miércoles, 22 de abril de 2020

Coronavirus: desigualdad viral

Una crisis global, un virus desconocido hace unos meses. La fragilidad personal y la exposición comunitaria a un peligro invisible que, aparentemente, no distingue sobre a quién afectar y, sin embargo, es un tremendo multiplicador de las desigualdades ya existentes. Por supuesto, muestra toda su crueldad en las personas mayores, y también en una de sus manifestaciones más terribles, la negación de la cercanía en los últimos momentos de las personas fallecidas y la imposibilidad de transitar un mínimo proceso de duelo acompañado y en condiciones. Pero su rastro de injusticia va más allá.

Es una pandemia que al ser global y abordarse en los niveles nacionales, nos hace perder la perspectiva de los focos de concentración de transmisiones y fallecimientos. Intuyo que ahí estamos perdiendo mucha capacidad de entender realmente los fríos números, y es en los focos de transmisión más amplia donde ay muchas preguntas que hacer y faltan respuestas. Porque la pandemia va por barrios y las condiciones preexistentes (disponibilidad de renta, cobertura sanitaria, tipología y régimen de vivienda, empleos,…) nos recuerdan que la vulnerabilidad ya estaba ahí.

Los avances de las últimas décadas en la lucha contra la pobreza a nivel mundial se ven detenidos por una realidad que en gran parte del mundo deja en la estacada por el impacto en las economías a buena parte de trabajadores altamente desprotegidos. Aquí y allí.

Un aquí donde no pasaban estas cosas, un allí donde pasaban estas cosas. Es la primera vez que no hay fronteras para una pandemia, pero en ese mundo sin fronteras para el virus, sigue siendo un mundo de virus ricos y virus pobres.

Las estructuras de discriminación se muestran en toda su crudeza, con impactos mucho más severos sobre la población en función del grupo racial al que pertenezcas. Son más vulnerables al virus, simplemente, porque ya lo eran en las condiciones previas. No es una paradoja, ni una sorpresa.

También tocará hacer balance del impacto desde una perspectiva de género, desde la feminización de gran parte del trabajo en primera línea en los hospitales y los cuidados en ese agujero negro que han demostrado ser las residencias de personas mayores, hasta sus consecuencias en las diferencias de acceso a servicios de salud, la inseguridad y desprotección en el sistema laboral o, como gran drama, la convivencia en entornos hostiles y violentos durante el confinamiento.

De nuevo, condiciones preexistentes., pero sus efectos tóxicos adicionales los descubrimos en la realidad de tantas familias expuestas a tan sólo un mes de paralización de la economía y de la imposibilidad de obtener ingresos. Las políticas fiscales de las últimas décadas nos han dejado esto, una receta para el desastre en una economía que se hunde al paralizar el modelo de producción y consumo durante unas pocas semanas. 

Es esa misma economía la que se ha puesto a pensar en cómo garantizar ingresos a quien no puede obtenerlos. Un sistema económico obligado a saltarse sus principios y hacer equilibrios semánticos para seguir manteniendo sus dogmas ideológicos (nacionalizaciones, intervención de precios, renta mínima universal, política industrial, desprivatización,…) para que todo siga igual. Son esos dogmas que convierten en opción hoy lo que hace cuatro meses era anatema, como es simplemente preguntarnos por la garantía de ingresos y las diferentes opciones para una renta universal. Esa paguita, dicen los cínicos o los psicópatas, como reacción instintiva, sin poder preguntarse nada más allá de sus dogmas con lo que creen que sobrevivirán. 

Ese todos a casa, como si la casa fuera una constante igual para todo el mundo. Como si todo el mundo tuviera un sitio donde confinarse, como si todo el mundo tuviera igual seguridad de poder seguir confinado donde está. La crisis de la vivienda en todos sus aspectos, y encarnada en estos días en la situación de los alquileres toca fondo y apunta a ganadores nada sorprendentes. Y, por supuesto, existe también una geografía desigual del confinamiento.
Barcelona vista según los metros cuadrados de sus viviendas.ESTUDIO 300.000KM/S

Pero volvamos al tema de las residencias y centros de mayores, porque espero que si algo concreto tiene que cambiar pronto, será el modelo con el que hemos entendido el cuidado de los mayores en nuestras sociedades más avanzadas. El covid-19 nos ha puesto ante un espejo devolviéndonos una imagen que no aguanta ni un asalto sobre su crueldad. Así es como trata la sociedad a sus personas mayores, no hay discusión posible. La sociedad de la opulencia, del espectáculo, del culto a la belleza y la salud, de la prisa y la ambición,….escondía una realidad que es mejor esconder, externalizar, privatizar. Tanto hablar durante la crisis de las pensiones y nada sobre la cultura de la edad, tanto hablar del envejecimiento de la población y nada de cómo viven. No es sólo el modelo de residencias, es la forma en que queremos tratar a nuestros mayores más allá de la medicalización como única respuesta. 

Ese todos estudiar en casa, todo online y arreglado. Nada más lejos de la realidad, nada más cerca de negar la supuesta vocación igualitaria de la educación.  La comunidad educativa no estaba preparada para esto, y tampoco lo estará para evaluar lo que haya pasado en estos meses sin actividad presencial y confiándolo todo en que la educación tenga continuidad en un trampantojo de deberes, fichas, vídeos, conferencias virtuales,…para quien pueda hacerlos.

Cierre de fronteras, drama migratorio. Es el miedo, el miedo al otro y lo que trae, en su máxima expresión. Fronteras impermeables no traerán nada bueno.

Los diferentes modelos de protección social para diferentes tipos de trabajadores vuelven a multiplicar sus efectos en forma de desigualdad de los trabajadores más desprotegidos (jóvenes, con contratos temporales, falsos autónomos, con bajos ingresos,…). Un lockdown económico que no afecta a todas las personas por igual.

Ese todos a trabajar a casa. Hablemos también de la mentira de la conciliación de la vida familiar y laboral, ese gran mito, y que ahora se hace absurdo cuando ha llegado atropelladamente. Porque el plan, sospecho que es el mismo que otras cuestiones aquí mencionadas: finjamos todo el mundo que funciona, que existe tu vida familiar, las personas que dependen de ti, pero trabaja de todas formas, y cuando volvamos a lo de antes, seguiremos haciendo como si no existieran.

Y todo urgente.

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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años. 

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