lunes, 13 de junio de 2011

Las paradojas de la relación cambio climático-municipio


Hace unas semanas el programa UN-Habitat hizo público el Global report on human settlements 2011, que dedica a analizar la relación entre el cambio climático y el mundo urbano. Un fantástico compendio de las diferentes aristas de esta relación, como corresponde a este tipo de informes que, a pesar de su escasa influencia, suponen una referencia anual y su enfoque monográfico, un buen radar para encontrar temas centrales en el debate urbano. El documento sigue, además, un esquema básico que pasa por temas como la definición del reto climático para las ciudades, el esquema institucional de acuerdos y cooperación climática, el origen de la contribución de las áreas urbanas al cambio climático, los impactos del mismo sobre las ciudades y una revisión del panorama de actuaciones de mitigación y adaptación desde las políticas urbanas.

En un mundo tan urbanizado, la fórmula  de organización colectiva de forma urbana es un elemento central del debate sobre el cambio climático. Pero, ¿cómo medir la contribución de las áreas urbanas? ¿Qué papel juega mi ciudad en el aumento de los gases de efecto invernadero? La dificultad metodológica para encontrar un método de cálculo fiable, estandarizado y robusto para medir la contribución de las áreas urbanas en el mundo en el cambio climático hace complicado establecer una cifra sobre cuál es esa contribución (dificultad para establecer los límites de la ciudad, variabilidad de los datos en función de si se miden las emisiones sobre la producción o sobre el consumo, etc.). En realidad, a efectos globales tiene poco interés más allá del estadístico. El propio informe reconoce que existe esta dificultad. Más interesante es que las ciudades puedan realizar sus propios cálculos, realizando inventarios de emisiones a escala local que, aunque también enfrentan dificultades metodológicas, al menos dan una imagen adaptada a la realidad de cada ciudad a partir de lo que se quiere y puede medir en cada caso y permite disponer de un diagnóstico para acometer acciones de reducción de emisiones. En este sentido, en marzo de 2010 vio la luz el International standard for determining greenhouse gas emmissions for cities, que aspira a calificar al menos algunos aspectos de esta labor de inventario.
Como otras veces, remarco mis dudas sobre el impacto de las acciones locales de mitigación. En muchos casos, y nuestro país es un buen ejemplo, la distribución competencial y el marco institucional en el que se mueven los municipios reduce mucho su capacidad de influencia sobre la dinámica global de emisiones. Posiblemente pienso sobre todo en la movilidad, el verdadero problema de las emisiones de CO2. La ya clásica figura que relaciona la densidad urbana con la energía consumida por el sector transporte pesa como una losa al pensar en que, las pequeñas acciones de movilidad sostenible son claramente engullidas por el enorme impacto del modelo urbano en la mayor parte del mundo y en lugares altamente poblados:

Quizá en materia de edificación los ayuntamientos tienen más capacidad para reconducir las cosas, pero esto también es posible sólo con el concurso de legislación supramunicipal. El informe UN-Habitat sintetiza en cuatro grandes factores los que definen el nivel de emisiones de una determinada ciudad: factores geográficos de los cuales se deriven determinadas necesidades de iluminación, calefacción y aire acondicionado, la situación demográfica (una determinada pirámide poblacional denota determinados comportamientos de la sociedad en su conjunto; la transición hacia familias de menos miembros,...), las características de la economía urbana pero, sobre todo, la forma urbana y la densidad, razón por la cual, tanto el sector de la edificación como el transporte son sectores en los que la experiencia está demostrando que, a pesar de los esfuerzos, las tendencias no se reconducen sino que, al contrario, el enorme proceso urbanizador en África, Asia y América Latina está sumando más emisiones a la atmósfera.
En el lado de la mitigación, el informe UN-Habitat es excesivamente político. Mientras que reconoce con precisión el efecto de las ciudades sobre las emisiones globales, situando lo urbano como gran fuerza motriz, se queda en argumentos bastante débiles y discursivos sobre la contribución de las ciudades a mitigar estas emisiones. El tan manido "las ciudades no son el problema, son la solución" lo justifica por el nivel de responsabilidad que tienen los municipios en la mayor parte de los procesos que generan emisiones, confundiendo responsabilidad con competencias y liderazgo, que serían argumentos de mayor peso. Junto a ello, señala otros recursos clásicos que tampoco son en la práctica excesivamente convincentes o generalizables: el papel de laboratorio de soluciones que pueden jugar las ciudades, olvidando la dificultad para generalizar muchas acciones experimentales; o la concentración en las ciudades de actores individuales adoptando compromisos contra el cambio climático, pensando posiblemente más en la industria que en cambios sustanciales de fondo de las prácticas de consumo y estilo de vida. En cualquier caso, el informe reconoce que las ciudades, en muchas ocasiones, sólo son capaces de dar respuestas fragmentarias y que existe una paradójica distancia entre la retórica y la acción, especialmente cuando el gran desafío se encuentra en las grandes ciudades globales y megaciudades. Del mismo modo, tras estos años de acción local contra el cambio climático, UN-Habitat reconoce otra paradoja crítica: las medidas más fáciles de tomar contra el cambio climático desde lo local son las que menor impacto tienen en cuanto a reducción de emisiones, mientras que las de impacto más profundo son altamente complejas.
Del lado de las consecuencias del cambio climático, las áreas urbanas enfrentan riesgos particulares en cuanto al aumento del nivel del mar, los ciclones tropicales, episodios de fuertes lluvias que provocan inundaciones y corrimientos de tierra, episodios de calor extremo y sequías, impactando fuertemente sobre las diferentes infraestructuras físicas, sobre la economía, los ecosistemas y l biodiversidad, la salud pública o el bienestar social, generando unas condiciones de vulnerabilidad de los sistemas urbanos que cada ciudad ha de saber interpretar para responder frente a ellas. En este aspecto, el informe señala la enorme disparidad entre las áreas urbanas en países en desarrollo frente a la de los países más desarrollados. Pero también tenemos una nueva paradoja, porque las grandes áreas urbanas tienen en su masa crítica una enorme debilidad (escala del riesgo) pero también mayor capacidad de actuación por la acumulación de capital humano y financiero para afrontar las consecuencias del cambio climático algo que, sin embargo, no se cumple en la mayor parte de las áreas urbanas más pobladas, situadas en países en desarrollo. Los suburbios de cualquier megaurbe en estos países son, sin duda, las zonas más expuestas a los riesgos climáticos, por su evidente falta de infraestructura física de urbanización de calidad.
Por último, el informe es un buen catálogo de coaliciones locales de lucha contra el cambio climático. La gobernanza del cambio climático descansa principalmente en un modelo de acuerdos multilaterales impulsados desde el IPCC, modelo que, además de las debilidades por todos conocidas, apenas consigue tener en cuenta la realidad de las autoridades locales. Por ello, el informe repasa otros marcos de concertación internacional, tanto a nivel bilateral (proyectos de cooperación entre países donde la variable local suele estar más presente, como el  Global Climate Change Alliance de la UE o el Cool Earth Partnership de Japón), como supraestatal o regional, así como otros programas nacionales, categoría en la que incluiríamos, en nuestro caso, la Red Española de Ciudades por el Clima. Más relevancia han cobrado las redes internacionales de cooperación local en la materia, donde tenemos una amplia batería de organizaciones: ICLEI-Local Governments for Sustainability, el antiguo Large Cities Climate Leadership Network (conocido ahora como C40 Cities tras su reciente fusión con la Clinton Climate Initiative), el World Mayors Council for Climate Change, Climate Alliance, Asian Cities Climate Change Resilience Network o el Covenant of Mayors de la Unión Europea. Y, junto a ello, redes de ONGs como Climate Action Network, plataformas de investigación como el Urban Climate Research Network u organismos de colaboración público-privada como The Climate Group.
Una de estas coaliciones es el C40 Cities Climate Leadership Group, que recientemente ha colaborado con ARUP en una publicación (Climate action in megacities: C40 cities baseline and opportunities) sobre el papel de las grandes ciudades -este es el foco de atención de esta coalición- en materia de cambio climático, y ha producido también un vídeo que dejo aquí:



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1 comentario :

  1. En el hogar, la calefacción evoluciona con elegancia tecnológica. Desde termostatos inteligentes hasta sistemas de energía renovable, la innovación abraza el confort. Un abrazo cálido del futuro en cada rincón.

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