lunes, 8 de febrero de 2010

Por qué las ecociudades no serán la solución


Las ecociudades llevan un tiempo apareciendo como promesa para traer la sostenibilidad a las ciudades. Se plantean como proyectos integrales de construcción de espacios utópicos de desarrollo de nuevos entornos habitables que cumplen al máximo con los requerimientos de reducción de emisiones de CO2 (zero emissions), de residuos (zero waste), etc. Encierran una visión optimista (se puede construir desde sus bases una estructura urbana capaz de ser sostenible por sí misma y de mantener un equilibrio sistémico en su funcionamiento ecológico) pero también una visión pesimista (es imposible conseguirlo en la ciudad ya construida y no merece la pena dedicar esfuerzos a resolver la insostenibilidad del modelo urbano actual). Tenemos ejemplos conocidos internacionalmente como Masdar o Dongtan (esta última ciudad, con sospechas de ser sólo propaganda), planteados como mega-proyectos, y otros a escala menor en procesos de regeneración urbana como el conocido caso de Hammarby Sjöstad (ecobarrios), y en todos los casos construyen sobre nuevo un ideal sostenible. El Manual para el proyecto de ecociudades en Europa, fruto del proyecto Ecocity, es una buena guía para entender cómo se diseñan este tipo de intervenciones, aunque en este caso sobre todo se aborda a escala de barrio.
He encontrado en el nuevo libro publicado por Earthscan, Building for a climate change. The Challenge for Construction, Planning and Energy, un capítulo muy crítico con el actual auge de las eco-ciudades (eco-towns or eco-cities) como desarrollo urbanístico integral basado en criterios de sostenibilidad. El capítulo (Eco-towns: opportunity or oximoron) se centra en justificar cómo las autoridades británicas han rechazado sistemáticamente este tipo de proyectos.

En una importante polémica hace casi dos años (circunscrita al caso británico, pero de interés general), Simon Jenkins, periodista especializado en temas urbanos y arquitéctónicos de The Guardian, señaló de forma clara dónde está el problema y escribió un artículo completo (Ecotowns are the greatest try-on in the history of property speculation) donde destaca una frase lapidaria: "Building new houses emits 4.5 times more carbon than rehabilitating old ones, new eco-towns are a big failure". Dermot Finch, director del Centre for Cities acudió unos días después con argumentos similares en Eco-towns are not the answer to climate change or housing needs e incluso el propio Richard Rogers intervino con una respuesta en el propio periódico, apoyando estos planteamientos críticos y sugiriendo a las autoridades abandonar la idea de apoyar la construcción de una serie de eco-ciudades en el país. A pesar de esta polémica, finalmente a mediados de 2009 el gobierno británico apoyó la construcción de cuatro eco-towns, con la oposición, entre otros, del movimiento en defensa del territorio rural.
Ethel Baraona escribió hace poco un artículo muy preciso sobre los problemas de concepto de una arquitectura pretendidamente sostenible que olvida mirar al metabolismo urbano en su conjunto, donde está el problema central del modelo energético de las ciudades. En la polémica británica añadían un elemento extra, el de la posibilidad de favorecer procesos inmobiliarios especulativos sobre terrenos aún no edificados, elemento que en nuestro caso no llega a ser significativo, porque, desgraciadamente, no hemos necesitado de la excusa de la sostenibilidad para ver esas dinámicas especulativas. Más interesante es, en cambio, fijarse en cómo pueden convertirse en un elemento de distracción para desviar la mirada sobre lo que es realmente necesario.
Y este debate es urgente; primero, porque las grúas se han parado y los cantos de sirena del cambio de modelo productivo hablan de sostenibilidad y la tentación puede ser aspirar a crear nueva actividad en el sector de la construcción promoviendo desarrollos en forma de eco-ciudades exnovo. Y, en segundo lugar, porque lo absolutamente urgente es la apuesta decidida por la rehabilitación del parque de vivienda privada, áreas industriales y equipamientos y edificios públicos.
Estas eco-ciudades (como el caso de Sarriguren, tan conocido en España) han podido tener cierto valor demostrativo, como experiencias piloto de posibilidad de aplicación de nuevas soluciones tecnológicas para los sistemas de calefacción, de aislamiento y de consumo de energía en los edificios, pero no son una solución aceptable. En un país en el que hay miles de viviendas vacías no debería construirse ninguna vivienda más en realidad, al menos si atendemos a razones objetivas de utilidad social de la vivienda, y cualquier desarrollo urbanístico que se justifique por sus bondades sostenibles será falso o, en el mejor de los casos, un error bienintencionado.
Sólo resolviendo el creciente consumo energético residencial se podrán conseguir avances en la mitigación del cambio climático, y el parque de viviendas ya construido requiere de un esfuerzo en aplicación de nuevos materiales y nuevas soluciones en la rehabilitación de dicho parque, y sólo interviniendo sobre el diseño físico del espacio urbano ya existente podremos conseguir que las ciudades y el modo de vida urbano se acerquen, aunque sea un poco, a un funcionamiento más sostenible. Con la industria de la construcción prácticamente paralizada, los planes tanto del gobierno central como de los gobiernos autonómicos en materia de vivienda y desarrollo urbano tienen que girar hacia la rehabilitación del tejido urbano.
Foto tomada en Lincoln, Nebraska (Haymarket District) y descargada del proyecto Power to the poster.

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