domingo, 8 de agosto de 2010

Fue divertido hasta que se acabó el dinero


El título lo tomo prestado de un artículo de finales de 2008 en la sección de arquitectura del New York Times ,It Was Fun Till the Money Ran Out, que en pocas palabras y con mucha precisión marcaba bien cómo se han afrontado muchos proyectos urbanos en los últimos años y cómo sólo la crisis ha sido capaz de romper con el estado mental de relación con la arquitectura estrella en los últimos años:
Who knew a year ago that we were nearing the end of one of the most delirious eras in modern architectural history? What's more, who would have predicted that this turnaround, brought about by the biggest economic crisis in a half-century, would be met in some corners with a guilty sense of relief?
Before the financial cataclysm, the profession seemed to be in the midst of a major renaissance. Architects like Rem Koolhaas, Zaha Hadid, Frank Gehry, and Jacques Herzog and Pierre de Meuron, once deemed too radical for the mainstream, were celebrated as major cultural figures. And not just by high-minded cultural institutions; they were courted by developers who once scorned those talents as pretentious airheads.

El artículo, que ya lo he mencionado en otras ocasiones, hoy es una excusa para destacar el acertado artículo que ha escrito Antonio Muñoz Molina, titulado Milagros ruinosos, en su revisión del libro Arquitectura milagrosa, de Llàtzer Moix. El libro se presenta así por la editorial:
La apertura del Museo Guggenheim diseñado por Frank Gehry obró milagros en Bilbao. Gracias a este prodigio de la arquitectura icónica, la ciudad voló de la grisura posindustrial a los brillos de la economía terciaria. Alcaldes y presidentes autonómicos de toda España vieron en el ejemplo bilbaíno la llave de su futuro. Un edificio espectacular con firma de postín -Calatrava, Hadid, Herzog & De Meuron, Foster, Eisenman...- les pareció garantía de visibilidad global, imán de turistas y estímulo para la economía local. Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona o Santiago experimentaron este frenesí. Contrataron a los astros del firmamento arquitectónico internacional, descuidando la proporción entre la necesidad y el precio de las monumentales obras que les encargaron. Llàtzer Moix revisa estos años enfebrecidos y sus obras impresionantes pero, en ocasiones, insensatas. Lo hace mediante un reportaje, armado tras viajar a los escenarios de estos episodios y entrevistar a sus protagonistas, que lo confirma como una referencia en el ámbito del periodismo cultural.
Aún no lo he leído, pero desde luego creo que puede ser una buena referencia para entender qué ha pasado estos años y cómo la poderosa atracción del efecto Guggenheim se ha extendido como referencia para muchas ciudades del mundo y, particularmente, en muchas ciudades españolas como aspiración. La revisión de Muñoz Molina repasa algunos aspectos de interés: la relación de los grandes nombres de la arquitectura con los legos en la materia ("Con raras excepciones, los arquitectos piensan que el hecho de que casi todos nosotros nos veamos afectados muy directamente por los trabajos que hacen no nos da derecho a opinar sobre ellos. Si decimos algo negativo, o inconveniente, nos mirarán de inmediato como a penosos retrasados mentales. Igual que padres benévolos, pero firmes, ellos saben mucho mejor que nosotros mismos lo que más nos conviene. Sonríen con fatigada paciencia cada vez que nos quejamos de sus plazas sin árboles pavimentadas de cemento o granito, tan adecuadas para los climas mesetarios y para las fotos de las revistas de arquitectura, de sus bancos públicos sin respaldo, o con respaldo en forma de afilada cuña metálica"), el papel que han jugado los políticos en todo esto ("Ayer mismo políticos idiotizados por la vanidad y la sensación de poder seguían sintiéndose emperadores o príncipes de las artes al pagar cualquier precio a las estrellas internacionales de la arquitectura"), algunos proyectos en concreto como la Ciudad de las Artes y las Ciencias (Valencia) y la Ciudad de la Cultura (Santiago de Compostela) y, en último lugar, la escasa respuesta social y cívica ante tanto exceso.
Pero el dinero se acabó, fin del festín.
Federico García Barba dedicó un amplio post a este asunto y merece la pena leerlo completo.

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