edificios, en las calles, en los coches, y el espacio público y, quién sabe, también dentro de nuestros propios cuerpos. Este cambio tecnológico ha llegado de forma silenciosa mediante una transición tranquila e imperceptible desde el ordenador personal hasta la computación ubicua pero, al mismo tiempo, su materialización se caracteriza por su velocidad, su invasividad y su invisibilidad. Este escenario va incorporando progresivamente medios conectados a cualquier esfera vital: relaciones sociales, acceso a servicios públicos y privados, el transporte, el control de las funcionalidades de confort en la vivienda, el registro de nuestras actividades, etc. Una creciente población está, en definitiva, mediatizada por diferentes tipos de tecnologías de movilidad y comunicación que producen un nuevo medio urbano: una ciudad que transmite en tiempo real y 24 horas al día cada vez más detalles de su funcionamiento a través de diferentes interfaces que representan los cambiantes tiempos y espacios urbanos. Reconocer esta presencia es un punto de partida obvio a la hora de situar la eclosión de la SC como el imaginario dominante en la actualidad, pero también es asumir que su vinculación al fenómeno urbano forma parte de una tendencia más amplia y que alcanza a todas las esferas de la vida. Sectores industriales, formas de comunicación, patrones de activismo social o producción y consumo cultural constituyen un incompleto listado de esferas sociales en las que la utilización en sus diferentes formas de tecnologías digitales asociadas a la Red ha transformado su misma esencia.

La concepción de la ciudad como un espacio transformado por esta capa digital es consecuencia de, al menos, dos grandes tendencias. Por un lado, la ciudad como entorno de concentración de actividad humana es el lugar privilegiado en el que los principales progresos científico-técnicos se despliegan, avances que además tienen un fuerte componente de comunicación social y de construcción de nuevas formas de sociabilidad, aspectos consustanciales a la vida urbana. Por otro lado, la letanía del mundo urbanizado que ha visto cómo la mayoría de la población vive hoy en entornos urbanos se ha constituido en una tendencia presente en cualquier estudio sobre la evolución de nuestro mundo y sitúa en las ciudades el lugar central desde el que se movilizan las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Pensar el desarrollo económico, el avance y profundización de la democracia, los nuevos patrones de consumo, el consumo global de recursos naturales, etc. exige situar estos aspectos en la creciente importancia de las ciudades como concentradores de actividad humana.

El inicio del siglo XXI ha desplegado diferentes líneas de desarrollo tecnológico en la esfera de lo digital cuyas posibilidades de transformación futura de las ciudades apenas hoy podemos vislumbrar. En cualquier caso, sabemos que todas las tecnologías basadas o facilitadas por internet son ya las grandes protagonistas de las innovaciones urbanas y los avances tecnológicos más significativos de los próximos años. El internet del futuro es el marco de referencia para desarrollos relacionados con el internet de las cosas, el cloud computing, el big data o la sensórica como vectores tecnológicos de mayor influencia en el despliegue de servicios urbanos. Sus aplicaciones alcanzan todas las escalas, desde cambios en los hábitos de vida personal hasta la transformación de los modelos de negocio de las industrias. Igualmente, cualquiera de las funcionalidades de la tecnología móvil cambia hábitos y patrones eminentemente urbanos en un proceso de ingeniería social por el cual desde la forma de hacer la compra a las vías de estar contacto con familiares y amigos tienen poco que ver con los hábitos de hace un par de décadas. Por último, las vidas sometidas a este escenario son una sucesión continua de rastros digitales que son captados, almacenados, procesados y explotados para adecuar el mundo vivido por cada persona, grupos humanos o comunidades enteras a preferencias, personalizaciones y adaptaciones en tiempo real que comprendemos relativamente pero que funcionan a través de mecanismos algorítmicos sobre los que apenas tenemos capacidad de control.
La ciudad se ha convertido así en la representación simbólica de la creciente generalización, sistematización y colonización digital de cualquier acto humano en las sociedades más avanzadas tecnológicamente. La ciudad inteligente ha pasado a ser el escenario en el que idealizar propuestas y utopías que buscan ofrecer una imagen completa y coherente del cambio tecnológico, la piel digital de la ciudad y sus infraestructuras asociadas-y su relevancia para el progreso humano.

Una revolución tranquila
En ocasiones se identifican los cambios apuntados como una revolución digital. No pretendemos aquí entrar en cuestiones de fondo que otros nombres clásicos de los estudios socio-técnicos han trabajado suficientemente sobre las revoluciones científico-técnicas (Ellul, Mumford,…). Queremos destacar, en cambio, que a pesar de las enormes transformaciones que ha supuesto la panoplia de avances asociados a la Red y a lo digital en su conjunto, esta transición ha sido, si no sigilosa, sí al menos tranquila y sosegada. Frente a la tentación de identificar la emergencia de la ciudad inteligente como un nuevo paradigma en la gestión urbana y en la comprensión del hecho urbano –tal como suele apreciarse en ocasiones-, debemos reconocer que la cuestión digital ha estado presente en el pensamiento sobre las ciudades desde hace un par de décadas al menos. Por otro lado, la colonización digital se ha producido de manera incremental y gradual más que explosiva. De manera bastante pacífica e intuitiva, como individuos, organizaciones y sociedad, hemos incorporado a nuestro quehacer diario, a nuestra experiencia cotidiana, a nuestros medios materiales de vida y a nuestros espacios vividos diferentes dispositivos que denominamos inteligentes.

El relato del salto digital a la ciudad inteligente es mucho menos épico de lo que a veces se presenta y tiene más que ver con una sucesión constante, progresiva, incremental e intuitiva de cambios profundos sobre nuestros hábitos Estos han modulado nuestros procedimientos y acciones de conveniencia más frecuentes, han modificado físicamente nuestras calles y han transformado nuestras formas de relación. No es, por tanto, un cambio rabiosamente contemporáneo. La presencia del software en la vida cotidiana irrumpió hace mucho tiempo en ámbitos diversos (la navegación aérea, la organización empresarial, los flujos financieros o el equipamiento doméstico) y es parte del sistema de organización social desde hace tiempo. Esta presencia es ahora normal en nuestros bolsillos, en el espacio público o en los sistemas de seguridad ciudadana porque el salto principal de los últimos tiempos ha sido el derivado de la naturaleza invasiva de las funciones de los dispositivos inteligentes, que han individualizado la capacidad de intermediar a través de la red en las actividades más comunes e incluso íntimas de la vida humana conectada. Por supuesto, se trata de una presencia ahora masiva y equipada con nuevas capacidades (big data), a través de nuevos dispositivos (teléfonos inteligentes) o interfaces (internet de las cosas) y nuevas infraestructuras (conectividad, centros de datos). Sin embargo, esencialmente, todo se ha producido fuera de nuestra vista, de una manera diluida en la suma de pequeños actos cotidianos con los que sostenemos nuestra existencia en un mundo en el que, aunque sólo sea para una pequeña parte de la humanidad que disfruta de la conexión total y permanente a la esfera digital, desde las retiradas de dinero o las felicitaciones de cumpleaños, pasando por la espera en una calle o el paso de nuestro vehículo queda registrado a través de diferentes medios de captación y almacenamiento de datos.

Todo ello fue imaginado hace tiempo, de manera visionaria pero tremendamente pragmática y, aunque esta vida conectada de inteligencia ambiental ubicua ha tomado formas insospechadas o no previstas, responde a parámetros perseguidos conscientemente. Desde la década de 1980, los estudios sobre la computación ubicua  como método para incorporar inteligencia computacional en el espacio urbano han ido ganando relevancia y solidez, pero ha sido la emergencia del movimiento de la smart city el que ha situado de manera generalizada este asunto en la agenda urbana, saliendo por ello de los círculos académicos, artísticos, tecnológicos y activistas en los que hasta ahora se había desenvuelto el estudio de la computación urbana y sus campos conexos (locative media, pervasive computing,…). Siendo esto así, cabe preguntarse cómo este amplio campo de la intersección de la esfera de las tecnologías digitales en la ciudad ha acabado concretándose en una visión particular, selectiva y concreta que ha pasado a denominarse smart city. Igualmente, cabe preguntarse por el papel que juega y jugará esta esfera digital en la comprensión de la vida urbana y en la configuración de sus servicios. Esta esfera está conformada por sensores instalados en la ciudad y sus equipamientos así como por las infraestructuras móviles ubicuas, ambas esferas transmitiendo datos automáticos o deliberados y alimentando aplicaciones y servicios tan dispares como la localización de baches en el asfalto, la medición de la calidad del aire, la monitorización de la red de alcantarillado, la gestión de la red eléctrica, la contabilización de personas, la cuantificación de espacios libres de aparcamiento o la alerta temprana de incendios, etc.

La invisibilidad es característica de las tecnologías que estamos tratando. Hasta ahora, cualquier otra gran transformación técnica de la Humanidad ha sido protagonizada por instrumentos materiales, tangibles físicamente e incluso pesados. Quizá el teléfono o el telégrafo se acerquen a esa invisibilidad pero, en último término, siempre han estado asociados a sus terminales, oficinas o líneas de comunicación y, en cualquier caso, su funcionamiento es relativamente sencillo en comparación con la complejísima red de infraestructuras, protocolos, software,… sobre la que se soporta la Red. Hoy tenemos los dispositivos conectados –con el smartphone como símbolo-, pero la transformación fundamental está en la conexión inalámbrica y la transferencia de información que generan. Datos, algoritmos y código son producto y resultado de la inteligencia ofrecida por los mecanismos materiales que usamos para conectarnos. Así, el teléfono móvil inteligente se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo un objeto absolutamente visible y material propio de la vida conectada es, sin embargo, resultado funcional de un sistema de redes complejas e infraestructuras (centros de datos, servidores,…) invisibles y desconocidas  que sostienen todo ello, pero radicalmente materiales y físicas. Esta pérdida de conexión sensorial con la base física de la Red podría explicar nuestra dificultad para captar las consecuencias profundas del cambio tecnológico que vivimos y hace que, en el día a día, la experiencia digital esté más cerca de lo inconsciente y la sensación de tener en nuestras manos una tecnología mágica sobre la que apenas tenemos capacidad de comprender sus consecuencias, su funcionamiento básico y las prerrogativas que le cedemos a cambio de su uso.

Via Cory Doctorow (CC BY-SA 2.0) 


Estas cuestiones nos urgen a formular un modelo crítico para comprender la transición hacia una vida conectada que ha llegado de manera gradual pero abriendo importantes cuestionamientos sobre el significado de esta colonización digital. Podemos ver los sensores instalados en las farolas de alumbrado público, pagar el aparcamiento acercando nuestra tarjeta de crédito, seguir en tiempo real nuestro consumo energético o incluso, al menos entender, en qué consiste la plataforma de integración de datos que nuestro ayuntamiento está desarrollando a modo de sistema operativo. Podemos descargarnos una app en nuestro móvil, aceptar la política de cookies de una web o acordar con una empresa a través de un formulario web una determinada política de uso de nuestros datos personales. Pero aunque podamos tocar estos objetos o realizar estas acciones de manera consciente, su significado más íntimo en términos de quién hace qué con nuestros datos, qué control tenemos sobre las imágenes de video-vigilancia a las que estamos sometidos o por qué el buscador de información municipal nos ofrece unos datos u otros, sigue siendo una caja negra. Mucho más oscuro aún es comprender que nuestros datos personales están alojados en servidores y centros de datos de la Costa Este de Estados Unidos, que el diseño de ese sistema operativo de nuestra ciudad tiene su cerebro (servidor) en California o quién es dueño de los cables submarinos que nos conectan a la Red mundial. Por eso, a pesar de haber descubierto recientemente que nuestra sociedad y nuestras vidas, tan beneficiadas por estar conectadas, están también sometidas a los sistemas de espionaje masivo más complejos de la Historia , nuestra sensibilidad sobre los problemas, por ejemplo, de privacidad, sigue siendo muy baja . Esta realidad nos señala una necesidad imperiosa de disponer de recursos críticos para abordar estos cambios desde un debate social consciente, crítico y constructivo. Precisamente por el carácter invasivo e invisible que hemos señalado, las tecnologías que hoy disfrutamos tienen la capacidad de maravillarnos, instalarse cómodamente en nuestras rutinas y ser asumidas sin mayor cuestionamiento que la conveniencia que nos producen en nuestros quehaceres diarios. Pero si bien el enorme y complejo desafío de la privacidad y la seguridad se presenta como el más significativo y sensible a nivel personal, otros muchos desafíos se presentan en el horizonte de la esfera pública y comunitaria. Estos desafíos, en la medida en que se plasman a través del imaginario de la smart city en las formas de gobierno, en los arreglos institucionales a través de los cuáles se despliegan las infraestructuras básicas de la ciudad y nuevos servicios derivados de la esfera digital o en las expectativas sobre los límites de la democracia, abren la necesidad de cuestionar las asunciones implícitas detrás de estas tecnologías.

La condición inteligente de la ciudad
La smart city como propuesta urbana trata de ofrecer un marco para explicar y ordenar esta presencia digital en la ciudad. Se trata del modelo urbano que ha sido ofrecido como explicación totalizadora de tantos fenómenos de cambio que apenas hemos esbozado anteriormente. La complejidad de la transición a un mundo (progresivamente) ubicuo y (mayoritariamente) urbano exige dar un sentido y coherencia para explicar el mundo en el que vivimos y que estamos construyendo y en el marco de esta necesidad la SC ha salido triunfante como modelo o teoría social de referencia a partir de una integración o co-optación de discursos previos (la sostenibilidad) y de pretensiones nada novedosas (la planificación y a gestión burocrática del desarrollo urbano). A pesar de sus ambiciones totalizadoras, el debate sobre la smart city ha sido muy limitado, sesgado, incompleto y precipitado. Tras los últimos años protagonizando gran parte del debate institucional (en forma de congresos, planes, proyectos piloto, etcétera), la ciudad inteligente no es capaz de explicarse a sí misma de manera comprensible para poder discutir sus consecuencias explícitas y sus efectos implícitos.
El significado de estas innovaciones tecnológicas en un mundo tan urbano (por porcentaje de población viviendo en ciudades pero también por el cada vez mayor número de grandes aglomeraciones urbanas) y a la vez tan dispar (un mundo en el que conviven realidades urbanas tan diferentes como Lagos, Nueva York, Jakarta o Santiago de Chile) está aún por explorar. El escenario aspiracional de la ciudad inteligente en la sociedad conectada sigue siendo aquel descrito por uno de sus pioneros, William Mitchell una personalización y adaptabilidad masiva de los servicios públicos y privados a través de los cuales las personas desarrollamos nuestras vidas para nuestra conveniencia. Cabe preguntarse en este momento si conveniencia y eficiencia es lo único que cabe esperar como ciudadanos del despliegue de la ubicuidad digital en la ciudad. Frente a la conveniencia que desde principios de siglo han añadido a nuestra vida tantos equipos capaces de adaptarse a nuestra realidad, de hacernos más sencillas las cosas, ahora somos más conscientes que hay otras consecuencias asociadas. Pérdida de autonomía (¿somos hoy más libres sujetos a los grandes monopolios de internet?), cambios en nuestras capacidades humanas (¿qué fue de nuestra memoria?), modificación de nuestros hábitos (¿qué hacíamos con tantos tiempos muertos antes del móvil?), creación de nuevos modelos de gobernanza y ejercicio del poder (¿quién controla hoy nuestro rastro digital?),.. Estas consecuencias no son necesariamente negativas, pero claramente nos obligan a cuestionarnos no hacia dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.

El seminal artículo de Mark Weiser (The Computer for the 21st Century) sobre la computación ubicua. Este breve texto representa uno de los escritos más influyentes y casi fundacionales de la tecnología digital tal como la conocemos hoy, en la medida en que predijo el paso de la época del ordenador personal a la era de la computación distribuida y fuera de las pantallas de los ordenadores. Su influencia ha sido central en las siguientes dos décadas en la agenda de investigación de las tecnologías ubicuas y su presencia cotidiana y en la retórica sobre sus prometedores efectos como una proyección para el futuro. Sin duda, su carácter visionario expresado en la conocida cita “the most profound technologies are those that disappear. They weave themselves into the fabric of everyday life until they are indistinguishable from it” se ha demostrado real a día de hoy, aunque posiblemente su despliegue material haya tomado derroteros y plasmaciones insospechadas o imprevistas en algunos casos.
Via BruceS 
En el caso específico del urbanismo y el planeamiento municipal, su intersección con las tecnologías conectadas también ha dado lugar a nuevas soluciones que tratan de encontrar nuevas dinámicas urbanísticas que incorporen soluciones digitales en sentido amplio. Esto pasa, en primer lugar, por la exploración de la realidad del funcionamiento urbano a través del uso del big data como nueva fase del estudio de los sistemas complejos en los entornos urbanos produciéndose así proyectos de modelización y de visualización de datos urbanos. Este tipo de proyectos de urbanismo sensorizado o urbanismo cuantitativo utilizan una variedad de técnicas de análisis basadas en los datos digitales urbanos que quedan plasmados en visualizaciones con un componente dinámico y, en muchas ocasiones, en tiempo real.

Más cercanos al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimiento municipal hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.

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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.

martes, 23 de febrero de 2016

Diseño de interacción: tecnología-en-uso en la ciudad conectada

El enfoque del diseño de interacción urbana se puede entender como una guía suficientemente amplia para acomodar perspectivas alternativas y complementarias a la smart city (SC), con un especial hincapié en el diseño de procesos y formas de acción colectiva en los que la tecnología digital sea un método no sólo de producción sino de exploración especulativa y deliberativa. Esto pasa por asumir un enfoque centrado en las personas a la hora de pensar el desarrollo urbano, situar la experiencia de la vida urbana como referencia fundamental para contextualizar el diseño y la implantación de proyectos tecnológicos que mediaticen nuestra relación con la ciudad, sus servicios, su estructura física y sus relaciones, una concepción más centrada en comprender la complejidad de los problemas y no únicamente en obtener soluciones supuestamente sencillas.

De manera sintética, podemos categorizar algunas condiciones para la reflexión, el diseño, la producción y la gestión de sistemas, productos y servicios de la ciudad conectada:

De las cajas negras a la visibilidad
A medida que la tecnología se hace más compleja se amplía la posibilidad para que esta se constituya y gestione como cajas negras. En la aparente transparencia de información que supone la vida digital, los rastros que dejamos se incorporan a espacios desconocidos e inaccesibles para cualquiera de nosotros. Desde estos espacios es desde donde se generan las nuevas governmentalities, tanto en la esfera pública como en la privada (pensemos en gigantes como Facebook o Google y la capacidad que tienen de manipular nuestra experiencia digital a través de la explotación de los datos de los usuarios mediante algoritmos indescifrables y fuera del escrutinio público, siempre con la justificación de ofrecer una mejor experiencia de usuario). El verdadero desafío reside más allá de la apertura de los datos, en los algoritmos y el código que hacen de los datos algo funcional, sobre los que apenas tenemos control o si quiera noción de su existencia.
La caja negra sitúa a los ciudadanos en la condición de usuarios y, como tales, meros espectadores de lo que esa caja negra hace. El smatphone, el objeto que se ha convertido en omnipresente en nuestras vidas y a través del cual una cantidad creciente de actividades cotidianas están mediatizadas, representa a la perfección este problema. A pesar de su materialidad, de su presencia constante, la infraestructura sobre la que está soportado su funcionamiento está oculta. Ante esta realidad, es destacable el esfuerzo que desde ciertas áreas de la práctica del diseño y la computación se está haciendo por visibilizar estas realidad. De igual forma, después de la primera fase de fascinación por el uso de los datos masivos a la ciudad, están surgiendo nuevas líneas de investigación que buscan trabajar en materia de desvelamiento de las consecuencias sociales de los datos masivos revisando de forma crítica y desde una perspectiva ética estas cuestiones (es el caso, por ejemplo, del instituto de investigación Data & Society en Nueva York o del proyecto The Programmable City en Irlanda).
La creciente dependencia del software en todos los ámbitos de la vida nos sitúa ante realidades que han estado escondidas en las versiones más optimistas de la lectura de la ciudad inteligente. Episodios contemporáneos a la redacción de este texto como el del descubrimiento del fraude masivo de Volkswagen al introducir un código para manipular la inspección de sus emisiones nos revela la magnitud de esta dependencia y la falta de herramientas de control de reguladores públicos y consumidores.

Vía Bruce Sterling
Al servicio del debate político y el conflicto urbano
El poder simbólico de metáforas como el ciudadano inteligente, el ciudadano-sensor o el ciudadano-cursor es particularmente atractivo por su voluntad de sintetizar expresiones más o menos expresas de profundizar en el papel activo de la ciudadanía en el mundo digital. Nos sitúan ante una demanda fruto de la dificultad de la SC para ofrecer un relato coherente de temas como la participación ciudadana, las formas de innovación democrática, la gestión abierta de los servicios públicos, etc.
Debemos a Lewis Mumford una apreciación suficientemente ilustrativa: la invención del reloj, del tiempo mecánico, como base de las transformaciones hacia una sociedad industrial. Ni las manecillas ni las minúsculas piezas de su mecanismo tuvieron tanta capacidad de reprogramar la vida como el carácter normativo de las imposiciones de la división, organización y sistematización del tiempo humano. De forma similar, la esfera digital contiene una capacidad no innata sino diseñada específicamente, de crear nuevas normas de comportamiento, nuevos límites de lo posible a nivel público y privado, de imponer formas de realizar transacciones, actos y efectos. Cambian nuestras habilidades físicas y cognitivas (desde la memoria a la capacidad de orientación espacial), cambian nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestras expectativas. Cambian también las capacidades de control por parte de organizaciones cuasi-monopolísticas y surgen nuevas tentaciones de dominación económica y social.
Frente a la tentación de creer que las posibilidades de automatización del control y seguimiento de cualquier parámetro de la ciudad nos llevan a un escenario de objetivización de las decisiones sobre los diferentes aspectos de la vida urbana (decisiones sobre políticas de seguridad, de gestión del tráfico, de vivienda, de espacio público, etc.), la realidad es que nada de esto debería sustraer la necesidad del debate público sobre cuestiones cruciales. Sin entrar ni siquiera en las dimensiones más globales sobre el control de internet y todas las dinámicas derivadas (desde el control de la privacidad por parte de los grandes operadores y de los propios gobiernos hasta las resistencias de los diferentes sectores industriales impactados por el cambio en los modelos de negocio), las preguntas y los debates siguen siendo los mismos: ¿para quién son las smart cities?, ¿quién las protagoniza?, ¿quién se queda fuera?, ¿promueven o no la inclusión o son sólo formas sofisticadas de perpetuación de las relaciones de poder establecidas?, ¿cómo salvaguardar lo público?, ¿y cómo salvaguardar lo común?, ¿cómo pueden favorecer modelos estables de implicación y participación ciudadana?
Si para algo puede servir la emergencia de la ciudad inteligente como recurso utópico es para hacernos más conscientes de estas normatividades, tanto en sus pequeñas y aparentemente livianas consecuencias (¡qué más da aceptar las nuevas condiciones de privacidad de una nueva aplicación que nos descargamos!) como en las más graves y represivas. Un relato pacífico de la ciudad sólo servirá para mantener las relaciones actuales y futuras de dominación y para esconder los conflictos sociales inherentes a la vida en la ciudad. Ello hace que sea imposible evitar la tentación de entender el escenario actual como un campo de batalla, por más que pueda parecer una salida dicotómica o incluso demagógica. Sin embargo, en el relato pacífico, utópico y genérico de la smart city subyace y se mantienen los mismos conflictos inherentes al hecho urbano. La dimensión digital de la ciudad es tan sólo una de las manifestaciones de la consustancial ciudad en conflicto.

Vía Cee Vee 5

De la confianza por defecto a la sospecha activa
Una de las características principales de las tecnologías digitales es su carácter invasivo y extensivo, en la medida en que gracias al internet de las cosas, cualquier elemento de nuestra vida cotidiana puede ser conectado a la infraestructura de la smart city. No se trata únicamente de dispositivos como el teléfono móvil, las cafeteras o las papeleras, sino que otros equipos sobre los que descansa nuestra propia existencia (desde los automóviles hasta los sistemas de calefacción en nuestros hogares, los sistemas de vigilancia basados en drones,..) también adquieren capacidad comunicativa y capacidad para tomar decisiones relativamente automáticas. Los algoritmos, potencialmente, decidirán cuestiones que pueden poner en peligro nuestro bienestar personal, nuestra seguridad física, nuestros derechos de ciudadanía, nuestro acceso a servicios. Lo harán no únicamente porque el diseño técnico de los algoritmos y de las funcionalidades de estos dispositivos lo permitan, sino porque formarán parte de un ensamblaje socio técnico que definirá los límites del bienestar, de la responsabilidad, de la seguridad. Lo harán, salvo que seamos capaces de construir un ensamblaje alternativo, por defecto y de manera sistemática, y actuarán sobre cuestiones no triviales. Descubrir que Facebook manipuló a sus usuarios psicológicamente durante unos meses a través de un experimento de ingeniería social con fines comerciales puede resultarle a alguien relativamente inocuo. Pero a través de estas renuncias podemos llegar a construir una gran telaraña de renuncias donde también resulten inocuos comportamientos de los sistemas inteligentes que hoy nos podrían parecer antidemocráticos, autoritarios o físicamente dañinos. La smart city encierra una invitación a confiar en sistemas que han demostrado ser poco dignos de nuestra confianza como individuos o como sociedad.

Hacer ciudad como convergencia de disciplinas
En nuestro texto hemos presentado el enfoque del diseño de interacción urbana como una posible referencia para enmarcar discursos más inclusivos sobre la ciudad inteligente. De la misma forma, hemos acudido también a referencias como la innovación social digital o las humanidades digitales como marcos para este ensanchamiento. Más allá de las preferencias, estos enfoques tienen en común el horizonte de transdisciplinariedad con el que plantean abordar la comprensión y construcción de ensamblajes socio-técnicos con los que actuar desde una postura política crítica, proactiva y transformadora. Un diálogo y reconocimiento efectivo entre disciplinas científico-técnicas, entre campos diversos sin considerar la barrera de la profesionalidad formal y entre formas de conocimiento es la única vía para atender a la complejidad de una ciudad digital que no se la juega en la eficiencia de su sistema de residuos sólidos urbanos, sino en su capacidad para cumplir las expectativas de una ciudadanía con nuevas herramientas técnicas, organizativas y productivas.
Esta convergencia implica, en el campo de la investigación, crear nuevas habilidades e hibridar metodologías (prototipado, DIY,…) y teorías al mismo nivel que ha incorporado las herramientas de la ciencia de los datos o el desarrollo de código. Ante un relato que hasta ahora ha privilegiado una agenda basada en la resolución pragmática de problemas, en nuestra investigación hemos apostado por la necesidad de sostener un mayor esfuerzo teórico para comprender las nuevas inteligencias urbanas. Igualmente, la agenda de investigación de los próximos años tendrá que ser capaz de manejar la tensión entre la agenda de las corporaciones y la de los estudios críticos a partir de una apertura a la experimentación de usuarios, así como de contextualizar a partir de la diferenciación de geografías, donde en cada lugar la SC se despliega de diferentes formas. No es sólo una cuestión de campos científico-técnicos, como si sólo los profesionales, quienes cuentan con un título habilitante o un certificado formal fueran los únicos llamados a hacer ciudad. Eso que hemos llamado el profesional-amateur no es otra cosa que reconocer que, más allá del conocimiento técnico, existe un conocimiento tácito y experiencial que es el que desarrollamos al usar y vivir la ciudad, sus calles, nuestras casas, etc.
Esta convergencia de agentes, saberes, intereses y saberes en torno al aprovechamiento de las tecnologías actuales desafía no sólo las fronteras disciplinares sino también las especificaciones técnicas y los manuales de usuario de dispositivos y equipos. Igualmente, desafía el modelo de producción y consumo tecnológico mediante modificaciones, reparaciones y adaptaciones de los productos tecnológicos genéricos a favor de usos creativos que tratan de adaptar y mejorar la infraestructura de la ciudad a las necesidades de los usos cotidianos.

No sólo hay problemas que resolver
Uno de los principales elementos de insatisfacción respecto al relato más establecido de la SC es su orientación a resolver unos problemas muy específicos de la ciudad en genérico. Hemos abundado en lo incompleto e injusto de un enfoque que olvida no sólo problemas más urgentes desde las políticas urbanas y las demandas sociales, sino también otras razones y lógicas con las que vivimos en las ciudades. Estas no son únicamente espacios de conveniencia o máquinas de satisfacción eficiente de deseos individuales para acceder a luz y agua, moverse en la ciudad, comprar, pedir cita a la administración, etc. Son eso y algo más, quizá la parte más sustancial de la urbanidad. Las ciudades son lugares para perder el tiempo, para pasear, andar sin rumbo, encontrarse con amigos e incluso con desconocidos, para sorprenderse y admirarse, aprender, jugar, denunciar públicamente, enamorarse y enfadarse, probar a hacer cosas supuestamente prohibidas o inesperadas, manifestarse, crear lo que no existe, etc.
Todas estas actividades son las que hacen interesante y soportable una vida cada vez más banal, programada, cercada por límites naturales e impuestos. La SC no ha tenido apenas respuestas para hacernos la vida más feliz, más vivible, más divertida, más completa; sólo nos ha prometido una vida más eficiente, menos conflictiva, y es desde otros imaginarios conexos al desarrollo de la ciudad digital donde podemos encontrar asideros y ejemplos para imaginar un presente más humano. Proyectos como Whispering CloudsWhy Sit When You Can PlayTidy Street projectHello Lamp PostPulse of the City, entre un largo etcétera), nos invitan a pensar en proyectos tecnológicos capaces de enfrentarnos con la realidad de la ciudad más allá de la eficiencia que buscan sus gestores. Los usos creativos de la tecnología forman parte de una realidad cotidiana para centros de investigación, espacios de creación artística, organizaciones cívicas e instituciones (desde iMAL , Ars Electronica , i-DAT  Open Research Lab, pasando por agencias como Near Future Laboratory , o la ya extinta Berg ).
Vía: The Vault of the Atomic Space Age
Elogio del presente
La ciudad del futuro será muy diferente de cómo la estamos imaginando hoy en día desde el relato estándar y espectacularizado de la tecnología. Lo que sí podemos reconocer hoy es el trabajo de laboratorios cívicos, organizaciones sociales, individuos, empresas y colectivos, departamentos municipales, activistas y artistas,… que están reutilizando, experimentando y cacharreando con dispositivos ya disponibles, desarrollados en abierto y de manera colaborativa. Esa es la tecnología en uso que realmente puede suponer un cambio fundamental: utilizarla como excusa para transgredir los límites legales o mentales de lo que es posible o no en la ciudad.
“No me digas que no se puede”. Esa frase podría resumir una actitud fundamental en muchos órdenes de la vida y que es el prólogo de la creatividad, de la invención, del progreso, de la ingenuidad. Es también el inicio de cualquier resistencia. Hacer ciudad es ejercer el vitalismo que esconde esa frase y hacerlo en forma de resistencia activa ante una ciudad que muchas veces se muestra ajena, injusta, opresiva, limitante,…

A lo largo del texto hemos destacado diferentes pistas que seguir para encontrar dónde y cómo se están desarrollando prácticas y narrativas contra-hegeméonicas o que no encajan con el discurso dominante de la ciudad inteligente. Frente a una SC que se presenta como solución totalizante para problemas genéricos y globales, una solución suficientemente flexible para encontrar acomodo teórico en cualquier lugar del mundo, los nombres apuntados (proyectos, organizaciones, investigadores, activistas, tecnologías, laboratorios,…) nos ofrecen una imagen aparentemente inconexa y caótica. Precisamente por su propia naturaleza disctribuida, hiper-local y descentralizada estas actuaciones pueden parecer una respuesta incompleta para el afán planificador de la SC. Esta es, de hecho, una de las características más singulares del análisis de la SC como narrativa. Al contrario que las narrativas usuales, que parten de la descripción de casos concretos para extraer lecturas generales, la SC ha partido desde el inicio como una lectura global de los problemas genéricos de la ciudad y busca dónde encontrar una ciudad inteligente realmente existente para poder ilustrar sus promesas.

jueves, 14 de enero de 2016

Hacer ciudad. La convergencia de disciplinas y la ciudad relacional

El próximo 26 de enero participaré en el Master en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digitales impartido por la Universidad Rey Juan Carlos en colaboración con Medialab-Prado. La sesión, que he titulado Hacer ciudad. La convergencia de disciplinas y la ciudad relacional, forma parte del  módulo de Tecnociudadanía y procomún, del que es responsable Antonio Lafuente, y he planteado así los contenidos:

La forma de hacer ciudad es un proceso en crisis. Diferentes factores, desde cambios sociales, crisis de la política o transformación tecnológica, están contribuyendo a la materialización de un conflicto entre las formas institucionales de gobernar y dar forma a las ciudades y las expectativas de la ciudadanía sobre el papel que quiere tener en la ciudad que vive. Son muchos los movimientos sociales, las disciplinas académicas, los proyectos o las teorías que están contribuyendo en los últimos tiempos a la formación de un nuevo enfoque sobre cómo hacer ciudad que vaya más allá de las instituciones públicas y del urbanismo como instancias centrales o únicas de hacer ciudad. Emerge una perspectiva, a caballo entre el activismo, el arte y la cultura y la gestión urbana. Esta disciplina es el urban interaction design. Hacer ciudad ya no es únicamente un asunto de planificadores públicos o de urbanistas en sentido estricto. Las metodologías, conocimientos y teorías que diseñan y construyen la ciudad y sus proyectos en el día a día han desbordado el campo de acción de las ciencias urbanas tradicionales. El diseño de interacción urbana se propone como referencia de diferentes métodos y aproximaciones a la realidad de la sociedad conectada que están confluyendo.


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