martes, 19 de diciembre de 2017

La ciudad equipada digitalmente como ciudad inteligente

En los últimos años hemos sido testigos del nacimiento de un nuevo modelo o utopía urbana para pensar las ciudades, que busca dar sentido a la asociación tecnología-ciudad. Dicha asociación no es, en realidad, nueva, ya que ha sustentado siempre el avance en las teorías y en las prácticas de desarrollo y gestión de las ciudades. El pensamiento utópico en torno a la ciudad es un proceso continuo en el que, remitiéndonos sólo al pasado reciente, se suceden propuestas totalizadoras y pretendidamente definitivas, desde la ciudad jardín propuesta por Ebenezerd Howard hasta la ciudad radiante de Le Corbusier y el movimiento moderno del siglo XX, pasando por propuestas más audaces como las diseñadas por Archigram o las más cercanas a la gestión de la ciudad, como la idea de las ciudades creativas de Richard Florida, último gran término de éxito mediático antes de la llegada de las ciudades inteligentes. La smart city es, además, la destilación exitosa de conceptos que hemos manejado en los últimos tiempos –ciudad digital, tecnópolis, ciudad del conocimiento…– y que ahora, con la generalización de la esfera digital ha terminado apuntándonos a la inteligencia como principal rasgo distintivo de la equipación digital de la ciudad.

Los procesos de modernización inteligente de los espacios urbanos están protagonizando la transformación digital de los servicios urbanos clásicos y casi cualquier esfera de la vida cotidiana: desde la recogida de residuos, el transporte y la movilidad, la generación, distribución y consumo de energía, pasando por el diseño de las calles y del mobiliario urbano, la información ciudadana, etc. En todos estos casos están surgiendo herramientas digitales de mediación que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia del uso de esos servicios y de la propia vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local. De la misma manera, las formas de consumo, el acceso a la cultura, cómo nos movemos, buscamos direcciones o encontramos nuestro destino en la ciudad o la manera en la que recordamos, nos socializamos o buscamos información están mediatizadas por la esfera digital en sus diferentes formas. Desde termostatos en nuestra pared hasta sensores en el asfalto que pisamos, la vida diaria se va colonizando de dispositivos que organizan o mediatizan nuestras decisiones o incluso toman decisiones por nosotros mismos de manera subrepticia y, en muchas ocasiones, independientemente de nuestra voluntad. Desde cámaras de reconocimiento facial en las esquinas de nuestras calles hasta farolas que detectan la presencia de personas en la acera, dispositivos de control automático de las funciones de los servicios urbanos van formando parte del paisaje urbano. Desde mecanismos que captan constantemente las condiciones ambientales hasta aplicaciones que registran nuestra posición.

El ascenso de la smart city como modelo urbano
Al menos en las dos últimas décadas gran parte del debate en torno a la ciudad ha estado protagonizado por la búsqueda de un modelo de ciudad sostenible como punto de encuentro de disciplinas y aspiraciones para imaginar desarrollos urbanos compatibles con los límites físicos de la capacidad de la Tierra para asumir el impacto de la actividad humana. En este escenario, la smart city ha pasado a protagonizar informes, discursos, conferencias, planes y estrategias, apareciendo incluso de manera explosiva en la producción científica. Tomando este elemento como síntoma de este interés, podemos acudir a un reciente trabajo  para tomar la temperatura a este ascenso, reflejo de una preocupación empresarial, social e institucional por comprender la relación entre desarrollo tecnológico y desarrollo urbano. Este estudio refleja una serie de patrones sobre la emergencia de la smart city como nuevo modelo explicativo del futuro de las ciudades: de una tímida presencia en el período 2007-2009 (cuando el término cobra cierta fuerza, en especial a partir de la puesta de largo de la apuesta estratégica de IBM por las smarter cities) pasamos a una producción exponencial hasta nuestros días. En pocas ocasiones un término asociado al debate en torno a la ciudad ha sido capaz de crear tanto interés en tan poco tiempo, ni siquiera la idea de la ciudad creativa.

Crecimiento acumulado en las fuentes de producción científica en torno a la smart city. Fuente: Luca Mora, Roberto Bolici y Mark Deakin, The First Two Decades of Smart-City Research: A Bibliometric Analysis (2017)
Este creciente interés refleja la intensidad con la que gestores públicos, organismos públicos y privados de diferente signo, empresas y organizaciones sociales han acogido este debate para dar significado a una ciudad tecnológicamente equipada como espacio y plataforma de la vida en la sociedad digital. El inicio del siglo XXI ha desplegado diferentes líneas de desarrollo tecnológico en la esfera de lo digital cuyas posibilidades de transformación futura de las ciudades apenas hoy podemos vislumbrar. En cualquier caso, sabemos que todas las tecnologías basadas o facilitadas por Internet son ya las grandes protagonistas de las innovaciones urbanas y los avances tecnológicos más significativos de los próximos años. El Internet del futuro es el marco de referencia para desarrollos relacionados con el Internet de las cosas, el cloud computing , la inteligencia artificial o el big data como vectores tecnológicos de mayor influencia en el despliegue de servicios urbanos. Sus aplicaciones alcanzan todas las escalas, desde cambios en los hábitos de vida personal hasta la transformación de los modelos de negocio de las industrias. Igualmente, cualquiera de las funcionalidades de la tecnología móvil cambia patrones eminentemente urbanos en un proceso de ingeniería social por el cual desde la forma de hacer la compra a las vías de estar contacto con familiares y amigos tienen poco que ver con los hábitos de hace un par de décadas. Por último, las vidas sometidas a este escenario son una sucesión continua de rastros digitales que son captados, almacenados, procesados y explotados para adecuar el mundo vivido por cada persona, grupos humanos o comunidades enteras a preferencias, personalizaciones y adaptaciones en tiempo real que comprendemos relativamente pero que funcionan a través de mecanismos algorítmicos y alimentados por datos masivos alojados en centros de datos (data centers) sobre los que apenas tenemos capacidad de control.

La ciudad inteligente se ha convertido así en la representación simbólica de la creciente generalización, sistematización y colonización digital de cualquier acto humano en las sociedades más avanzadas tecnológicamente. La ciudad inteligente ha pasado a ser el escenario en el que idealizar propuestas y utopías que buscan ofrecer una imagen completa y coherente del cambio tecnológico, la piel digital de la ciudad y sus infraestructuras asociadas y su relevancia para el progreso humano.

Si no has oído hablar de ella, da igual: ya vives en ella
La ciudad inteligente se ha convertido en un lugar común del discurso urbano y la rapidez con la que se ha introducido en programas electorales, planes de actuación municipal y orientaciones estratégicas de empresas tecnológicas ha impedido una reflexión sosegada sobre sus implicaciones. Aunque sea remotamente, hasta al más despreocupado seguidor de la actualidad en los medios generalistas le sonará haber escuchado o leído alguna referencia a las ciudades inteligentes. Dicho lector se habrá topado con titulares grandilocuentes sobre cómo su ciudad será la primera ciudad inteligente en España o será la primera en tener un cerebro inteligente a través de una nueva plataforma de datos, se habrá encontrado con eventos para emprendedores o sobre innovación social que trataban el tema de la ciudad inteligente, habrá visto algún reportaje destacando nuevos servicios digitales en su ciudad, etc. En estos años esa misma persona habrá oído hablar de alguna nueva aplicación para su móvil a través de la cual puede mantenerse informado de las actividades de su ayuntamiento, habrá recibido una carta de su compañía suministradora de electricidad ofreciéndole la instalación de contadores inteligentes, se habrá encontrado con algún poste de recarga de vehículos eléctricos, se habrá conectado a algún punto de conexión inalámbrica en una plaza pública o habrá notado el comportamiento extraño de las farolas de la calle, que se apagan y se encienden de manera aparentemente aleatoria. Aún más importante si cabe, esa misma persona habrá pasado estos años dejando el rastro digital allí por donde ha pasado: calles sometidas a sistemas de videovigilancia, el historial de su navegador, el GPS de su móvil, las innumerables transacciones con su tarjeta de crédito, etc.

En todas estas situaciones ha estado participando, inadvertidamente y sin ser consciente de sus implicaciones, del magma amorfo de la vida en la ciudad inteligente. Y si todo ello no es suficiente, es prácticamente seguro que, aun sin apelar a la smart city, haya vislumbrado a través de diferentes medios de información las últimas novedades sobre inteligencia artificial (los robots y el futuro del empleo), sobre coches sin conductor (cómo nos moveremos en el futuro), sobre drones repartidores (qué será del comercio minorista de proximidad), sobre impresoras 3D (cómo produciremos en el futuro), sobre software fraudulento (pensemos en el caso Volkswagen) o sobre las nuevas prácticas de hackeo y manipulación digital de procesos electorales.

Todo ello forma parte de una ciudad inteligente abriéndose paso y, sin embargo, aún no sabemos exactamente qué significa, qué ciudades son inteligentes o qué condiciones son necesarias para serlo. Diferentes estudios tratan de tomar el pulso a la presencia en las ciudades del mundo de proyectos definidos como smart city. Las cifras varían en función de los requisitos o condiciones planteados por agencias de mercados, grupos de investigación o consultoras. Si acudimos a uno de los estudios más recientes , encontramos que se catalogan más de 250 ciudades a nivel mundial como ciudades inteligentes, con diferentes niveles de introducción según las regiones.

Sin entrar en los detalles de qué ciudades y qué proyectos se hayan considerado en el estudio, en este punto nos interesa anotar que la presencia real de proyectos tangibles de ciudad inteligente ha alcanzado ya a todos los continentes, con diferencias en este patrón de adopción según el número de iniciativas o las temáticas que abordan. Sea como fuere, la idea de smart city está ya conformando una nueva generación de pensamiento sobre la ciudad, nuevos instrumentos de gobierno y gestión pública, nuevas tipologías de servicios y nuevas soluciones para la vida cotidiana.

Si has oído hablar de ella, tal vez no te aclares mucho. El problema de la definición de la smart city
Históricamente –y sólo nos referiremos a la Historia más cercana– se han planteado diferentes modelos que trataban de ofrecer una utopía urbana: la teoría general de la urbanización de Ildefonso Cerdá, la ciudad lineal de Arturo Soria, la ciudad jardín de Ebenezer Howard, la ciudad orgánica de Patrick Geddes y Lewis Mumford, la ciudad social de Jane Jacobs, etc. En todas estas teorías, y en muchas otras no mencionadas, se busca ofrecer definiciones de la ciudad ideal que buscan integrar diferentes fenómenos urbanos y, en realidad, ciudades con circunstancias y contextos muy diferentes, que sean a la vez programas de actuación. En este sentido, la smart city es algo más que una de las diversas definiciones de ciudad que han establecido ensayistas, arquitectos, políticos, urbanistas, poetas, dramaturgos, organizaciones… Es, al igual que otros proyectos utópicos, no tanto una foto fija más o menos afortunada, sino una esperanza de un mundo mejor, siempre bajo unas determinadas tecnologías disponibles en cada momento y unos determinados valores dominantes capaces de ofrecer un proyecto aspiracional.

Esta búsqueda utópica para definir la ciudad contemporánea no goza de un relato y una definición pacífica. Al contrario que en los modelos previos, la conformación conceptual de la ciudad inteligente es fruto de la aportación de múltiples actores delimitando sus contornos al mismo tiempo, y también sufre de su ambición totalizadora, que lleva a expresar definiciones que al final acaban poniendo el énfasis en diferentes ámbitos y objetivos. Quizá el único elemento común a todas ellas pueda ser la presencia distintiva de la tecnología en un sentido u otro.

Además de la presencia disruptiva del factor tecnológico, la mayoría de las definiciones apuntan a un objetivo último: crear mejores condiciones de vida para la ciudadanía o disponer de sistemas más eficientes de gestión de la ciudad, con una visión integral de los espacios urbanos como confluencia de diferentes ámbitos. En cualquier caso, a la hora de comprender cada una de las definiciones es importante contextualizar quién la propone (desde entidades multilaterales relacionadas con el desarrollo local a grupos de investigación relacionados con la innovación abierta, desde empresas del sector energético a empresas proveedoras de conectividad, desde investigadores de economía regional y las dinámicas de innovación territorial a start-ups –empresas emergentes– tecnológicas) para encontrar respuesta a la diversidad en el énfasis y punto de partida de cada una de ellas. La noción de smart city ha sido puesta en el tablero de la agenda urbana por gigantes de la comunicación como IBM o Cisco. Este elemento, lejos de ser circunstancial, ha marcado el modelado posterior de la idea de ciudad inteligente. En el primer caso, desde 2008, esta compañía ha desarrollado un completo proceso de transformación de su modelo de negocio y de su estructura organizativa a partir del concepto de smarter cities, posicionándose como pionera en este ámbito, llegando incluso a patentar el término de “smarter cities” el 4 de octubre de 2011 como un hito clave en la disputa entre las diferentes compañías TIC por situarse en el mercado de la smart city.

Este origen en el entorno empresarial del impulso inicial de la ciudad inteligente (presentado por empresas tecnológicas como IBM, Cisco Systems, Siemens, Orange, Alcatel-Lucent, Telefónica, Microsoft, Oracle, Toshiba, Schneider Electric, Hitachi, GSMA, SAP, etc.) ha ido acompañado de la adopción de un marco analítico surgido de un proyecto de investigación europeo y finalizado en 2007, European Smart Cities. Dicho estudio, cuando aún IBM no había lanzado su primera campaña, y no centrado exclusivamente en temas de tecnologías urbanas, definía una serie de ámbitos que tentativamente describirían una ciudad construida de manera inteligente. Este esquema ha sido posteriormente replicado y adaptado a conveniencia para aprovechar su esqueleto y dar otros significados más tecnológicos a las siguientes seis características definitorias de una ciudad inteligente:
Smart Economy: una ciudad que promueve el emprendimiento, la innovación, la productividad, la competitividad…
Smart People: una ciudad que cuenta con una ciudadanía formada e informada, activa y participativa y que promueve la igualdad
Smart Governance: una ciudad que promueve formas de gobierno electrónico, que innova en nuevos procedimientos y modelos de gobernanza, basada en las evidencias para la toma de decisiones y que fortalece esquemas de transparencia, participación y control ciudadano de la actividad de las instituciones
Smart Mobility: una ciudad con sistemas inteligentes y eficientes de transporte, que fomenta la movilidad multi-modal, etc.
Smart Environment: una ciudad que promueve la sostenibilidad y la resiliencia, que se propone objetivos de eficiencia energética y lucha contra el cambio climático…
Smart Living: una ciudad que apuesta por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.

Modelo de referencia de las smart cities. Fuente: Estudio y Guía metodológica sobre Ciudades Inteligentes (ONTSI, 2015)

Estas dimensiones se han convertido en un estándar (debido a que ofrecían, a falta de un modelo propio, una visión suficientemente amplia y genérica de todas las esferas de la vida en la ciudad), implicando una estructuración casi canónica de los ámbitos en los que organizar la explicación de qué es una ciudad inteligente y en qué temas pretende operar. En cualquier caso, el cambio fundamental es lo que ahora se llama la transformación digital, la sofisticación de los servicios urbanos, con ciertas tecnologías habilitantes entre las que las plataformas de centralización y control en tiempo real de los datos de la ciudad representan el escenario ideal por el cual todos los sistemas de la ciudad quedarían centralizados y, a partir de ahí, podría hacerse una gestión personalizada, eficiente, etc.
Con ello, podemos concluir que las definiciones conceptuales abundan en un debate de difícil caracterización, en el que se entremezclan diferentes grados y enfoques. Desde las propuestas dirigidas a la divulgación utilizando métodos de rankings de ciudades inteligentes hasta las definiciones que cada corporación interesada en este mercado lanza para intentar diferenciarse del resto, la idea de ciudad inteligente se ha abierto camino entre una multiplicidad amorfa de definiciones más o menos exitosas, pero ninguna suficientemente convincente o establecida.

No existe una ciudad inteligente
Si hablamos de la posibilidad de construir ciudades inteligentes, la pregunta consecuente es tentadora: ¿existe alguna ciudad inteligente? Si no es hoy, ¿cómo sería una ciudad inteligente en un futuro cercano? En realidad, ¿puede una ciudad cumplir con las premisas, promesas, estándares y soluciones apuntadas? Si es así, ¿dónde está?

Lo planteamos desde ahora: no existe una ciudad inteligente. Existen aproximaciones, intentos, proyectos emblemáticos de carácter estratégico o sectorial, desarrollos concretos, pero no existe, conceptualmente ni en la práctica, la posibilidad de que una ciudad funcione de manera inteligente desplegando todos los ámbitos en los que se sitúa la smart city. Sin embargo, en la búsqueda de referencias con los que guiar el avance hacia ese modelo ideal podemos encontrar dos grandes instrumentos que podrían servirnos como indicadores indirectos para distinguir aquellas ciudades que podrían estar más cerca de ese ideal.

Sistemas de estandarización: una norma para gobernarlos a todos
Una primera opción sería, por un lado, disponer de un marco de referencia aceptado por los diferentes sectores involucrados (en realidad, instituciones públicas como demandantes de soluciones smart y empresas privadas desde el lado de la oferta) que funcione como sistema de normalización para el desarrollo de estándares. De esta forma, idealmente ese mercado de límites difusos que hemos dibujado, protagonizado por empresas de diferente signo y capaces de desplegar soluciones a las miles de ciudades del mundo podría optimizarse para ofrecer economías de escala, reducción de costes de transacción y, en último término, favorecer a los ayuntamientos la interoperabilidad entre proveedores de diferentes servicios o de un mismo servicio. En esta línea, las iniciativas se han sucedido a lo largo del tiempo y en distintas escalas.

Así, tenemos proyectos que tratan de estandarizar sistemas de indicadores para medir el avance de una ciudad en todos sus aspectos (hacia una ciudad inteligente) gracias a la iniciativa de World Council on City Data y el estándar ISO 37120 para certificar estos avances. A otro nivel, plataformas como FIWARE u OASC (Open & Agile Smart Cities) buscan ofrecer a las ciudades y empresas participantes en sus esquemas de estandarización modelos para compartir desarrollos tecnológicos, en el primer caso, o formas para implementar de manera cooperativa soluciones en varias ciudades al mismo tiempo. En la misma línea, City Protocol también ha sido propuesto como modelo de arquitectura para el desarrollo de las ciudades inteligentes. Por otro lado, los estándares ya existentes para determinados dispositivos también cuentan en este sentido (smart grid, smart cards, estándares web de W3C, redes wireless, etc.) sin referirse necesariamente a la smart city. Aquí cabe recordar que a nivel sectorial los estándares ya existentes se multiplican, llegando a casi 1.000 estándares en materia de transporte, 450 en materia de edificación o casi 250 en materia de medio ambiente . Por último, en este nivel internacional han destacado también los esfuerzos de International Telecommunication Union (ITU), que, a través de diferentes grupos de trabajo bajo el paraguas de su iniciativa United for Smart Cities and Communities (U4SSC), ha desarrollado también sus propios estándares para favorecer la cooperación en el desarrollo de arquitecturas se sensores y computación ubicua para su uso en sistemas urbanos.

A nivel nacional, algunos países han querido también crear marcos propios de referencia para favorecer el desarrollo tecnológico en sus ciudades, pero, sobre todo, para ordenar sus incipientes industrias de smart city. Es así como el Reino Unido, a través de British Standars Institute (BSI), ha coordinado esta normalización mediante la aprobación de estándares sobre terminología, datos, indicadores KPI`(indicadores clave de desempeño o de gestión), etc. En el caso español, esta dinámica ha sido aún más relevante y representa uno de los elementos en los que España ha tenido mayor liderazgo en los últimos años. Así, el Comité Técnico de Normalización sobre Ciudades Inteligentes (AEN/CTN 178) –creado en el seno de la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR) e impulsado por la entonces Secretaría de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información (SETSI) y hoy Secretaría de Estado de Sociedad de la Información y Agenda Digital–, ha sido la plataforma para la discusión y aprobación de diferentes estándares que tratan de normalizar la actuación de agentes públicos y privados en el desarrollo de soluciones de ciudad inteligente. Es así como en el período 2015-2016 se han aprobado diferentes normas UNE, destacando entre ellas las referidas a: 1) Ciudades inteligentes. Gestión de activos de la ciudad, 2) Desarrollo sostenible en las ciudades. Indicadores para los servicios urbanos y la calidad de vida, 3) Ciudades Inteligentes. Datos Abiertos (Open Data), 4) Guía para las infraestructuras de Ciudades Inteligentes. Redes de acceso y transporte, y 5) Ciudades Inteligentes. Infraestructuras. Sistemas de telecomunicación.

Todos estos esfuerzos tratan, en definitiva, de responder a las preguntas que señalábamos al inicio del apartado mediante la propuesta de unas guías de referencia que puedan convertirse en estándares generalizados en el mercado y, consecuentemente, modelizar también una forma de ser ciudad inteligente mediante el cumplimiento con las mismas.

Rankings: espejito, espejito
Otra forma de responder a esas preguntas iniciales ha sido mediante la elaboración de rankings a partir de una serie de indicadores que tratan de sintetizar las características de una ciudad inteligente. En la medida en que una ciudad se acerque a la puntuación máxima para las variables definidas, podríamos llegar a decir que una ciudad determinada es o, al menos, está cerca de poder ser considerada inteligente. La aparición de diferentes rankings que presentan listas ordenadas de diferentes ciudades inteligentes es parte de una tendencia de elaboración de este tipo de estudios, principalmente por parte de grandes consultoras tecnológicas, de mercado o de gestión, y que alcanzan a ámbitos urbanos como la calidad de vida, las ciudades sostenibles, el coste de la vida o la capacidad de atraer talento. Todos estos estudios tratan de estudiar con técnicas de benchmarking (análisis comparativo) factores relevantes para abordar el creciente interés por las ciudades. Los rankings de ciudades inteligentes son, así, la decantación lógica del atractivo de este tipo de estudios por saber cuáles son las ciudades que más se acercan al ideal de la smart city.

Antes de conocer algunos de ellos, conviene hacer ya una precisión, una advertencia o consejo de uso sobre estos estudios. Debemos tener precaución con ellos y con sus titulares (“La ciudad X, la más inteligente del mundo”, “La ciudad X, de nuevo entre las tres ciudades más inteligentes de Europa”…), al menos por dos razones. Por un lado, su elaboración responde a las lógicas propias de cada entidad autora. Éstas pueden ser empresas tecnológicas interesadas en el mercado de la smart city (Networked society City Index, de Ericsson, por ejemplo), empresas de investigación de mercados (Worldwide Smart Cities: Energy, Transport & Lighting 2016-2021, de Juniper Research o Smart City Development Index, de IDC Research), medios de comunicación (The top 10 smart cities on the planet, de Co.Design) o de institutos de investigación (Cities in Motion Index, de IESE). Incluso IDC publicó en 2012 un ranking específicamente centrado en la realidad de las ciudades españolas . Todos estos informes están enmarcados en las propias agendas de sus productores, lo cual no deslegitima per se sus estudios, pero sí influye en factores como la priorización de temáticas y ciudades a estudiar. Por otro lado, toda metodología de agregación de indicadores y de elaboración de índices sintéticos implica una simplificación de la realidad a partir de unas determinadas variables a estudiar (seleccionadas en función de criterios como la facilidad de acceso a la información, la priorización de sectores a analizar y, en último término, la concepción de partida con la que se construye una imagen de la ciudad inteligente). De nuevo, esto no es un elemento deslegitimador en sentido estricto, sino una invitación a contextualizar y a acudir a los detalles para comprender las divergencias en sus resultados, que unas veces apuntan a Nueva York, otras veces a Tokio, otras veces a Viena, para señalar las ciudades más inteligentes del mundo.
Hecha esta precisión, el conglomerado de listas apunta a un grupo reducido de ciudades como aquellas sistemáticamente señaladas como las más inteligentes, y a unas orientaciones que en algunos casos encierran un mayor interés por cuestiones tecnológicas (disponibilidad de infraestructuras conectadas o implantación de conectividad como tecnología habilitante), o a cuestiones más relacionadas con la gobernanza de los servicios públicos como comprobante final de la inteligencia de una ciudad.

En unos casos o en otros, estos rankings nos sirven, si no para dar por sentada la existencia de una ciudad completamente inteligente, para reconocer aquellas ciudades mejor preparadas para el salto de la transformación digital urbana, bien por la sofisticación técnica de sus servicios existentes, bien por el carácter integrado de su apuesta por la innovación urbana y la introducción de tecnología para la gestión urbana.

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Extracto del capítulo Innovación urbana: la escala humana en la ciudad inteligente del Informe España 2017.

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1 comentario :

  1. Contar con un buen smartphone es esencial en ciudades cada vez más digitalizadas. Facilita la comunicación, el acceso a información, la navegación y las tareas diarias. Mantente conectado y aprovecha al máximo las ventajas de la vida moderna.

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