miércoles, 3 de diciembre de 2014

La tecnología no es suficiente: aprendiendo del semáforo

Suelo utilizar esta viñeta en mis charlas sobre smart cities. No es perfecta pero me ayuda a presentar algunas ideas básicas:
  • El mito de la suficiencia tecnológica, o la necesidad de integrar elementos no tecnológicos mucho más decisivos a la hora de diseñar nuestras ciudades.
  • El mito de la neutralidad tecnológica, o la ficción de un conocimiento y un despliegue técnico  aséptico, sin sesgos, perfecto y objetivo.
  • La capacidad de las decisiones no tecnológicas para modelar la tecnología.
  • La forma en que la tecnología (el coche en su momento, las tecnologías inteligentes hoy) ordenan la vida en la ciudad y normativizan usos y formas.
  • Las consecuencias negativas inesperadas de las utopías urbanas.

Con el paso del tiempo, voy dándome cuenta de que es el momento que mejor sintetiza algunas de las cosas que me gusta plantear. El semáforo, uno de las símbolos de la ciudad contemporánea, es una tecnología que regula el tráfico y la movilidad en las ciudades y responde a una concepción de la ciudad basada en el vehículo privado. Esta concepción ha sido la dominante en la mayor parte del mundo y una aspiración de las ciudades a medida que han ido concentrando poder y población en unas regiones y otras del mundo.

Como tal, podríamos pensar aparentemente el semáforo como un artefacto neutral. Un dispositivo eléctrico (acudo a Wikipedia aquí) que empezó a aparecer en las ciudades a principios del siglo XX con diferentes. Puedo imaginarme la sorpresa de la gente al ver los primeros ejemplares de una invención que, por su novedad, sí que tenía que sugerir en la población la sensación de estar viviendo en una era inteligente con sus colores, sus luces y su automatización. Un extraordinario dispositivo para regular el tráfico con las tecnologías más avanzadas de su tiempo puesto al servicio de la ciudad.

Sin embargo, en su concepción y en sus posteriores evoluciones, el semáforo encerraba unas cuantas variables no tecnológicas en su ecuación, y son en realidad las que han tenido una importancia fundamental en nuestras vidas. Una decisión consciente de otorgar la prioridad de paso en los movimientos en la ciudad a un electrodoméstico que por entonces comenzaba a colonizar la ciudad. Desde sus versiones iniciales, de manera implícita ya estaban algunas decisiones de diseño y priorizaciones sobre cómo ordenarían la movilidad, el derecho de paso, etc. que promovieron sutil pero profundamente una mentalidad social y una estructura física de la ciudad pensada en torno al automóvil como elemento central y prioritario, arrinconando otros usos para el espacio urbano, otros modos de movilidad, otras prioridades en inversión en infraestructuras, etc.

Podemos hacer un ejercicio de imaginación y pensar en cómo hubieran evolucionado las ciudades de haber pensado la movilidad en otros términos (de lo cuál el diseño de la prioridad es sólo un ejemplo minúsculo y anecdótico en la larga cadena de decisiones de calado que se fueron tomando). El automóvil trajo la vida que hemos conocido y, en buena medida, ha ofrecido bienestar y efectos positivos evidentes. Pero también, y sólo décadas más tarde nos fuimos dando cuenta, la ciudad pensada para el automóvil estaba dejando tras de sí consecuencias negativas: un modelo insostenible de consumo de territorio, la fragmentación de comunidades, la desaparición de la vida social en el espacio público, las emisiones de cambio climático y un buen número de otras consecuencias negativas que hoy tratamos de superar.

Aquí es donde enlazo con la frase "una buena historia de ficción ha de ser capaz no de prever el coche sino los atascos" para situar el debate sobre la ciudad equipada y cómo entenderla desde la sociedad conectada. La equipación técnica de los sistemas urbanos no es una cuestión puramente tecnológica y ni siquiera el diseño de sus productos, servicios, dispositivos o infraestructuras es neutral. Responde a unas categorías determinadas capaces de normativizar la vida social, los comportamientos, la forma urbana, el modelo de gobierno y las diferentes institucionalidades, etc. Nos lleva, además, a pensar en productos (el coche, los dispositivos smart) y no en los servicios (la movilidad, la vida social) y a abrir el riesgo de pensar la ciudad al servicio de determinados productos, como en su momento sucedió con el coche.

Via Louis D´alpuget
En cada aplicación o servicio que añadimos a nuestra vida cotidiana hay más o menos implícitas (¡qué decir, por poner un caso no tan menor, de las cláusulas de aceptación de términos de los servicios online!) unas decisiones de diseño asociadas a la solución puramente técnica, si es que se pueden disociar. Estos diseños son, en realidad, el resultado del contexto social en el que la innovación tecnológica se desarrolla, donde la regulación, la economía, la estructura social, las relaciones de poder,... son elementos críticos a la hora de entender el desarrollo tecnológico, que no surge neutralmente en un laboratorio o en un garaje. Descubrirlos, aflorarlos, manifestarlos, confrontarlos, comprenderlos, subvertirlos,...antes de que sea tarde. Sin querer ponerme trascendente, este es el momento en el que estamos, el de pensar no sólo en los artefactos e infraestructuras inteligentes sino en sus "atascos" asociados (pérdida de privacidad, centralización tecnológica, riesgos democráticos, dependencia tecnológica, excesos de control, etc,).  

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