martes, 22 de marzo de 2011

Smart city. Implicaciones políticas y sociales


@manufernandez
El último de los posts que me propuse dedicar a este tema busca sacar algunas conclusiones y, sobre todo, explorar algunas derivadas políticas y sociales, que son ahora mismo las que más me interesan. Dado que todo esto ha pasado a ser parte de la agenda urbana en muy poco tiempo pero está generando suficientes movimientos, prácticas, investigaciones y posicionamientos, seguramente estamos prestando aún poca atención a sus implicaciones.
Se trata de tecnologías que no son neutras ni independientes del uso que hagamos de ellas. No nacen sin significado social ni son ajenas al mundo ni a los responsables que las diseñan y las aplican. Son, en este sentido, como cualquier otra solución que ofrece promesas demasiado elevadas y, por tanto, caen en el mismo terreno de juego. Un terreno de juego donde las tecnologías y las formas cambian, pero los conflictos siguen siendo los mismos. Lo público frente a lo privado; los poderes centralizados frente a los poderes distribuidos; el hard power y el soft power; la capacidad de las personas y colectivos para actuar y construir sus propias conexiones sin pasar por los filtros jerarquizados; etc.

Este smart city skepticism, ya lo hemos ido viendo en anteriores posts, proviene de diferentes vertientes, desde aquellas que consideran que es un planteamiento excesivamente basado en la eficiencia y no tiene en cuenta la paradoja de Jevons, hasta aquellas que encuentran que no significa más que una nueva deriva hacia la producción/consumo de nuevos productos sin tener en cuenta los procesos reales que intervienen en los servicios que prestan esos productos. Esto, desde el enfoque ambiental-energético de las smart cities, donde se sustenta una especie de escepticismo sobre la eficacia de los resultados prometidos por nuevas tecnologías que suman capacidad de eficiencia a un modelo institucional y social de funcionamiento urbano y de relación con el consumo energético ineficiente.
Desde el lado del enfoque digital, las implicaciones políticas parecen más importantes y apuntan a un escepticismo democrático que Adam Greenfield ha sintetizado:
In fact, if there's a way to characterize the current relationship between networked informatics and metropolitan experience, it's that the former tend to cut against the ways we have historically understood city life and the things we have relied on cities to do for us. As we shall argue, the ability to trivially search the space of a city is leaching away at the constitution of a quality we have always recognized as urban savvy or savoir faire. The persistent retrievability of personal information is undermining the city's capacity to act as a chrysalis for personal reinvention. Technologies like high-resolution positioning and algorithmic facial recognition are destroying any promise of anonymity we thought the metropolis offered.
It is only by consciously and carefully transforming the urban landscape into a meshwork of open and available resources that we can redress this imbalance. This transformation would neither have to be directed from the top down, nor accomplished all at once. But the greater the number of resources available, the greater the extent to which they are described properly and are capable of being used without further configuration, the better off we'll all be. We will collectively stand that much greater a chance of winding up with networked places that reflect something of our own local values and traditions, wherever we live and whatever those values might encompass.
Dicen que la ciudad se llenara de sensores y dispositivos fijos y móviles que prometen multiplicar nuestra capacidad de gestionar la información en tiempo real, los flujos de esa información, los "puntos calientes" de la ciudad, cada bit de información precisa para gestionar de manera eficaz los servicios urbanos y el funcionamiento de la ciudad a nivel colectivo, y nos darán también a los individuos la capacidad de entender lo que pasa a nuestro alrededor. La ciudad hiper-conectada del ciudadano-hiperconectado. ¿Quién establece los mecanismos, protocolos y plataformas, el sistema operativo bajo el cual funciona todo esto? Parece que ciertas aplicaciones pueden ser completamente neutras -el control automatizado y en tiempo real, por ejemplo, de los consumos energéticos- pero, ¿qué límites vamos a poner al uso de esa información? ¿Quién la va a utilizar? ¿Dónde empieza y termina la privacidad?
Todo son datos pero, ¿qué datos realmente importan? ¿A quién? ¿Merece la pena controlar todos los datos? ¿Quién los seleccionará? ¿Para qué los controlará? Como decía al principio del artículo, ya que, aunque las cosas están precipitándose de manera sorprendente, estamos en el inicio de todo esto es oportuno plantearse dudas. Ramón Sangüesa recordaba hace ya unos meses los dos extremos de todo esto a partir de The street as platform que reflejan precisamente la tensión que está por resolver:
  1. La ciudad híbrida (http://liftconference.com/design-hybrid-city-near-future) como una realidad tanto de información como de infrastructuras clásicas y de actividad de ciudadanos donde los éstos son capaces de crear y analizar sus propios datos o en mezcla con los de las administraciones. Los ciudadanos  pasan a la toma de decisiones sobre la propia ciudad a partir de la interpretación de estos datos. Una de las referencias aquí también podría ser el proyecto Sentient City.
  2. La ciudad controlada donde un actor (sea administración o empresas) centraliza y atesora la información recogida por miles de nuevos sensores, interconecta bases de datos públicas y privadas en incluso información captada desde los propios ciudadanos (nuestros móviles son una fuente inagotable de información sobre nuestros desplazamientos, preferencias y acciones).
La misma Saskia Sassen ha aportado su visión particular de este tema en Talking back to your intelligent city. Desde el reconocimiento de la necesidad de los actuales proyectos que están experimentando con nuevas soluciones tecnológicas, apunta a una segunda fase donde emergerán los problemas de control político y las tensiones sobre los derechos ciudadanos. Utiliza para plantear este temor un juego de palabras un poco endeble, pero suficiente,
From experimentation, discovery, and open-source urbanism, we could slide into a managed space where "sensored" becomes "censored." What stands out is the extent to which these technologies have not been sufficiently "urbanized."
Donde, entiendo, "urbanized" apela a la integración de las tecnologías y la lógica que implican en las características locales y en las condiciones supuestas a una ciudad en cuanto a garantía de libertad, de acceso y de facilitación real de capacidades a la ciudadanía. El control de la ciudad, de su funcionamiento, de las vidas reales que tienen lugar en ella,...ahí residen las principales implicaciones de la oleada de "digitalización" urbana. Frente a la poderosa desafección democrática que sufrimos, ¿pueden estas soluciones llevarnos a una mayor concentración del poder político -a través del control informacional- y a una centralización de ese poder? Ya que estamos empezando a explorar estos temas, por una vez no viene mal mirarse en los extremos, aunque sólo sea para encontrar imágenes en las que mirarnos. En este sentido, ¿qué hay de las pesadillas que a través de la ciencia ficción hemos conocido sobre poderes centrales que controlan la ciudad? ¿Qué riesgo podemos asumir de privatización de la ciudad? ¿En manos de quién está la instalación y la gestión de este tipo de servicios? En esta entrevista, Andrew Comer es bastante explícito:
When one considers the cost involved in deploying technologies and retrofitting cities--the meters, sensors, regulators, connecting systems and networks, etc.--and given that public sector funds are very low right now, the onus will naturally fall to the private sector for financing. When you have a big corporate entity offering to put all this resource-saving technology into play, they will quite rightly look to profit by taking a part of any cost savings or market opportunity. But, how much is fair for them to take? Can't the community, the individual, share in this windfall? Who is brokering these agreements? Who is making sure people get a fair deal? Who in local or regional government has the skills and the experience to negotiate these kinds of deals?
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Imagen tomada de shapeshift en Flickr bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0

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