miércoles, 26 de mayo de 2010

El poder de una frontera


Una metrópolis binacional, a caballo entre dos países con una frontera amurallada. Al norte, El Paso (Texas-Estados Unidos) la ciudad se construye a base de reglas y operaciones urbanas medidas y estructuradas que dejan un territorio delimitado por las clásicas estructuras de la ciudad americana: un downtown que busca la altura del skyline, las zonas residenciales que buscan las alturas de los cerros, las zonas comerciales con sus grandes aparcamientos para coches, las infraestructuras de comunicación, las zonas destinadas a la universidad e, incluso, la zona militar. Un tratado de la perfecta ciudad suburbanizada, modelo discutible pero funcional al menos, que ayuda a generar un escenario de convivencia social.
Al sur, Ciudad Juárez (Chihuahua-México), la ciudad se hace a medias, es ciudad entre comillas, es ciudad en su nombre y en su espíritu pero es una ciudad con miles de viviendas vacías, con fraccionamientos instalados en el territorio sin un sentido claro, con desarrollo sin calidad ni estética ni rastro de la función de espacio público. Una ciudad extendida a lo largo del desierto, con desarrollos industriales bien definidos y urbanizados pero rodeados de colonias improvisadas con viviendas de bajísima calidad y en un ambiente de falta de respeto a la legalidad y de creciente inseguridad.

La ciudad del sur sirve a la del norte, se debe a ella, mira al norte y depende del norte. La ciudad al sur está hoy asfixiada por los convoyes militares, las ráfagas metálicas que dejan la costumbre de diez muertos al día y la corrupción sin límites extendida como gangrena social. Dicen que al sur, esta ciudad es hoy lo que siempre fue, nada más que eso.
Una ciudad partida en dos por una línea en el desierto, la línea más gruesa, firme y contundente que uno pueda imaginar. Una línea hecha por un río grande y bravo, aunque este fluya casi sin agua, una línea que se mide en las horas que se tarda en atravesarla, bien en coche, bien a pie, entre controles y visados que toda frontera exige. Aunque sea para pasar de un lado a otro de una misma ciudad.
Nada como este ejemplo para entender cómo una línea divisoria marcada en el terreno puede suponer tanto contraste. La ciudad más insegura del mundo, dicen, a un lado; una de las ciudades más seguras de Estados Unidos, al norte. Y las dos están interconectadas como una única ciudad, aunque esa línea divisoria quiera negarlo. Sus dos economías están entrelazadas y la vida industrial y comercial tiene lugar en ambos lados. Pero las cosas hoy no están como para sentirse de los dos lados y la realidad obliga a decidirse: o estás a este lado del río, o estás al otro y estar en un lado o en otro deja de ser una cuestión de preferencias.
Hay fronteras en el mundo que marcan grandes diferencias y que dejan claro que no son las condiciones geográficas lo trascendental en el desarrollo económico y social de un lugar, sino el modelo de institucionalización de la convivencia y el papel que han jugado y juegan los actores del sistema económico y social. Y es así como una misma ciudad, puede estar partida en dos, tener dos nombres, dos historias y dos presentes completamente contradictorios.
Imagen tomada del blog de Tom Díaz.

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