miércoles, 16 de septiembre de 2015

Smart cities. El mito de la sostenibilidad

El argumento de la sostenibilidad y la preocupación ambiental suele aparecer como justificación de la apuesta por las ciudades inteligentes, normalmente de manera instrumental y vinculado a la prioridad de la eficiencia de los servicios públicos. Igualmente, la referencia a la ciudad sostenible ha llegado a ser indistinguible o intercambiable de la ciudad inteligente como si la última fuera una continuación y versión mejorada de la anterior. Los argumentos sobre el desarrollo urbano sostenible y las mejoras en el comportamiento ambiental de infraestructuras, redes y servicios públicos alcanzan a la movilidad, la vivienda, los espacios de trabajo y a cualquier otro espacio de consumo y gestión pública, con una presencia mayoritaria del consumo energético . El mito de la modernización ecológica está inscrito en los fundamentos del imaginario de la ciudad inteligente, proponiendo situar la responsabilidad de la solución de las problemáticas ambientales en la escala tecnológica.

En cualquier argumentación de este imaginario abunda, en realidad, un optimismo exacerbado sobre la contribución de las soluciones inteligentes a los múltiples problemas de sostenibilidad, poniendo el foco en la tecnología como principal punto de inflexión para resolverlos. A través de la vinculación con el comportamiento ambiental de los sistemas que sirven a las ciudades, la SC busca alienarse con el paradigma de la sostenibilidad local –con tanto protagonismo en las dos últimas décadas y últimamente arrinconado por la oleada smart city- pero la transferencia es prácticamente nula más allá de las promesas auto-cumplidas y una justificación sobre la obviedad de la contribución de las tecnologías inteligentes a la sostenibilidad. Esto hace que los conceptos más profundos relacionados con la sostenibilidad –responsabilidad intergeneracional, huella ecológica, ciclo de vida y flujos de materiales, ecología urbana,…- no estén presentes en esta relación con los problemas ambientales y su resolución a través de estrategias o acciones de ciudad inteligente.

Estamos ante un cambio en la agenda y en el lenguaje que propone la SC en relación con el desarrollo urbano sostenible: sistemas operativos, plataformas, soluciones middleware, servicios en la nube y capas de control en tiempo real o apps son términos y conceptos alejados del bagaje acumulado en los campos de la economía ecológica, la ecología urbana o el desarrollo urbano sostenible, pero desde la óptica del imaginario de la SC pasan a ser parte, sin solución de continuidad de un futuro de uso eficiente de los recursos. En esta materia de las promesas de la sostenibilidad es donde se utiliza además de manera reiterada el futuro como tiempo verbal y como referencia temporal para ver realizadas las promesas.


Para descender más en la ilustración de estas características del mito de la sostenibilidad podemos tomar el ejemplo de las smart grids, la nueva generación de redes inteligentes de gestión de la generación y distribución energética, que se beneficiarán de la aplicación de soluciones digitales para un uso más eficiente de la red y un control más integrado y en tiempo real de las demandas y los flujos energéticos a lo largo de una red distribuida de puntos de consumo y generación. Estas smart grids son necesariamente una cuestión urbana por cuanto se centran en la posibilidad de desplegar en los entornos de las ciudades nuevas soluciones de generación energética de fuentes renovables y nuevos sistemas para optimizar la distribución y el consumo final. De hecho, una de las grandes confusiones terminológicas relacionadas con las ciudades inteligentes ha sido el error de confundir el todo con las partes y relacionar este tipo de proyectos con proyectos de ciudad. Es así como proyectos de renovación de redes eléctricas en Boulder (Colorado) , Malta, Málaga y en otros lugares han servido para justificar el uso de la referencia al inicio de proyectos de ciudad inteligente sin que en ellos se vieran reflejados más que los operadores energéticos y otros sectores conexos.
Por otro lado, la propuesta de valor para la sostenibilidad de este tipo de despliegues de red energética sugiere poder avanzar efectivamente hacia un modelo energético más distribuido, que ofrezca posibilidades reales de multiplicar los nodos de producción energética para acabar con un sistema altamente centralizado que impide el desarrollo de otras fuentes energéticas renovables y el autoconsumo. De igual forma, permiten que su gestión pueda ser mucho más eficiente acompasando la producción a las diferentes necesidades de los usuarios e incluso favorecen el desarrollo dentro de la industria energética de nuevas posibilidades de desarrollo tecnológico e industrial más localizado. Hasta aquí, la tecnología en abstracto, separada del contexto en el que se negocia, se produce materialmente, se distribuye, se comercializa, etc., parece tener suficiente carga de profundidad para entender que abre nuevas oportunidades para un sistema energético más sostenible. Sin embargo, el relato de estas tecnologías se ha circunscrito a la suficiencia tecnológica y a plantear la capacidad de transformación del modelo energético a partir de la suma de proyectos individualizados. Podemos cuestionarnos entonces si estas redes van a servir electricidad para mantener los actuales estilos de vida y el de una buena parte del mundo que, ahora sí, se ha subido al tren del consumo de las clases medias (China, India, etc.). Igualmente, podemos cuestionarnos qué vinculación tiene el desarrollo técnico de estas soluciones con la comprensión sobre el uso individual y colectivo que hacemos de la energía. Es así cómo, por ejemplo, uno de los componentes más fácilmente explicable para el consumidor individual, el contador inteligente capaz de dar una lectura en tiempo real de los consumos y actualizar cada hora el precio del kw/h en función de diferentes algoritmos que sostendrían el sistema de fijación de precios en un modelo de generación distribuida, no va a llevar necesariamente a una reducción de los consumos energéticos. En último lugar, estas promesas técnicas no tendrán gran utilidad si el regulador no permite utilizar en toda su capacidad las posibilidades de esa red liberalizando el mercado energético en su totalidad y permitiendo el juego en igualdad de condiciones de los grandes y los pequeños productores de energía, tanto en términos de regulación como de política de precios o fiscalidad.

Estamos, por tanto, ante un relato tecnológico que obvia la complejidad del sistema socio-técnico en el que pretende actuar, funcionando a partir del oscurecimiento sobre los factores críticos detrás del modelo insostenible de consumo energético, entre los cuáles el factor del progreso tecnológico es sólo uno de tantos y no necesariamente el más central para una respuesta coherente y global como las que necesitan los desafíos de la sostenibilidad. Estos mecanismos funcionan de igual forma no sólo para el caso comentado de las smart grids, sino para cualquier otro recurso asociado a la SC. Aplicaciones móviles que pretenden resolver el problema de la generación de residuos, postes de recarga eléctrica, eco-ciudades y edificios ecológicos, centros de datos con paneles solares,… se presentan como opciones técnicamente viables y que ofrecen, sin duda, nuevos avances en la materia, pero han sido concebidos desde la retórica de la SC de una manera débil, genérica y descontextualizada.

Normalmente el despliegue retórico de la SC en relación a la sostenibilidad se presenta en forma de mejoras en la calidad de vida de un ciudadano genérico (igual para un habitante de Manhattan que de un recién llegado a los suburbios de Lagos, una persona mayor de los arrabales de Shanghai que un adolescente de Helsinki, una familia de Madrid que una familia de Managua), pero sin que ello implique ningún cambio fundamental en sus modos de vida y consumo. Esto, que es un elemento asentado desde cualquier perspectiva de los estudios de la sostenibilidad urbana como un elemento básico, queda arrinconado en beneficio de una promesa de sostenibilidad sin esfuerzo, sin cuestionamientos y sin responsabilización. Esta misma proposición se realiza, además, desde alusiones genéricas a estándares de desarrollo sostenible aceptados internacionalmente como formas de sostenibilidad global pero con muy pocos asideros en las más complicadas definiciones de la ecología urbana, el espacio en el que el genérico “desarrollo sostenible” adquiere formas y sentidos mucho más intrincados. Masdar, PlanIT Valley o cualquier otra eco-ciudad de última generación han asociado su éxito en materia de sostenibilidad a la adición de nuevos componentes digitales, siempre bajo el control de entidades privadas u otras formas de corporativización de la gestión de estos espacios y la promoción del urbanismo emprendedor. De esta manera, la sostenibilidad se convierte en un nuevo significante vacío (aunque cargada de valores legitimadores mitológicos) porque cualquier alusión al contexto local específico es ignorada (al menos, mientras no se adentre el discurso en el terreno de proyectos específicos a través de contratos y proyectos de colaboración con instituciones concretas). En definitiva, en sus formas discursivas dominantes, la smart city se ha presentado con una referencia ingenua e inespecífica a la ciudad a la hora de presentar su propuesta de valor real para un problema de dimensiones colosales como es el del desarrollo sostenible y su vinculación con la escala local.

Songdo
Estos problemas enlazan con discusiones ya conocidas en el ámbito de los estudios de la tecno-cultura, que siguen sin recibir suficiente atención en el relato de la smart city. Así, el problema de la reversibilidad de las tecnologías, que apela a la necesidad de mantener la capacidad de ejercer decisiones morales en el uso de cualquier aparato tecnológico, parece ser obviado en aras a un futuro en el que la inteligencia de las cosas y de las ciudades será capaz de tomar decisiones por nosotros. En términos de consumo sostenible, no tendremos otra opción más que comportarnos como los medios técnicos nos digan que debemos hacerlo (o en las formas que admitan como posibles según su diseño). Es así cómo gran parte de las soluciones relacionadas con la smart city, sobre todo en lo que tiene que ver con infraestructuras y servicios urbanos, son diseñadas de manera que sólo una opción de uso es posible, una opción, por lo demás, definida como técnicamente posible y socialmente aceptable, por un conglomerado de decisores en el que las instituciones públicas son sólo una parte, muchas veces con escasa capacidad de decisión frente a otros decisores contiguos como son los proveedores del servicio en cuestión.

Todo ello hace que el comportamiento moral, la posibilidad de elegir entre diversas opciones para resolver una determinada situación en nuestra vida social, pueda quedar abandonada en aras a una eficiencia cotidiana que nos ofrece inteligencia pero podría convertirnos en moralmente idiotas , también en cuestiones relativas al compromiso individual por el medio ambiente. La eficiencia, de nuevo, esconde la necesidad del debate social y la deliberación personal sobre las consecuencias de nuestros actos desde un pensamiento complejo que trate de entender las causas y los efectos de un determinado problema. El mejor ejemplo que ilustra esta situación es el de los sistemas inteligentes de gestión del aparcamiento en superficie , una panoplia de diferentes innovaciones (desde sensores a aplicaciones) que buscan optimizar el uso del espacio público dedicado a aparcar los coches, optimizar el tiempo que los conductores invierten en conducir, optimizar los flujos de tráfico e, incluso, optimizar los ingresos de los sistemas de estacionamiento regulado en base a precios cambiantes en función de la mayor o menor disponibilidad de espacios libres en un determinado momento. En la mayor parte de los casos, todo el ensamblaje técnico está dirigido a hacer más eficiente el tráfico y el ciudadano se encuentra mediatizado por este sistema que constantemente invita a mantener las bases estructurales de la movilidad, bajo la legitimación argumentativa de que todo ello contribuirá a un modelo de movilidad y transporte urbanos más sostenible por la optimización de los tráficos. De esta forma, un cuestionamiento más profundo sobre el excesivo espacio que las ciudades dedican al aparcamiento, sobre la insostenibilidad del uso de combustibles fósiles o incluso la escasa lógica de un sistema que privatiza el espacio público bajo la presión social que pretende que el aparcamiento sea una suerte de derecho gratuito, quedan abandonados y fuera del esquema de decisiones. Sin embargo, todas estas consideraciones, que son las que podrían realmente atacar un wicked problem netamente urbano como es el de la movilidad, son vistas como una intrusión moral en un debate puramente tecnológico .

En este sentido, uno de los conceptos clave más profundos de los estudios sobre la sostenibilidad es el que tiene que ver con la responsabilidad . Soluciones como las smart grids, los edificios inteligentes o los materiales inteligentes enuncian un presente-futuro en el cual las decisiones más lógicas en términos de eficiencia en el consumo de recursos se darán de forma automática a través de la auto-regulación de los sistemas inteligentes y a través de una información más precisa y en tiempo real por la cual los consumidores podrán ajustar sus preferencias y decisiones de consumo. Prometen, en definitiva, que el sujeto no necesitará tomar decisiones conscientes o intervenir activamente para encontrar el modo de consumo más eficiente (sostenible). De esta manera, la SC ofrece previsiones de soluciones para los acuciantes problemas del cambio climático, por ejemplo, que no requieren cambios o acciones adicionales por parte del usuario de los sistemas inteligentes. Bastará la sofisticación de estos sistemas para que ellos hagan el trabajo por nosotros, de manera que ofrecen el espejismo de continuar con el statu quo de mantener los mismos patrones de consumo, las mismas tasas de urbanización y ocupación del suelo o los mismos modos dominantes de movilidad. No sólo operarán en sustitución de nuestra voluntad o compromiso por limitar nuestro consumo energético individual mediante acciones conscientes de apagar las luces innecesarias en casas y edificios, sino que nos evitarán la carga moral de actuar con responsabilidad ecológica.

Frente a esto, algunas dinámicas como el adversarial design  o el critical design buscan visibilizar las contradicciones de nuestro tiempo y las diferentes decisiones de diseño que podrían hacer de la tecnología un elemento de debate moral  más abierto para usuarios –ciudadanos- que siguen siendo mayores de edad intelectualmente, capaces de pensar, deliberar y organizar sus propias decisiones sin que tenga que intervenir un determinado diseño tecnológico que le deje sin opciones de elegir . El despliegue de la smart city ha sido desde el inicio un proyecto que no ha tenido en mente la necesidad de hacer visibles sus entrañas tecnológicas como paso previo para que la ciudadanía pueda actuar críticamente en esos sistemas inteligentes que mediatizan su vida. A este respecto, Mattern (2014) apunta a esta condición inicial y a la necesidad de visibilizar el ensamblaje tecnológico e ideológico de las tecnologías inteligentes como un elemento crítico en el diseño de sistemas conectados para una ciudadanía con agencia real para actuar más allá de los límites que imponen y normativizan las tecnologías definidas bajo la narrativa de la SC.

En el mejor de los casos, muchas aplicaciones de la idea de ciudad inteligente han empezado a explorar las posibilidades de la corriente de la gamification. Así, el ser humano, el ciudadano es tratado como un ser que necesita, para actuar correctamente, o al menos actuar tal como quiere la ingeniería social detrás de la smart city, incentivos externos que le animen a reconducir su conducta a un objetivo deseado, normalmente la eficiencia. Es la lógica que está detrás del smart metering pero también de aplicaciones móviles que bonifican al usuario con puntos, descuentos o incluso pagos por comportarse de una manera supuestamente cívica (por ejemplo, al reducir sus consumos de electricidad, el uso de espacios de aparcamiento, etc.).

La lógica de la sostenibilidad de la SC encaja con otras formas de proponer atajos. El enfoque gizmo green como forma de denotar la fetichización de objetos sostenibles desconectados de los problemas estructurales en los que participan ha sido señalado en la misma dirección que apuntamos. En un mundo que propone constantemente que cualquier problema puede tener una solución sencilla (pastillas para perder peso en unos días sin necesidad de ir al gimnasio, aprender un idioma en veinte días con quinientas palabras, viajar sin complicaciones logísticas, estudiar sin esfuerzo,…), la solución a la sostenibilidad también pasa por comprar bombillas eficientes, coches híbridos, apps para ordenar el tráfico, etc. La SC, al inscribir la solución de los problemas de la ciudad a través de un mercado de soluciones industriales, sitúa en la compra, actualización o implantación de productos y servicios identificables dicha solución. En gran parte de los casos, el discurso remite a la necesidad de hacer un uso más eficiente del agua o la energía en la provisión de servicios públicos, desarrollando redes de distribución más eficientes gracias al uso de sistemas de control automático de fugas, a la gestión en tiempo real del consumo eléctrico o a la extensión de sistemas distribuidos. De esta manera, de la amplitud de ámbitos y criterios relacionados con la sostenibilidad se están seleccionando exclusivamente aquellos que tienen que ver con infraestructuras sobre las que la ciudadanía tiene un papel pasivo. Con ello, el campo de acción para abordar los problemas ambientales derivados del consumo de recursos que tienen que ver con el lado del consumo no forma parte de las prioridades.

En este sentido, Masdar se ha constituido como el modelo protagonista de los últimos años al ofrecer una visión renderizada de una promesa de sostenibilidad a través de la aplicación de las mejores tecnologías disponibles. De hecho, su promoción ha explotado más los valores de la sostenibilidad que los de la inteligencia urbana aunque, como hemos visto, ambos pueden ser utilizados de manera indistinta en unos proyectos u otros según el contexto. Masdar ejemplifica perfectamente cómo la lógica de la sostenibilidad ha sido co-optada como parapeto para mantener unas formas de desarrollo urbano dominadas por la acumulación de capital y la dominación especulativa y ello, incluso, aun pasando de los discursos a los hechos y desplegando en ese lugar tecnologías que, efectivamente, suponen la aplicación de gran parte de las mejores tecnologías disponibles en el campo de la eco-innovación. A pesar de ello, hoy en 2015 seguimos esperando a conocer el resultado de los indicadores de rendimiento ambiental que nos permitan evaluar el comportamiento ecológico de esta ciudad o si sus proyecciones sólo forman parte de un nuevo discurso utópico. También Songdo, a pesar de apostar primordialmente por la tecnología ubicua como su principal atributo, ha utilizado la sostenibilidad como elemento diferenciador . Se trata de una justificación especialmente explícita en los proyectos de smart city from scratch, que buscan idealmente diseñar un modelo urbano desde cero para demostrar el potencial ambiental de las nuevas tecnologías inteligentes, prestando escasa atención a la complejidad de las relaciones entre sociedad, tecnología y sostenibilidad. De esta manera, se establece una relación lineal entre sostenibilidad y tecnología como vía para la mejora del comportamiento ambiental y la eficiencia en el consumo de recursos de sistemas e infraestructuras abstrayéndose de otras consideraciones desde la ecología política, la economía ecológica, el metabolismo urbano o la psicología ambiental.

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Tras la primera presentación que hice de la estructura de la tesis (The myths behind the smart city technological imaginary (PhD brief notes #1)), a partir de ahora iré publicando algunos retazos del texto, que va avanzando. En algunos casos serán notas bastante desestructuradas o incluso una sucesión de citas, pero igual sirven como guía para entender cómo va evolucionado los temas que voy trabajando, qué referencias nuevas van apareciendo, etc. 

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3 comentarios :

  1. Por no hablar, además, de lo tremendamente injustas socialmente que son, desde el concepto, las SC. Siguen siendo modelos continuistas de la sociedad del consumo, diseñados a la medida del adulto trabajador con dinero, que se presupone como perfil ideal al que todos debemos aspirar. ¿Se contempla la presencia, por ejemplo, de indigentes en una ciudad como Masdar? ¡Muy buen artículo!

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  2. Excelente reflexión sobre las oportunidades y caminos que se desechan, sin ser conscientes, cada vez que se patrocina o impulsa, solo, un enfoque. Es una realidad la tendencia a simplificar las soluciones complejas, para elegir las que no nos obligan a alterar nuestro comportamiento, pero es que esta forma de actuar, a pesar de ser irracional, es la tendencia natural.

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